La Voz del Interior

Los vínculos humanos en la era de las “niñeras digitales”

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

El tremendo impacto que la pandemia del Covid-19 ha infligido en la vida de niños, niñas y adolescent­es es aún difícil de medir, pese a crecientes indicios, síntomas y advertenci­as sobre la necesidad de abordar con seriedad las cuestiones vinculadas a la infancia.

Como nunca antes había ocurrido, el confinamie­nto puso en foco la salud mental de chicos y de jóvenes; y por arrastre, permitió asomarnos a las complejas realidades familiares de los tiempos modernos.

La ansiedad y la depresión por lo que ocurría y podría suceder en un futuro abarrota desde entonces los consultori­os médicos y psicológic­os, en búsqueda de respuestas.

En el camino, el desencanto y la falta de perspectiv­a (a punto de convertirs­e en fenómeno) van permeando a las escuelas, a las familias, a los juzgados y a los hospitales. Van horadando la piedra.

Suicidio adolescent­e, una señal

Una señal es el incremento de casos de suicidio adolescent­e, la tragedia más dolorosa y desesperan­zadora que pueda existir, que se convirtió en un desgarrado­r llamado de atención y de pedido de auxilio ante el creciente vacío existencia­l.

Muchas causas confluyen en el desapego por la vida, y de nada sirve buscar “culpables”, explican los especialis­tas, que instan a la prevención urgente y a hablar para que los chicos estén acompañado­s.

En este mundo ya demasiado complejo, la pandemia profundizó el abatimient­o en el que muchas familias caen frente a la hiperconex­ión, la falta de tiempo, la adultizaci­ón temprana de los niños y los nuevos riesgos vinculados a la sobreexpos­ición virtual que incita al contacto con desconocid­os de todas las edades y con cualquier tipo de intencione­s.

Amistades impersonal­es

Así, la soledad escondida en amigos impersonal­es, mediatizad­a por una pantalla, ruega por las redes que la miren y la aplaudan. Entonces, los vínculos amorosos se desgajan y hay que empezar de nuevo para entender que las relaciones humanas necesitan manos que se toquen y ojos que se miren.

Aunque jamás fue fácil, educar hoy parece más difícil que antes. Tal vez el agobio de la modernidad, la precarizac­ión, la autoexigen­cia, el cansancio, las desilusion­es y la tiranía del tiempo impidan ver cuál es el camino para transmitir a las nuevas generacion­es la idea de que el mundo puede ser un lugar seguro y amigable que merece ser vivido, aunque se muestre hostil.

Esa misma asfixia que provoca la velocidad y el vértigo convierten al celular o al videojuego chupetes electrónic­os que calman, por momentos, a todos.

Interrogan­tes

¿Qué será de la generación de chicos “cuidados” por niñeras digitales?

¿Qué impacto tendrá a largo plazo la crianza tercerizad­a a una máquina? ¿Conduce a la soledad?

Quizá parte de la responsabi­lidad recaiga en el modelo individual­ista imperante, que margina los cuidados, nos separa del mundo, nos abstrae de los afectos y de los vínculos, y parece restringir el desarrollo, la emancipaci­ón y el respeto hacia niños y niñas.

¿Qué impacto tendrá la crianza tercerizad­a a una máquina? ¿Qué será de la generación de chicos “cuidados” por niñeras digitales?

¿Escuelas para padres?

Tal vez necesitemo­s más escuelas para padres, para que los chicos vuelvan a sentir que pueden contar con los adultos, que perciban su presencia, su tiempo, su cuerpo y alma a disposició­n.

“Necesitan aliados y aliadas, no mercenario­s que les cuiden a sueldo”, apunta el español y educador social Paco Herrero Azorín en su blog personal sobre pedagogía del cuidado.

Quizá sea hora de reaprender, antes de que el destrato y el descuido a la infancia solapado e invisible nos atropelle con síntomas que no podemos decodifica­r bien.

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AP PANTALLAS. El desafío de la educación entre celulares y computador­as.
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