La Voz del Interior

Los dolores de Blas

- Francisco Panero fpanero@lavozdelin­terior.com.ar

La semana judicial que concluye sirvió, entre otras cuestiones, para cerrar nueve audiencias en el juicio por el crimen por “gatillo fácil” contra Valentino Blas Correas (17) en la ciudad de Córdoba.

Entre otros testimonio­s, pudo escucharse a familiares del adolescent­e cuya existencia se truncó en el momento que comenzaba a delinear sus mejores deseos de vida.

Su hermano Juan, su abuelo Miguel, su abuela “Nani” pasaron por el estrado frente al jurado popular –como antes lo hicieron sus padres– y relataron, además de los pesares por la ausencia, las bondades de una personalid­ad extraordin­aria.

Más que testimonio­s jurídicos, pareció escucharse la misma voz del joven que ya no está, de la persona que por un tiro en la espalda debió renunciar a todas las esperanzas, proyectos, planes y sueños en el despertar de su adultez.

Blas estaba en el último año de su secundario, planeaba su viaje de estudios, tenía actividade­s deportivas con sus amigos, sabía tanto de fútbol que discutía de igual a igual con su abuelo –el ídolo celeste– o “asesoraba” a los dirigentes de Belgrano sobre cuestiones del plantel.

Era muy amiguero; amaba a su hermano Juan, con quien compartía cosas de él y de grandes, pero también renunciaba a una salida para tirarse con su mamá a ver una película pochoclera.

Sus compañeros del último viaje y los de otros espacios dicen que lo extrañan como un ser muy “especial”. Aseguran que era extraordin­ario, con su mirada dulce que reflejaba la profundida­d de pequeño hombre sensible.

En los últimos meses, su idea de ser periodista deportivo estaba cambiando a la de administra­dor de empresas. Él quería ayudar a los otros, decía.

En eso estaba Blas aquella noche del 6 de agosto de 2020, cuando fueron con unos amigos a tomar algo y luego pasaron a buscar a Mateo.

Antes de que se lo arrebatara­n del último intento por salvarle la vida, Juan Cruz lo tuvo en sus brazos y se cruzó con su mirada.

No podía hablar, pero le pedía con la mirada que lo salve, como declaró el martes el conductor del Argo.

“Yo me acuerdo cómo lo tenía (en brazos) y me miraba a los ojos. Vi cómo agonizaba; me pedía ayuda”, recordó entre lágrimas.

El último en ver esa mirada fue separado de su amigo y de la posibilida­d de salvarlo, sin que esos bárbaros intentaran hacer algo por el joven que aún respiraba con dificultad cuando el auto blanco fue detenido.

Esa mirada fue el último hilo de una vida pródiga de nuevas ideas.

A él le quitaron lo que había planeado. El juicio busca culpables, y acaso el jurado los encuentre.

Pero nadie podrá mostrar cuáles son los dolores de Blas por todo aquello que hoy no puede hacer.

La muerte de un joven trunca los proyectos más auténticos. Un proceso judicial no sirve para expresar lo que pierde esa persona.

En el juicio no dejan de escucharse relatos sobre quién era Blas Correas, cuáles eran sus sueños y cómo lo veían los demás.

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LA VOZ/ARCHIVO VÍCTIMA. Blas Correas tenía 17 años cuando fue asesinado por la Policía en 2020.
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