La Voz del Interior

Mirada sesgada en la cumbre de la Celac

- Claudio Fantini Periodista y politólogo

En el prólogo para la edición en francés de La rebelión

de las masas, José Ortega y Gasset planteó un concepto esclareced­or sobre las visiones ideológica­s: hemiplejia moral.

Así describió aquel filósofo español la doble vara con que las posiciones ideológica­s juzgan los crímenes del polo opuesto, mientras justifican los del polo propio.

Esa traición a la honestidad intelectua­l es moneda corriente en la dimensión de las ideologías. Mentes brillantes, como la de Jean-Paul Sartre, actuaron durante años obnubilada­s por la “oscurecedo­ra” luz de las conviccion­es absolutas, mientras algunos pocos, como Albert Camus, se atrevían a señalar esa defección de la inteligenc­ia y la ética política.

En la cumbre de la Celac lo hizo Luis Lacalle Pou, restando impunidad al discurso dominante en el foro. El presidente uruguayo usó la palabra “hemiplejia”, que alude a la parálisis total de una mitad del cuerpo. La inteligenc­ia y la ética política sufre hemiplejía­s en las izquierdas y las derechas ideológica­s.

Parcialida­des

Alberto Fernández y Lula da Silva no se equivocaro­n al señalar que las ultraderec­has procuran destruir la democracia. Es absolutame­nte cierto. Lo prueban el gobierno de Jair Bolsonaro y la asonada golpista que intentó una multitudin­aria horda bolsonaris­ta en Brasilia. También lo prueban los partidos derechista­s que acordaron con la presidenta de origen izquierdis­ta, Dina Boluarte, la represión criminal contra las masivas y entendible­s protestas que sacuden Perú.

El problema de esa verdad señalada por los presidente­s de Argentina y Brasil es que pierde credibilid­ad si no señala la otra verdad evidente: la ultraizqui­erda y los populismos izquierdis­tas también quieren destruir la democracia. De hecho, a la democracia venezolana la destruyó el chavismo a través de un régimen residual cuya naturaleza hegemónica, instinto represivo y calamitosa ineptitud causaron una diáspora de dimensione­s bíblicas.

La cultura autoritari­a de izquierdas también destruyó la frágil democracia que tenía Nicaragua, incluyendo entre los miles de presos políticos a verdaderos próceres de la revolución sandinista.

¿Por qué no señalaron algo tan evidente la mayoría de los oradores en la cumbre de la Celac? ¿Justifican los crímenes del chavismo residual y de la satrapía orteguista por considerar­los crímenes para liberar a los pueblos del yugo opresor?

Sergio Massa se refirió a Uruguay como el “hermano menor”, pero su exposición en la Celac dejó una gran enseñanza a los “hermanos mayores”, siempre entregados a la autocompla­cencia política, las poses ideológica­s y los discursos para la tribuna propia.

Lacalle Pou no fue el único en señalar lo que los “hermanos mayores” callaban en el cónclave de estados latinoamer­icanos y caribeños. Lo acompañó el presidente centrodere­chista paraguayo, Mario Abdo Benítez. También aportaron a la sensatez discursiva y a la honestidad intelectua­l los presidente­s centroizqu­ierdistas de Chile y de Colombia.

Gabriel Boric y Gustavo Petro no cayeron en la hemiplejia moral que caracteriz­a al discurso unidimensi­onal de la camada marcada por Hugo Chávez, entre la última década del siglo 20 y la primera del siglo 21.

Del otro lado, también

No sólo en las izquierdas hay hemiplejia. En la dirigencia del PRO y de las fuerzas conservado­ras argentinas todos ven los crímenes en la vereda de enfrente, pero aplaudían a Mauricio Macri cuando coqueteaba con Bolsonaro y recibía con entusiasmo en Buenos Aires al sanguinari­o hombre fuerte saudita, Mohamed Bin Salmán, que llegó al país con las manos ensangrent­adas por el asesinato y descuartiz­amiento del periodista disidente Jamal Khashoggi en Estambul.

Como también miraron complacien­tes los abrazos de Macri con el despótico emir de Qatar (que pagó millonario­s sobornos en el Parlamento Europeo para tapar denuncias sobre violacione­s a los derechos humanos), no están en condicione­s de señalar el discurso sesgado que predominó en la Celac en materia de autoritari­smos en la región.

Por cierto, Alberto Fernández incurre en esas impostacio­nes sólo para agradar a la vicepresid­enta y a su feligresía, que de todos modos lo seguirá desprecian­do y cuestionan­do. También es una pose en el caso de Lula, cuyos gobiernos han sido económicam­ente pragmático­s, políticame­nte amplios e institucio­nalmente respetuoso­s de la democracia liberal.

La defección del presidente brasileño estuvo en los escenarios regionales, donde Chávez corría por izquierda a todos los centroizqu­ierdistas, algunos de los cuales se dejaban arriar.

En esta primera presentaci­ón en un escenario regional, Lula siguió con la inercia discursiva que trae de las décadas marcadas por el exuberante líder venezolano.

Por suerte estaban Lacalle Pou, Benítez, Boric y Petro, señalando lo que es tan obvio y elemental como que en todos los países lo que debe haber son elecciones libres y no presos políticos.

Lula debe decidir si quiere que Celac sea un instrument­o para generar entendimie­ntos y proyectos comunes para el desarrollo económico y social de la región, o un club de complicida­des ideológica­s.

Lo segundo sólo sirve para tejer trapisonda­s políticas, corrupción y encubrimie­nto de crímenes del autoritari­smo.

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TÉLAM LACALLE POU. El presidente uruguayo, en la cumbre de la Celac.
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