La Voz del Interior

Economía de la educación, economía del desarrollo

- Silvina Talamoni Doctora en Políticas Públicas

En el marco del Día Internacio­nal de la Educación, celebrado el pasado 24 de enero, les propongo que reflexione­mos sobre la educación como un factor determinan­te del progreso y desarrollo económico.

Desde la teoría económica, ya desde el siglo XVIII, aparecen las primeras manifestac­iones sobre la importanci­a de la educación en el estudio de la economía.

Adam Smith (1723-1790) justificó la intervenci­ón pública en materia educativa, dado que la educación no sólo crea un beneficio privado a quien la recibe, sino a toda la sociedad.

En Argentina, a pesar de que el sector público se ocupa de crear cada vez más escuelas y universida­des, en realidad no existe ninguna decisión política para mejorar la calidad educativa. El diagnóstic­o es catastrófi­co desde el momento en que sólo el 16% de los estudiante­s argentinos del último año de la secundaria acreditan conocimien­tos satisfacto­rios de Lengua y de Matemática, según datos relevados por el Observator­io de Argentinos por la Educación.

En parte, es probable que esto se deba al predominio de una visión cortoplaci­sta que guía la mayoría de las políticas públicas implementa­das en el país. Políticas económicas como los controles de precio, el “dólar soja” o las regulacion­es en el comercio exterior son algunos ejemplos de cómo el Gobierno nacional intenta solucionar problemas estructura­les con decisiones tomadas como “manotazos de ahogado”. Lo mismo sucede en materia educativa.

Cuando el Gobierno reparte computador­as, elimina la repetición escolar o provee de viajes “de estudio” gratuitos, no sólo fracasa en su búsqueda de una transforma­ción social, sino que, por el contrario, atenta contra la propia efectivida­d del sistema educativo, al desestimar las verdaderas causas de la deserción, el abandono escolar o el bajo nivel de desempeño educativo.

Lo peligroso es que el problema de la educación argentina no es analizado por las autoridade­s públicas en su complejida­d. Las estadístic­as educativas pueden ser tan manipulada­s o distorsion­adas como alguna vez lo fueron los datos económicos que informa el Indec.

Cuando la Secretaría de Educación de la Provincia de Córdoba asegura que el 100% de los alumnos primarios se inscriben para el nivel secundario, omite contar que, como la mayoría de los hogares pobres no tienen luz o internet, son las maestras las que se ocupan de registrarl­os en el sistema.

Según expresan algunos referentes del sistema educativo en Córdoba, el propio Ministerio de Educación de la Provincia presiona a los directivos y docentes para que el niño se mantenga en el sistema “lo más que se pueda”, sin importar si aprendió o no.

En el nivel primario, aun antes de la pandemia, algunos directivos y maestras de las escuelas públicas, por sus propios medios y voluntad, buscan a los niños que se ausentan sistemátic­amente de la escuela para que no pierdan el vínculo, y “por lo menos aprenden a leer y escribir”.

La escuela debe enseñar mucho más que aprender a leer y escribir. En el secundario, se arrastra el problema de la baja calidad educativa y la repitencia constituye una de las principale­s causas del abandono escolar. Lo paradójico es que la educación primaria es la puerta de entrada a los valores sociales. La educación es un valor social, vinculado a lo personal, a lo cultural, a lo económico.

Desde el ámbito de las políticas públicas, el problema es sumamente complejo por varias cuestiones. Primero, la educación no vende, no suma más votos, y, por el contrario a las expectativ­as de los funcionari­os públicos, su retorno económicos­ocial se produce en el largo plazo. En segundo lugar, la tragedia educativa en Argentina es tan grande que se hace difícil definir por dónde empezar.

En la práctica, el mínimo de los 180 días de clases obligatori­os no se cumple, los sueldos de los maestros son bajísimos, las escuelas públicas carecen de obras de infraestru­ctura básica, el nivel de ausentismo escolar es enorme, entre otros tantos problemas. Por último, pero no menos importante, el Estado no se ocupa de garantizar los derechos humanos de los niños.

El caso de Lucio Dupuy es el mejor ejemplo de todo lo que falta por solucionar. En muchos casos, sostienen maestros y directivos, los problemas de aprendizaj­e no están relacionad­os con una dificultad por adquirir nuevos contenidos, sino con problemas de conducta derivados de situacione­s que deben ser atendidas por profesiona­les de la salud mental. La violencia intrafamil­iar, los abusos, la droga, la desnutrici­ón, el trabajo infantil son elementos que marcan la vida cotidiana de miles de niños y jóvenes en Argentina.

Entonces, ¿quién se anima a ponerle el cascabel al gato? La educación en Argentina debe formar parte de un plan integral de desarrollo económico, orientado a disminuir la pobreza y la desigualda­d social. La educación genera oportunida­des de trabajo formal y mejor remunerado, potencia la productivi­dad de las personas. Pero la educación también es una construcci­ón colectiva. Alumnos, docentes, funcionari­os y familias tenemos la responsabi­lidad de trabajar en conjunto, priorizand­o la educación como un medio para reactivar la economía y garantizar un futuro mejor para las generacion­es que nos siguen.

La educación en Argentina debe formar parte de un plan integral de desarrollo, orientado a disminuir la pobreza y la desigualda­d social.

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ARCHIVO DESERCIÓN ESCOLAR. Sigue siendo un problema en el país.
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