La Voz del Interior

Miradas opuestas a “The Last of Us” Plaga zombi sin marco teórico

- Jesús Rubio Especial

poseídos por la enfermedad y la sed de sangre.

Que The Last of Us esté inspirada en un videojuego (del que fue responsabl­e el otro de sus creadores, Neil Druckmann) no supone que su acción sea automática: dosificada­s, las escenas de adrenalina impactan más por contención que por morbo, e incluso salen indemnes de los decesos sensibles de niños y adolescent­es. La crudeza se agradece en The Last of Us, verosímil hasta el tuétano en sus postales posapocalí­pticas de ciudades hostiles, percudidas y vacías. Al contrario de la excentrici­dad hipster de la reciente Estación Once, la tira opta por el pulso clásico al trazar una sociedad militariza­da y en guerrilla permanente, un mundo derechizad­o que no por nada se desprende de un episodio piloto en Texas con retratos colgantes de George W. Bush.

Pero la ficción cultiva a su vez un giro ecológico evidente en esos pequeños seres tentacular­es que salen flotando de la boca de los infectados, un alien vegetal que hace más interesant­e la historia: hay un bicho dentro de otro. El cemento es literalmen­te carcomido por la expansión del verde, una superficie vibrante de musgos y arborescen­cias que avisa sobre un planeta que se quitó de encima a la civilizaci­ón. La superviven­cia de los que quedan entonces es doble, y eso ya habla de una serie nada zombi.

Van dos episodios de la primera temporada de ,yaúnno vimos lo que tiene que tener toda serie de ciencia ficción posapocalí­ptica: una explicació­n política (y no meramente científica o médica). La ciencia ficción piensa mundos posibles para entender el presente y darle a la audiencia herramient­as teóricas que la ayuden a pensar lo que le puede pasar a la humanidad si se dan ciertas condicione­s desfavorab­les.

Neil Druckmann y Craig Mazin se encargan de dirigir y escribir esta nueva apuesta zombi de la televisión estadounid­ense, con Pedro Pascal como protagonis­ta y Bella Ramsey como la niña que lo acompaña. Hasta ahora sabemos que lo que produjo la infección fue un hongo cordyceps, y que todo empezó en 2003, cuando un virus

The Last of Us

fúngico desencaden­a una pandemia y convierte a sus víctimas en zombis sedientos de sangre.

Fuera del prólogo ambientado en 1968 y protagoniz­ado por John Hannah, en el que se adelanta sobre el peligro de ciertos hongos y lo que puede pasar si se dan determinad­as condicione­s que les permitan controlar a los humanos, no hay ningún marco teórico que respalde el desarrollo de la acción, que tarda un poco en llegar. Y le falta la adrenalina del videojuego.

La serie apuesta por el deambular cuidadoso de sus protagonis­tas, quienes tienen que atravesar territorio­s devastados con el fin de llevar a la niña Ellie a un lugar donde puedan estudiarla para ver si logran crear una vacuna, ya que es inmune a la infección.

El primer episodio recurre a una explicació­n científica que no dice mucho, al igual que el segundo, que tiene un prólogo en Indonesia con una especialis­ta en micología que hace toda una apología del bombardeo masivo. The Last of Us es como sus villanos, no tiene nada adentro. Alarga las escenas con personajes que se limitan a caminar por museos y hoteles asolados mientras matan zombis. Parece un producto más interesado por facturar que por brindarles a los espectador­es material para pensar el mundo en el que vivimos.

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