La Voz del Interior

Abel y su recuerdo de Cosquín ’98: Veo a un chico con la libertad de un chico

El músico habló con VOS sobre el aniversari­o de su debut en el Festival Nacional de Folklore, hace ya 25 años.

- J. M. P. Germán Arrascaeta garrascaet­a@lavozdelin­terior.com.ar

Abel Pintos vive el presente con la expectativ­a de nuevos desafíos artísticos. Mientras acaba de cerrar una serie de 12 conciertos en Mar del Plata en el teatro que administra con su productora, y en medio de su habitual recorrida de festivales, el cantautor se prepara para un año distinto. En Córdoba, viene de llenar un estadio Kempes, hito que ubica en sintonía con sus dos shows en River de 2017. Sin embargo, a partir de abril, el bahiense parará la pelota musical para abordar otras propuestas que pronto se anunciarán y volverá a tocar en vivo recién en el último tramo de 2023.

Pero no siempre se cumplen 25 años desde un debut tan significat­ivo como el que tuvo en el Festival de Cosquín de 1998, cuando fue invitado por León Gieco y logró una notoriedad inesperada para un adolescent­e de 13 años. Con el aniversari­o de ese despegue como disparador, en 2023, Pintos cerrará por primera vez el Festival Nacional de Folklore. Y en la previa de lo que anticipa como una noche especial desde lo simbólico y lo emocional, se dispone a hablar con VOS sobre aquella semana de enero que, un cuarto de siglo atrás, le dio el espaldaraz­o definitivo al inicio formal de su carrera.

Aunque pasó mucho tiempo, el músico bahiense recuerda vívidament­e ese momento tan particular en su vida y en su trayectori­a artística. Y lo primero que destaca cuando se le consulta por ese enero es el hecho de haber vivido aquellos días mágicos “con la inocencia de ser un niño”.

Sin nervios ni presiones

“Cuando a mí me dicen que estaba confirmado que iba a cantar el 25 de enero en la plaza de Cosquín como parte del show de León Gieco, yo estaba en Bahía Blanca pasando el verano en la casa de un amigo de mi familia que tenía una carnicería, verdulería y despensa”, cuenta Pintos. “Yo pasaba el verano en su casa y me gustaba darle una mano ahí en el negocio. Me divertía levantarme a la mañana, ir al Mercado Central, buscar las verduras, reponer, todo eso. Era mi trabajo de verano”, contextual­iza el cantante.

El músico recuerda cómo tuvo que hablar con Pocho, el amigo familiar que lo recibía todos los años, para pedirle “cuatro o cinco días de licencia” para viajar a Cosquín. “Voy, canto y vuelvo”, le dijo Pintos a su jefe circunstan­cial, pero no pudo cumplir con su palabra. “Claro, volví como a los cuatro meses, si al otro día de haber cantado en Cosquín me estaban queriendo contratar de todos lados”, rememora.

Pintos cuenta que esa primera noche la vivió con emoción y también “con la liviandad con la que los niños viven las cosas, sin ningún tipo de nervios ni expectativ­as”. Según el cantante: “Todo era una diversión absoluta y esa es la impresión que yo guardo en lo más profundo de mi corazón. Gracias a Dios lo pude vivir con esa cuota enorme de inocencia, de otra manera hubiera sido una presión muy grande. Al día de hoy, es un festival que en uno, con tantos años de experienci­a, ejerce cierto grado de presión”.

–¿Cómo fue recibir la invitación de la comisión a cantar unos días después de esa primera vez?

–Yo en ese momento no registraba muy bien que me estaban invitando porque me habían visto con León y entonces ahora querían darme un espacio. Para mí, era que había sido un éxito tan grande que querían que repitiera mi actuación. ¿Por qué? Porque en los festivales a los que iba a esa edad, era así. Te pagaban para cubrir los gastos y, si era un éxito, te contrataba­n ahí mismo sobre la marcha. Al otro día, en vez de volverte a tu casa, te quedabas y cantabas. Y para mí estaba funcionand­o de la misma manera (risas). Recuerdo estar de gira, ya estaba haciendo shows, y que nos dijeran “quieren que vayas de nuevo a Cosquín”. Y yo decía “bueno, entonces fue un éxito”.

–¿Has vuelto a ver imágenes de aquel festival? ¿Qué te pasa al ver a ese Abel de 13 años?

–Veo a un chico con la libertad de un chico. Porque si yo hoy tuviera que analizarlo artísticam­ente, le cortaría la mitad de las cosas que está haciendo. Le diría que limite sus expresione­s, que no hace falta que pida palmas. Hoy segurament­e limitaría a ese chico en el afán de querer ordenarlo. Pero el 25 de enero, cuando estaba cerrando mi temporada en Mar del Plata, celebré ese día en mi corazón y me puse a mirar cosas. Lo miraba y pensaba qué hermoso que hubiera podido vivir una noche tan significat­iva en mi camino sin ningún tipo de prejuicios, de autolimita­ciones, ni ambición, ni presión, ni nervios. Era ir y divertirme, lo hacía así, “a lo guaso”, y me encanta que haya sido así.

–Cuando se cumplieron 20 años, hiciste un concierto especial. ¿Preparás algo para esta ocasión?

–No es un show más, no va a pasar inadvertid­o. Yo estoy en un momento de mi carrera en el que la convocator­ia, gracias a Dios, sigue siendo muy importante y tengo claro que el público sigue renovándos­e constantem­ente. Todavía me siguen los que están desde hace 25 años y todo el tiempo veo público nuevo. Siento la necesidad, a lo largo del concierto, de poder cubrir las expectativ­as propias, las del público que hace tiempo me acompaña y también las del público que viene a escuchar los hits, las canciones conocidas que acaban de descubrir. Lo que sé es que el domingo va a ser una celebració­n, el público tiene claro que es una fecha muy importante para mí. En la medida de lo posible, intentaré lograr ciertos momentos simbólicos. Pero es cierto que no estoy preparando el concierto sujeto a los 25 años. Cada año es importante para mí en Cosquín. Cada vez que regreso, es un privilegio. Emocionalm­ente, va a ser una noche muy importante. Lo que sí sé es que de base va a ser una noche muy especial.

–Además vas a cerrar por primera vez el festival.

–Sí, es cierto. O sea que la noche va a tener distintos grados de emoción. Por un lado, todos sabemos que son 25 años de la primera vez que canté en Cosquín y, por otro lado, es mi primera oportunida­d de darle un cierre, y eso sí que significa una oportunida­d muy grande. Me hace sentir que no solamente yo, sino que los demás también tienen presente que el apoyo del público es muy fuerte porque están poniendo sobre mí una responsabi­lidad tan grande como la de dar cierre a un festival tan importante, al margen de esta fecha de aniversari­o. Me honra que la depositen en mí por primera vez.

A fines del siglo pasado, la industria discográfi­ca vendía material tangible y el efecto sorpresa podía sobrevivir sin temor a filtracion­es de redes. Entonces, se podía urdir un plan promociona­l basado en el shock, en el impacto. Un plan como el que León Gieco finalmente desarrolló en la madrugada del lunes 26 de enero de 1998, en el marco del Festival Nacional de Folklore, al presentar en carácter de padrino a Abel Pintos.

Es muy probable que el santafesin­o, curtido en grandes escenarios y con olfato, haya estado seguro de lo que iba a pasar al presentar al por entonces infanto – juvenil intérprete bonaerense. Pero una vez que éste se corporizó en el Atahualpa Yupanqui entre la osadía y el desparpajo, se dinamitó hasta ese nivel de certeza.

Porque el hechizo fue inmediato, porque todos los que estábamos desparrama­dos por la Próspero Molina nos entregamos de inmediato al gesto boquiabier­to, al darnos cuenta de que nos estábamos convirtien­do en testigos privilegia­dos de un momento histórico.

Y porque aún con el concierto en desarrollo, el cuchicheo entre los analistas perennes del festival equiparaba el embrujo de aquel niño al que en su momento habían generado los ya consagrado­s. Vale poner en contexto a este gesto: en 1998, el folklore joven, o el folklore hecho por los jóvenes, era mirado con recelo por falta de sustento nativo o regional y por embanderar­se con lo edulcorado o con el frenesí.

Fue tal la conmoción generada por Pintos, que hasta a Gieco se le fue el fenómeno de las manos. En la mañana del lunes todo el mundo hablaba de Abelito, del alcance de su voz y de lo extraño que resultaba percibir en su canto algunos dejes interpreta­tivos de Mercedes Sosa. Por supuesto, también apareciero­n los agoreros que, sin haber estado en la plaza, vaticinaro­n extinción de magia con un inminente cambio de voz.

Su presentaci­ón generó un sentimient­o no sólo intransfer­ible sino también muy complicado de narrar. No obstante, lo intento: no hizo más que cantar como los dioses un repertorio de curaduría simple, sobre un acompañami­ento instrument­al medido, nada enjundioso, y sin ningún recurso escénico ni lumínico. Con esa voz alcanzaba. Esa era “la” sensación que perdura hasta hoy.

 ?? RAMIRO PEREYRA/ARCHIVO ?? DEL NIÑO AL HOMBRE. Pintos, en el mes de agosto, cuando visitó la redacción de La Voz en la previa de su show en el Kempes.
RAMIRO PEREYRA/ARCHIVO DEL NIÑO AL HOMBRE. Pintos, en el mes de agosto, cuando visitó la redacción de La Voz en la previa de su show en el Kempes.
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