Pisar firmes, para después volar
La imaginación del hincha se estimula y arma sus propias películas al pensar en lo que pueda suceder hoy en Alta Córdoba y en Avellaneda. Por sus cabezas se cruzan gestos, actitudes y sobre todo ¡resultados!, en el comienzo ansioso de una competencia que promoverá sensaciones de todo tipo. A lo largo del torneo habrá actuaciones muy variadas: algunas generarán ilusión y reforzarán el aliento, y otras obligarán al olvido y provocarán enojo.
Tras cumplir todas las exigencias de una pretemporada, entre ellas la disputa de varios encuentros amistosos, el último que jugaron Belgrano e Instituto ayudó a reafirmar la postura que han enunciado sus entrenadores, acerca de la prioridad a tener en cuenta y lo que debe destacarse por sobre otros anhelos. Las derrotas de los celestes ante Talleres y de los gloriosos frente a Colón sirvieron para tomar contacto con una realidad muy distinta a la que frecuentaron el año pasado.
Guillermo Farré lo entendió apenas finalizó el clásico y le puso sensatez a su discurso. Lucas Bovaglio apeló al mismo mensaje y hasta lo tiñó con humor al decir que los santafesinos les habían dado “la bienvenida a Primera División”. Ambos equipos perdieron 3-0. Ambos directores técnicos, siempre mesurados, reconocieron las diferencias con sus vencedores y desde ese momento, como cabezas de grupo, seguramente acentuaron el trabajo para hacerlas menos visibles. ¿Cuál fue la principal conclusión? En primer lugar, preparar a sus dirigidos para sostener la categoría. Luego, pensar en desafíos mayores.
Con diferencia de jerarquía en algunos integrantes de cada plantel, que llevó a Belgrano al primer ascenso con cierta comodidad, y a Instituto a luchar mucho más para conseguir el mismo objetivo, la propuesta de ambos equipos en la Primera Nacional tuvo varios puntos en común. Fueron sobre todo aguerridos y perseverantes, y sostuvieron una productividad constante que siempre los tuvo como grandes protagonistas. En sus propuestas colectivas casi no hubo juego bonito; hubo sí, actuaciones individuales que fueron determinantes para acceder al triunfo. Esa realidad tuvo un contexto único: la inclaudicable postura de los simpatizantes, siempre positivos en el afán de estimular la ambición de sus jugadores para llegar a la alegría conjunta.
Desde hoy la historia será distinta. El aliento del hincha seguirá valiendo oro. Pero el “escalafón” de los rivales, en algunos casos, será muy superior. Belgrano lo percibirá en el Cilindro de Avellaneda y una semana después nada menos que ante River Plate en el estadio Kempes. Instituto, en tanto, tendrá en Sarmiento de Junín a un adversario de menor rango, pero igual de difícil y peligroso para sus aspiraciones al perseguir el mismo propósito.
Probablemente vengan otros refuerzos. El conocimiento con sus nuevos compañeros llevará un tiempo. La fusión de los equipos base con quienes se incorporaron en los últimos meses será fundamental para evitar tempestades. El certamen es largo y propenso a la histeria y a demandas desmedidas en caso de malas rachas. “Despacito y por las piedras” es el dicho popular que bien puede aplicarse a Belgrano e Instituto, dos clubes que llegaron al máximo nivel y que querrán quedarse por mucho tiempo entre los mejores del fútbol argentino.