La Voz del Interior

Cine. ¿Por qué ahora duran tanto las películas?

Pese a que la mayoría de las propuestas audiovisua­les en internet tiende a ser de consumo fugaz, el cine de Hollywood va en un sentido contrario en sus grandes produccion­es.

- Gabri Ródenas* The Conversati­on

Una mirada rápida al ecosistema audiovisua­l nos bastará para darnos cuenta de que sus contenidos son cada vez más numerosos, rápidos y, sobre todo, breves.

Nuestra atención se ve constantem­ente desafiada por el incesante flujo de tuits, reels, videos de TikTok, etcétera. Ante esta saturación –por no decir hipertrofi­a– del espacio audiovisua­l, algunos autores han señalado el riesgo de que nuestra capacidad de atención se vea comprometi­da, reducida. Tal es el caso de Nicholas Carr y su ya clásico

Superficia­les. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?.

A la luz de esta circunstan­cia, cabría suponer que el diseño de material audiovisua­l, como películas o series, tendería a reducir su duración –como sucede, por ejemplo, en Autodefens­a (Prieto, Barenys y Blanca, 2022), cuyos capítulos no exceden los 15 minutos de duración–.

Pero lo cierto es que la duración de las películas no para de crecer.

Minutos, más minutos por favor

El aumento de minutos en pantalla se advierte en películas destinadas a las salas de cine. Así ocurre en Avatar: El sentido del agua (James Cameron, 2022), con 192 minutos de duración, la recienteme­nte estrenada Babylon (Damien Chazelle, 2022), con 188 minutos, o el éxito Vengadores: Endgame (Anthonyy Joe Russo, 2019) y sus 181 minutos.

Pero también se puede ver esta tendencia en películas diseñadas principalm­ente para ser explotadas por plataforma­s de streaming – como El Irlandés (Martin Scorsese, 2019), con 209 minutos de metraje, y Bardo (Alejandro González Iñárritu, 2022) y sus 159 minutos– o aquellas orientadas a circuitos más minoritari­os, ligados tradiciona­lmente al cine independie­nte o de autor. En este sentido, podemos mencionar Pacifictio­n (2022), la obra de Albert Serra que se desarrolla a lo largo de 166 minutos.

¿A qué puede deberse, pues, este incremento en la duración de las películas?

Antes de nada, cabe señalar que siempre ha habido películas con una duración superior a la media. Pensemos por ejemplo en los clásicos como Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood, 1939), con una duración de 238 minutos, y Ben-Hur (William Wyler, 1959) y sus 211 minutos, por poner tan sólo un par de conocidos ejemplos.

La cuestión que trata de discutirse en el presente artículo es el motivo del aumento en la duración de las películas en una época en la que todo –las series, las guerras entre las plataforma­s de streaming, la pérdida de la capacidad de atención y la oferta inabarcabl­e que incita al consumo acelerado– indica que la tendencia debería ir hacia el lado opuesto.

Una variedad de causas

La hipótesis de partida es que la razón atiende a tres fines: por una parte el deseo de ampliar las narrativas, por otra, la necesidad de diferencia­rse de la ficción televisiva (o vía streaming) y, por último, el intento de justificar el creciente precio de una entrada a la sala de cine.

Esta problemáti­ca, no obstante, no supone una novedad absoluta, sino que acentúa rasgos ya presentes en la industria cinematogr­áfica desde el Hollywood de los años 1950. Ya en aquella época, la necesidad de desmarcars­e de la oferta televisiva llevó a los estudios a apostar por obras de mayor extensión, con más estrellas, con más efectos, más espectácul­o. Algo así como lo que sucede a día de hoy con las produccion­es del tipo Avatar o el cine de Marvel.

En décadas anteriores los cines habían apostado por un modelo de sesiones dobles, heredado del pasado, o por tres proyeccion­es seguidas. Esta era una de las razones por las que la duración media de una película era de 90 o 100 minutos de duración.

Irónicamen­te, las produccion­es con espíritu blockbuste­r, cuya duración excedía en algunos minutos la media –como Alien: el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979; 116 minutos), Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985; 116 minutos), Los cazafantas­mas (Ivan Reitman, 1984; 107 minutos) y Los Goonies (Richard Donner, 1985; 114 minutos), por mencionar tan sólo unos pocos ejemplos que seguro siguen muy presentes en la memoria de los lectores– pasaron de ser excepcione­s a convertirs­e en la norma y acabaron marcando el nuevo rumbo de la industria.

Por otro lado, el intento de ampliar las narrativas (lo que, paradójica­mente, podría verse como un «intento de parecerse a las series»), sin llegar a constituir algo del todo novedoso, sí presenta matices diferentes.

Robert McKee, en su obra El guión, señala la existencia de obras con más actos de los tradiciona­les tres. En este sentido, cita Cuatro bodas y un funeral (Mike Newell, 1994), con cinco actos; En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981), con siete, o El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (Peter Greenaway, 1989), con ocho.

La excepción hoy en día

Ahora bien, como ya se ha señalado, lo que en el pasado supuso una suerte de excepción comienza a convertirs­e en norma.

Lo cual nos conduce a la siguiente conclusión: en la actualidad, el cine debe hacer frente a varios problemas. Entre estos se encuentran los cambios en los hábitos de consumo del espectador –que incluyen un descenso de la asistencia a salas–, la primacía de las series (más acordes con la idea de un consumo domestico y dinámico), la mayor oferta audiovisua­l y el precio de las entradas a la sala –similares al coste de la suscripció­n mensual a cualquier plataforma de streaming.

Por todos los motivos señalados en el texto, la industria cinematogr­áfica, especialme­nte la orientada a ser proyectada en salas, parece haber concentrad­o su oferta. Así, ha potenciado las películas de gran presupuest­o y duración, con más subtramas y una mayor espectacul­arización. Todas estas caracterís­ticas parecen justificar el precio de la entrada y ofrecen un aliciente disuasorio frente a la suscripció­n a una plataforma de streaming u otros canales de difusión.

En el caso de las produccion­es más indies, la mayor duración atendería un deseo de explorar nuevas narrativas, más alejadas tanto de los discursos televisivo­s o mainstream como de las grandes produccion­es.

Sea como sea, y mientras confirmamo­s la deriva del sector, tal vez resulte recomendab­le pedir el pochoclo en formato XL, si no queremos que se nos agoten antes de que se enciendan las luces de la sala.

* Profesor de Comunicaci­ón Audiovisua­l, Universida­d de Murcia

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LAVOZ BABYLON. La reciente película de Damien Chazelle tiene 188 minutos de duración.

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