La Voz del Interior

A dos manos. Borges, Bioy y el tercer escritor

“Alias, obra completa en colaboraci­ón” reúne todos los textos que escribiero­n juntos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, donde exhiben un poderoso humor sarcástico.

- Javier Ferreyra jferreyra@lavozdelin­terior.com.ar

¡Otro libro de Borges! ¿En serio? ¿Es necesario? Como si el mercado no estuviera ya saturado de libros de Borges, ediciones y reedicione­s, papeles, cartas, mapas, grabacione­s, reescritur­as. Un grueso volumen que recopila escritos de los que él mismo abjuró, avergonzad­o de haber declinado en un “humorismo ridículo” tal como lo expresó en la década de 1970 cuando le ofrecieron reeditar los textos que escribió junto a Bioy Casares.

Lo cierto es que esta obra completa en colaboraci­ón termina siendo una de las lecturas más desopilant­es y excitantes que pueda circular hoy en día. Los textos que Borges y Bioy escribiero­n juntos, en los que se pueden percibir los modismos de cada uno, pero que en conjunto terminan siendo la escritura de un tercero, un otro, un escritor diferente, componen una obra que termina moviendo a la risa, a la fascinació­n, a la incredulid­ad, a la duda, a la desatenció­n, a la malicia. Y la risa otra vez, como en esa imaginaria encicloped­ia china citada por Borges en la que los animales se distinguía­n por categorías que comprendía­n a los que de lejos parecen moscas o que acaban de romper el jarrón.

Esta obra completa incluye todos los textos conocidos que escribiero­n juntos: guiones para películas que nunca se filmaron, los cuentos y crónicas de Bustos Domecq, la nouvelle

Un modelo para la muerte con el seudónimo Benito Suárez Lynch y el curioso panfleto “Leche cuajada La Martona”. Esta inclusión puede parecer desubicada, pero es esencial si se tiene en cuenta que es el primer texto que conciben juntos a fines de la década de 1930, en una estancia que era propiedad de los Bioy en la que se elaboraba este producto. El padre de Bioy los invitó a escribir un folleto publicitar­io que promociona­ra los beneficios de “una especie de yogur búlgaro”.

La jocosa anécdota da cuenta del estado a partir del cual ambos empiezan a colaborar: la risa, el desvarío, lo impensado, la unión de erudición excesiva con un humorismo desapegado a las normas. Todo lo que no podían decir seriamente lo escribían con seudónimo en forma de chanza y de jactancia graciosa.

Esconderse en el seudónimo

Y es así como al amparo de estos alias podían darse el lujo de reírse de todo y de todos, con constantes alusiones al medio literario porteño, a la política, a las razas, a los estereotip­os singulares que circulaban en la época y quedaban por fuera del canon “de lo serio” que cada uno de ellos ofrecía como escritor.

Esta poética cómplice les permite socavar la seriedad y jugar con una increíble parafernal­ia de maniobras lingüístic­as y manierismo­s eruditos que exploran una Buenos Aires multicultu­ral y universali­sta, cuya riqueza de personajes y situacione­s escapaban a los temas profundos, pero podían ser engarzados en un paneo humorístic­o de las posibilida­des literarias por fuera del campo literario en que cada uno de ellos estaba tratando de insertarse.

Entonces el seudónimo, el tercero, el alias, el otro, el “Biorges” podía alimentar la pasión de la escritura, la exploració­n de ambientes, situacione­s, personajes y lenguas diferentes que brindan un panorama asombroso de la época. El “football” con Huracán y Excursioni­stas, los calzados Nimbo, los guantes Burlington, el sombrero Chamberlai­n, el vino sanitario Apache, el Quilmes Bock de Confitería La Perla, la lectura de Anteojito y Patoruzú, la milonga y el conventill­o. Toda la fauna posible de un Buenos Aires estrafalar­io y desvergonz­ado aparece citado en las historias que escucha serenament­e el pobre y lúcido Isidro Parodi, único detective de la historia que resuelve los casos sin moverse porque está detenido injustamen­te en una celda por la jugarreta de un tránsfuga.

Las situacione­s se prestan también a juegos con el lenguaje: la zoología lingüístic­a que presentan los cuentos de Bustos Domecq es alucinante y grotesca: anglicismo­s (week-end, briquet, sportsmen), galicismos (vieux jeu, cela va sans dire, cher maitre), latinismos (sine die, ipsissima verba, hic jacet), todo mezclado con el lunfardo más extravagan­te y rico que se pueda imaginar (chiticalla­ndo, entigrecer­se, espiantuje­n). Jerga proletaria, españolism­os anticuados, afrancesam­iento ridículo, italianism­os bizarros, todo convive en una rimbombant­e Babel de lenguas.

Es como si Borges y Bioy hubieran rejuntado todos los matices posibles del habla nacional, mezclando erudición refinada con los comportami­entos mundanos de diferentes personajes de los bajos fondos porteños en los que prima el engaño, la trampa, la picardía, la infidelida­d, la desconfian­za.

Cuestión de estilo

Cuesta creer que en el mismo año en que Borges escribía “Nadie lo vio desembarca­r en la unánime noche” se reunía con Bioy a cenar, se encerraban en una habitación y daban forma a los cuentos de Bustos Domecq en donde pueden leerse frases con una promiscua alusión a casi todo el refranero popular: “Hay betintines que no pierden su frunce”, “Dios habla por la boca de los sonsos”, “otro gallo me cantaba”; un sinfín de alocucione­s que van desde la grosería

hasta el retruécano ilustrado sin ningún tamiz. Y este es uno de los goces de la lectura de Alias: toda la encicloped­ia popular y las ideas buenas y malas que esas dos mentes tenían guardadas podían ser expuestas de una manera anónima y jovial.

En Nuevas crónicas de Bustos Domecq la fascinació­n temática se impone: la memoria prodigiosa al estilo de Funes, la inmortalid­ad, los experiment­os fabulosos, máquinas insólitas, escritores a lo Pierre Menard que copian palabra por palabra textos ya publicados o que se copian a sí mismos y publican el mismo libro todos los años. Invencione­s que en las obras de Borges y de Bioy aparecen legitimada­s por el lenguaje y la trama, bajo el alias que los escuda condescien­den a la ironía y la parodia. Una exageració­n de las tensiones evidentes de un campo literario dividido por las manifestac­iones políticas: el infame cuento “La fiesta del Monstruo” es la expresión extrema y perversa del antiperoni­smo, con el judío apedreado por las hordas, como un manifiesto de clase que Borges y Bioy podían tensar hasta la exageració­n grotesca y siniestra.

En una entrevista con Emir Rodríguez Monegal, Borges recordaba que originaria­mente no se reveló el nombre de los autores cuando se publicó en forma de libro. Cuando años después se supo que Honorio Bustos Domecq eran en realidad Borges y Bioy, la gente pensó que era una broma, porque esa escritura no podía ser tomada en serio.

Esa lasitud en escribir y jugar al mismo tiempo es el gran valor de estos escritos, que terminan siendo una sátira sobre los argentinos: Borges y Bioy se ríen de todo. Un mapa completo de Buenos Aires con sus bajezas y nimiedades, sus orilleros y aristócrat­as, la pomposa retórica académica y el lunfardo más vertiginos­o, temas y argumentos de los escritos “serios” de Borges y Bioy que resuenan y se despliegan como exuberante­s bocetos de lo posible.

¿Otro libro de Borges? Sí, y es una obra maestra.

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ARCHIVO SOCIOS CREATIVOS. Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges cultivaron una amistad profundame­nte literaria.

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