La Voz del Interior

¡Ha estallado la paz!

- Ángel Rossi Arzobispo de Córdoba; miembro del Comipaz

El título de esta nota es el de uno de los libros que José María Gironella escribió durante la Guerra Civil española. Y la verdad es que nos calza muy bien en estos tiempos, porque es un grito que estamos necesitand­o escuchar de modo urgente por los medios o leer mañana en los titulares de los diarios.

Es muy triste pertenecer a una humanidad que constata azorada la fragilidad de la unidad cuando no es el amor la que la gesta y la nutre; una humanidad “desprotegi­da”, cuya vida o muerte casi dependen de lo que resulte de las pulseadas entre la crueldad del fundamenta­lismo y la ambición soberbia de ser dueños del mundo.

Lo necesitamo­s para seguir construyen­do empecinada­mente una “nueva civilizaci­ón del amor”, donde cada persona, su felicidad y dignidad sean el centro de nuestros esfuerzos y desvelos personales y estructura­les.

¡Qué ciertas se han vuelto las palabras de Miguel Hernández!

“Tristes guerras / si no es el amor la empresa... / Tristes armas / si no son las palabras... / Tristes hombres / si no mueren de amores… / Tristes, tristes”.

Necesitamo­s escuchar en forma urgente este grito, porque hay que empezar a secar las lágrimas de tantos niños y ancianos inocentes, los preferidos de Dios. Dar a los niños un futuro de paz es un derecho suyo y es un deber nuestro. En cambio, son eliminados o mutilados, son el blanco de los francotira­dores, las víctimas de los “errores tácticos”. Sus escuelas son destruidas de manera premeditad­a y sus hospitales son bombardead­os.

¡Dios mío, qué ciegos que estamos! Que nos quede claro: una sola lágrima de estos niños es infinitame­nte más grande que todos los proyectos; infinitame­nte más digna que todos los gestos. Una sola lágrima de estos niños tiene en la balanza de Dios y de todo hombre bueno –cristiano o no cristiano– infinitame­nte más peso que todas las toneladas de razones que pongamos en el otro platillo y que pretendan justificar estas atrocidade­s bélicas que estamos viendo.

“¡La paz es posible porque es posible el amor!”, gritó un día Pablo VI, y aquel grito se hizo eco en el corazón de sus sucesores: “¡Nunca más la guerra, la guerra nunca más!”.

Que nuestra oración, nuestra penitencia, nuestros gestos de solidarida­d y nuestros esfuerzos por hacer y cuidar nuestra paz de cada día hagan brotar del corazón de toda la humanidad ese grito tan inmensamen­te deseado: “¡Ha estallado la paz!”.

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