La Voz del Interior

Antes era el progreso; ahora, la libertad

- Edgardo Moreno emoreno@lavozdelin­terior.com.ar

Los tres están incómodos en la posición que ocupan, pero no la dejan. Mientras tanto, corren a toda máquina buscando un lugar distinto.

Cristina Kirchner anuncia que encabezará en un acto los funerales de su candidatur­a. Sin reconocer el fracaso de la presidenci­a que delegó en Alberto Fernández, juntará a su tropa para pedirle al resto del peronismo que la dejen elegir otro vicario, otra vez.

Alberto Fernández se pasea por Olivos como un jubilado sin cargo y despunta el vicio político volviendo a hacer lo que hizo mientras estaba en el llano: irritar a Cristina. Habla del “descuido ético” de la vice con Lázaro Báez como quien comenta indolente los versos de Evaristo Carriego sobre la costurerit­a que dio el mal paso.

Sergio Massa es el único de los tres que sigue pensándose candidato. En lugar de un “plan platita”, anuncia un “plan tarjeta”. Consiste en que las familias se endeuden a tasas usurarias al ritmo de la inflación.

El equipo de economista­s de la Bolsa de Comercio de Córdoba reveló ayer un dato escalofria­nte: el Banco Central emitió durante el actual gobierno el equivalent­e a cuatro bases monetarias para financiar el déficit fiscal. El financiami­ento monetario al Tesoro demandó una emisión promedio de una base monetaria por año: en perspectiv­a, algo así como cinco puntos del producto cada 12 meses.

Frente a esa montaña de pesos girados en descubiert­o, Cristina Kirchner

todavía se resiste a admitir que eso tenga relación con la inflación, que ya superó los tres dígitos interanual­es. Sergio Massa lo considera una proeza que justifica su aspiración a la presidenci­a y anuncia como una genialidad económica comprar la polenta en cuotas. Y Alberto Fernández toca la guitarra.

Sol del 25

Ninguno de los tres admite realmente la necesidad de abocarse a una transición. Como dice el dicho español, todavía quieren ser la novia en la boda, el niño en el bautismo y el muerto en el entierro. Su porfía sería inocua si no fuese que son los responsabl­es de entregar el gobierno, lo menos dañado posible, dentro de 200 días. Podrían hacer un acto bajo el sol del 25 para recordar esa responsabi­lidad. Pero aquellos días de mayo, con Saavedra, Moreno, Belgrano y Castelli, son para ellos un olvido huero. Celebrarán como fecha patria el día partidario en que agarraron la lapicera.

La estratega mayor del oficialism­o admite que al menos dos tercios del electorado les dieron la espalda siguiendo proclamas de libertad. Inesperado desenlace. Hace sólo tres años, subido al manejo audaz de una emergencia sanitaria, la misma facción política que todavía gobierna había encontrado por fin el sueño de su modelo político, económico y social. Extendiend­o sin razones lógicas una rígida cuarentena, aplicaron al extremo su idea de una economía improducti­va, de consumo financiado totalmente por el Estado, con un control policíaco de la vida social.

Todavía hoy los tres principale­s referentes de la coalición de gobierno defienden sin un atisbo de vergüenza el desmanejo que hicieron durante los días de peste. ¿Y se sorprenden de la reacción iracunda contra el Estado omnipresen­te y la adhesión a los discursos que reivindica­n la libertad?

Nueva disputa ideológica

No sólo a ellos los interpela la novedad. Hoy que deambulan entreverad­os en sus disputas internas, los principale­s dirigentes de Juntos por el Cambio parecen haber olvidado los días en que encabezaba­n los banderazos contra las derivas autoritari­as del Estado de excepción. ¿Qué otra cosa lideraban sino un reclamo genuino de libertad? Patricia Bullrich caminó las calles vedadas a la protesta; Horacio Rodríguez Larreta encabezó la respuesta institucio­nal más atinada, cuando el fundamenta­lismo sanitarist­a promovía restringir sin límites el derecho a la educación.

Esos mismos dirigentes están hoy en el medio de una nueva disputa ideológica que se desarrolla, tumultuosa, en los cimientos de la sociedad argentina.

Años atrás, durante la hegemonía cultural del kirchneris­mo, la oposición le regaló la idea de progreso a una facción política que saqueó al Estado en nombre del progresism­o. Hoy esa misma coalición tiene una amenaza distinta: desde una facción no menos intolerant­e que el kirchneris­mo están intentando arrebatarl­e la idea de libertad.

Aquellos que defendiero­n ese valor cuando el poder oficial era apabullant­e, son objetados como si fueran brahmanes de una misma casta. La libertad alternativ­a que les proponen consiste en vender riñones, contraband­ear infantes, armar a las víctimas antes que desarmar a victimario­s, preservar la moneda por la vía de su defunción.

Si a los mismos opositores que se dejaron birlar la mejor idea de progresism­o les sucede ahora que les expropian su mejor noción de la libertad, las excusas de la interna perpetua no serán suficiente­s. No habrá pretextos válidos para una segunda y definitiva derrota cultural.

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LA VOZ/ARCHIVO DEFINICIÓN. Como en 2019, Cristina Kirchner quiere imponer el candidato.
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