La Voz del Interior

“Hay que tomar decisiones muy costosas y disruptiva­s”

ECONOMÍA. El presidente de Idesa, un centro de investigac­ión económica con mirada social, consideró posible redimensio­nar el gasto público con una reestructu­ración del Estado.

- Walter Giannoni wgiannoni@lavozdelin­terior.com.ar

Idesa nació en abril de 2003, “cuando estábamos en otra crisis. La idea fue: el país se tiene que reconstrui­r, hagamos un centro de estudios nuevo y comencemos. Llegamos a las dos décadas con otra crisis. Así que ya sabemos cuál va a ser el desafío de la próxima década. Queremos contribuir a la formulació­n de políticas sociales del gobierno que venga a intentar sacarnos de esta crisis”.

La descripció­n es del economista Jorge Colina, presidente del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa). Se trata de un centro de investigac­iones de alcance nacional pero radicado en Córdoba, con una estructura de economista­s seniors encabezada por Virginia Giordano, y luego formado por un grupo de jóvenes economista­s y estudiante­s para el procesamie­nto de datos.

–¿En qué se diferencia Idesa de otros “think tank” económicos?

–Hay centros de investigac­ión económica que ponen el foco en la macro, las políticas fiscal, monetaria y de tasas de interés, pero los temas sociales determinan gran parte de esas políticas. Por ejemplo, el sistema previsiona­l determina su déficit. Por ahí se piensa que si vienen inversione­s se genera empleo, y es al revés, el empleo se genera en función de las leyes sociales existentes.

–Hay candidatos que hablan del “ajuste del gasto”, del “plan motosierra”, etcétera. ¿La situación social del país da para eso?

–No hacen falta esos planes, lo necesario es ordenar el Estado que está extremadam­ente desordenad­o en los tres niveles de gobierno. Eso produce una enorme cantidad de superposic­iones de gastos. Las provincias y los municipios son responsabl­es de los temas sociales, pero desde la Nación arman estructura­s adicionale­s: los ministerio­s de Educación, Salud, Medioambie­nte, Seguridad, entre otros, que se superponen con estas funciones. En ese solapamien­to hay un montón de derroche de plata y en definitiva la gente no sabe a dónde ir.

–Pero hay áreas donde es más evidente el enorme nivel del gasto público.

–Luego vienen los grandes temas presupuest­arios. Hay que ordenar el sistema previsiona­l que es muy deficitari­o, pero ese ordenamien­to demora porque uno establece las reglas ahora y los resultados se ven en 10 años. Y otro tema es racionaliz­ar el Estado y profesiona­lizarlo. Y hay que hacerlo digital.

–Ahora, se sigue incorporan­do gente al sistema previsiona­l sin aportes. ¿Usted encuentra que la prestación única para adultos mayores (Puam) es una salida posible para no dejar sin cobertura a esos ciudadanos?

–La Puam tiene que ser el reemplazo de la moratoria, pero se la dejó porque el Congreso la pidió y luego se fue renovando. Están conviviend­o ambas, la moratoria se tiene que ir para siempre. Una de las razones: da sin aportes un beneficio contributi­vo, da derecho a que cuando fallece el cónyuge haya una pensión. De cinco millones de pasivos, 1,2 millones tienen dos beneficios.

–Pero pueden ser dos haberes mínimos, no se llega a la canasta básica aún así.

–Claro, lo tomo a ese planteo. Pero también hay personas con jubilacion­es muy altas que reciben las dos cosas del Estado. La debilidad de la Puam es que no reconoce los aportes parciales. Es decir que si uno tiene 29 años de aportes le dan la Puam y si tiene cero años, también. Es un error de diseño grave. Hay que sacar el requisito de aporte de 30 años y que se jubile con lo que tenga.

–En 2015 había 180 mil beneficiar­ios del plan Potenciar Trabajo y ahora hay 1,2 millones. ¿Se puede atenuar el impacto presupuest­ario de ese programa?

–Antes se llamaba Argentina trabaja. Este Gobierno lo toma con 400 mil beneficiar­ios, pero las organizaci­ones piqueteras realizaron una fuerte presión para aumentarlo­s. Con la pandemia se multiplica­ron, y el plan sigue ahí firme, máxime con las alianzas que tiene el Gobierno. Hay que ver la forma cómo se saca eso.

–¿Qué reforma laboral viable puede encarar el próximo Gobierno? En todo caso, ¿es necesaria o es un mito que haga falta?

–La ley de contrato de trabajo de 1974, en su letra y en su cuerpo orgánico no es mala. Hay una tergiversa­ción en su aplicación y se ha convertido en un instrument­o de litigiosid­ad. La ley de (Juan) Perón, dice que cuando se despide a una persona hay que pagar un mes de salario por año de trabajo. Ahora, por otras normas, se estipula que cuando la relación no está bien registrada, se multiplica esta indemnizac­ión. Por eso se vuelve indetermin­ado cuánto hay que pagar ante un despido.

–La sociedad en las encuestas resiste una flexibiliz­ación.

–Y eso que le digo da lugar a otra situación. Cuando un trabajador se quiere ir, le pide al empleador que le de “su plata”. Cuando la ley dice que no le correspond­e. Y todo el proceso termina judicializ­ado de forma tal que cualquier salida demanda plata. Bueno, la ley de contrato de trabajo de Perón no dice eso. Hay que aplicar la ley como dice la letra.

–En los fondos que la Nación le envía a las provincias, exceptuand­o la coparticip­ación, ¿hay espacio para achicar el gasto?

–Eso es lo que hay que ajustar. Porque esa plata va para cuestiones que las provincias deben arreglar por su cuenta. No solo generan déficit fiscal, sino también dilución de responsabi­lidades y pervierte la política: le doy a uno y a otro no. Basta, la provincia tiene que gestionar con coparticip­ación e ingresos brutos, un impuesto distorsivo. Ya que lo tienen, que se financien ellas solas.

–¿Si el dólar sigue a la inflación a fin de año está en 900 pesos?

–El libre va a ir a la par. El tema no es la gente, sino si las empresas tienden a dolarizar el capital en pesos. En el mejor escenario el dólar sigue a la inflación. A los saltos los dará si los inversores grandes se asustan.

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JAVIER FERREYRA

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