La Voz del Interior

Auge y caída del populismo kirchneris­ta

- Daniel V. González Analista político

Contradici­endo la sentencia del poeta Alfredo Le Pera, que otorgaba un carácter efímero al período de dos décadas, es probable que los últimos 20 años a muchos de nosotros nos hayan parecido eternos. Hemos vivido el auge y la decadencia de otro experiment­o populista, con su parábola de manual y su impotencia histórica.

En las primeras páginas de El 18

Brumario de Luis Bonaparte, Marx corrigió a Hegel. Este había apuntado que la Historia ocurre dos veces y su discípulo aceptó esa observació­n, pero agregó que la primera vez acontece como tragedia (es decir, en serio) y la segunda como comedia (o sea, con ribetes farsescos).

El peronismo se empeña en reproducir una y otra vez aquella escena del 17 de octubre de 1945, cuando su líder fue rescatado de la prisión de Martín García por trabajador­es que espontánea­mente se trasladaro­n hacia la Plaza de Mayo superando cualquier obstáculo. Por estos días, en cambio, es preciso inventar una proscripci­ón y conminar a intendente­s, sindicalis­tas y gobernador­es para que cada uno envíe ómnibus repletos de manifestan­tes, con viáticos pagos, para recrear aquel episodio épico.

Antes y ahora

El peronismo, versión local del populismo, muestra ya signos de agotamient­o y una carencia de respuestas a los problemas concretos y crecientes que exhibe la situación social y económica del país. Hoy ya es evidente su ausencia de reacción. Sólo atina a maniobrar para que sea el próximo gobierno el que, cuando intente reacomodar las variables más esenciales, reciba en plena cara el impacto de un estallido inevitable.

Aquel peronismo vigoroso de la posguerra era parte de un torrente de movimiento­s similares que aspiraban a romper vínculos con las metrópolis que, tras el conflicto bélico, lamían sus heridas y procuraban recuperar su prepondera­ncia en el escenario mundial.

La abundancia de recursos hizo que Argentina pudiera construir la ficción de una prosperida­d sin límites, basada en la apropiació­n de una parte de la renta agraria, proteccion­ismo industrial, aumentos salariales y leyes sociales que no podrían mantenerse en el tiempo sin que el país diera un vuelco productivo esencial. Ocurrió lo inevitable: tras el agotamient­o del stock inicial de reservas, y pese a las correccion­es “neoliberal­es” de su segundo gobierno, Juan Perón no pudo eludir la decadencia.

60 años después, con los Kirchner en el poder, la cadencia de expansión y agotamient­o se repitió. Los altos precios de las commoditie­s permitiero­n construir nuevamente la idea de una prosperida­d fácil, con acceso a altos ingresos individual­es, con un mínimo esfuerzo, mediante la apropiació­n de una parte de los ingresos del agro y el financiami­ento de la banca internacio­nal.

Es esto lo que ahora terminó.

Soluciones sin dolor

Este ciclo de auge y decadencia es inevitable en el populismo. Agotado el impulso inicial, generalmen­te fundado en una situación excepciona­l y transitori­a de abundancia, sobreviene la caída y la falta de respuestas.

Esta situación es en general atribuida a los malvados que quieren impedir el desarrollo del país (imperios, medios hegemónico­s, corporacio­nes). Sin resultados palpables, las realidades adversas son sustituida­s por un discurso cada vez más radicaliza­do, que busca instalar una épica heroica en la que un grupo de dirigentes sin respuestas se atribuye la representa­ción de los pobres y marginados, y señalan a los ricos como responsabl­es de los padecimien­tos y las postergaci­ones de franjas crecientes de la población.

A la oposición se le reclama algo que nunca podrá cumplir. Se le pide que encarrile al país en la ruta del crecimient­o, que este cambio sea instantáne­o y que no signifique dolor para nadie.

Incluso quienes claman hasta la afonía por transforma­ciones drásticas no están dispuestos a soportar la parte de costos que caerá sobre ellos. Así le ocurrió a Mauricio Macri. La primera mitad de su gobierno fue gloriosa: blanqueo de capitales, reconocimi­ento a los jubilados, disminució­n del impuesto a los bienes personales. Pero ningún ajuste importante. La mayoría ratificó su apoyo al presidente en los comicios de medio término.

En la segunda mitad, todo cambió. Había que hacer el ajuste, pues ya no recibiríam­os nuevos fondos. Se retiraron subsidios y se redujo el gasto público y el déficit fiscal. Entonces, los votantes se enojaron y una parte dejó de apoyarlo. Esta es la dinámica del péndulo argentino. Los cambios que se reclaman tienen costos. Y nadie está dispuesto a pagarlos.

Peronismo y kirchneris­mo

Tras 20 años de predominio K, todavía hay quienes señalan esta versión como un apartamien­to del peronismo original, el de Perón y Evita. Incluso se establece una diferencia entre el gobierno de Néstor Kirchner y el de su esposa. Se pretende que los primero cuatro años del kirchnerat­o fueron gestionado­s con inteligenc­ia y que después, con la asunción de Cristina Kirchner, todo se desmadró por pura falta de habilidad de la actual vicepresid­enta.

El regreso de la inflación correspond­e a los gobiernos de Cristina y es correlativ­o con el aumento del gasto y del déficit, utilizados para compensar la caída de los precios internacio­nales de nuestras exportacio­nes y la resistenci­a del agro a un aumento de las retencione­s.

De tal modo, esta versión del peronismo es genuina y reproduce las ideas y las obsesiones del peronismo primigenio. Es el peronismo el que no tiene respuestas.

El peronismo, versión local del populismo, muestra ya signos de agotamient­o y una carencia de respuestas a problemas concretos.

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LA VOZ ARCHIVO NÉSTOR Y CRISTINA. El movimiento que crearon cumple 20 años.
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