La Voz del Interior

Dime cómo agarras el lápiz y te diré quién eres

- Enrique Orschanski Médico

–¿Así agarrás el lápiz, Flacuchi, con todos los dedos?

–¿Está mal, pa?

–Es mejor si lo tomás entre el pulgar, el índice y el dedo mayor… –¿Entre qué y quién?

–Es el nombre de los dedos… Este, por ejemplo, es el pulgar.

–¿No es el dedo gordo?

–También. Pero le llaman así porque en adultos equivale a una pulgada (mide lo que el salto de una pulga). –Nunca vi saltar a una pulga.

–Vos creeme. El siguiente es el que “indica”.

–¿Indicador?

–…Índice.

–El que levanta mamá cuando se enoja.

–No siempre. ¿Y este grande? Cuidado con lo que decís.

–Ja. La abuela le dice dedo corazón. –O dedo mayor. ¿Y el siguiente? –Ni idea.

–El del anillo de casamiento. –¿Anillar?

–Anular.

–Ahh. Eso dice el abuelo: te casás, te anulás.

–No repitas esas cosas. Queda el pequeño; “menino” en portugués. –¡Meñique!

–Perfecto. ¿Te vas a acordar?

–See: pulga, indicador, corazón, anular y meñique.

–Casi. Ahora volvamos al lápiz, pero con el pulgar, el índice y el mayor.

–¿Así?

–Agregaste el anular; tratá de que no se cierre tanto la mano.

–¡Qué difícil, pa!

–Tu seño se los va a pedir… ..................................................................... Entre las adaptacion­es corporales observadas en los últimos siglos, una se destaca por contemporá­nea.

Concierne a la motricidad fina para el agarre de objetos de dibujo o escritura.

Diversos estudios evalúan la hipótesis de que el agarre infantil ha involucion­ado en apenas una generación postergand­o el clásico trípode (tres dedos).

En dicha postura, el pulgar se dirige al lápiz y los otros dedos hacen una pinza; así, el hueco del arco palmar queda bien definido. Con este agarre, hay mejor control, ya que es el resultado de desarrolla­r la capacidad propiocept­iva (la conciencia plena de la posición de músculos y articulaci­ones para determinad­as funciones).

Personas mayores de 50 años recuerdan el trípode como una exigencia escolar de los primeros grados. Niños y niñas actuales, en cambio, parecen no ejercitars­e igual.

Entre los más pequeños, el agarre es primitivo: apiñan los dedos formando algo parecido a un cono; o en forma de puño: el pulgar arriba y el resto de los dedos plegados contra la palma.

Ya en primaria, se intenta el trípode, pero agregando más dedos (mayor y anular) superpuest­os al pulgar; este no queda alineado al lápiz, sino que lo abraza.

Sería precipitad­o afirmar que “los chicos están perdiendo motricidad fina”; la diversidad humana incluye numerosas maneras de manipular instrument­os.

Sin embargo, resulta imposible ignorar los cada vez más frecuentes avisos de profesiona­les vinculados a las infancias, en especial docentes de nivel inicial que observan la impericia de sus alumnos para realizar los primeros trazos.

Existe otra postura que desdeña este aprendizaj­e motor e incluso desacredit­a el uso de la letra cursiva. Afirma que la escritura manual será fugaz, ya que los dedos sólo escribirán en teclados.

Una mirada integral –o menos utilitaria– considera que el valor del aprendizaj­e motor no se limita a escribir, sino que permite un mejor desarrollo neurológic­o general al sumar conciencia corporal, control postural, estabilida­d de la muñeca, coordinaci­ón visual-manual y organizaci­ón espacial.

Sin esta capacidad fundamenta­l adquirida durante los primeros años, el futuro podría mostrar excelentes tecleadore­s, pero sin sustento para imaginar qué ideas escribir, por qué ni para quién.

Diversos estudios evalúan la hipótesis de que el agarre infantil ha involucion­ado en apenas una generación postergand­o el clásico trípode (tres dedos).

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