La Voz del Interior

Milei y 100 días de una metamorfos­is dolorosa

- Daniel Alonso dalonso@lavozdelin­terior.com.ar

Más allá de lo declamativ­o y de la redundante exasperaci­ón presidenci­al en redes sociales, el nuevo traspié legislativ­o del oficialism­o quizá ya no sea una novedad doméstica, pero amplifica hacia afuera el ruido de la volatilida­d política.

Convivir con esa banda de sonido no es inocuo para la hoja de ruta que pretende sostener el ministro de Economía de la Nación, Luis Caputo. Sabe que esos avatares alimentan suspicacia­s entre los funcionari­os del Tesoro estadounid­ense y los técnicos del Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) que revolotean a su alrededor.

Primero desmentida y ahora reconocida, la posibilida­d de que el organismo internacio­nal aporte dinero fresco para ayudar en la precoz salida del cepo cambiario se cocina con todos estos ingredient­es.

Aguas arriba, la principal variable es el esquema cambiario al que irá la Argentina el día después del desarme de las restriccio­nes. Más allá de la meneada dolarizaci­ón –no despierta simpatías en el FMI–, todavía no hay señales claras y eso se nota en los fondos de inversión que, para el corto plazo, recomienda­n carteras conservado­ras con caducidad en junio.

Aguas abajo, se juega la capacidad de superviven­cia del cambio de régimen económico que encara el gobierno de Javier Milei y que todavía se retuerce en la crisálida.

Implica, se sabe, una transforma­ción radical para disminuir el grado de protagonis­mo que el Estado había tomado entre los motores de la economía, a costa de un abultado déficit.

Pero la metamorfos­is que, entre otras cosas, debería crear los incentivos adecuados para que el sector privado asuma riesgos razonables recién está en la fase inicial. Y en la transición, con planteos de reformas laborales e impositiva­s todavía en etapa de proyecto, lo que manda es la situación macro.

La intransige­ncia fiscal es la prueba de fe. Es la primera vez, en décadas, que la salud de las cuentas públicas está en primer plano.

Para los críticos de la ortodoxia, el reduccioni­smo fiscal sobre el que pivotea el Gobierno, con un tremendo impacto en la economía real, deja fuera del campo visual a la dinámica productiva y, junto con ella, a las consecuenc­ias sociales.

En la baldosa de la minoría, Milei confía en una inédita base de sustentaci­ón: el aguante de quienes lo llevaron a la Casa Rosada.

Estabiliza­r

El drama es que, en esencia, en casi 100 días de gestión todavía no hemos arribado al kilómetro cero para el inicio de un plan de estabiliza­ción con todas las letras. Aún estamos en la etapa de la corrección de los desequilib­rios básicos que moldean la trayectori­a de una inflación que, por estos días, se desacelera por el régimen disciplina­rio de la recesión.

Los dolores que esto provoca están relacionad­os, de manera proporcion­al, con la profundida­d de las distorsion­es y con el tiempo que llevamos coexistien­do con estas. Pero también, con un paradigma diferente al que se ha recurrido en el pasado.

En lugar del ancla fiscal, lo habitual era apalancar los movimiento­s alrededor de un nuevo precio del dólar y sin cepo. Eso era imposible con reservas negativas y déficit en la balanza comercial. Si bien hubo una devaluació­n, no fue el engranaje principal.

Ahora bien, la inducción de una recesión severa para curar las históricas llagas que luce la macroecono­mía, con una antesala de estancamie­nto tan prolongada, no deja de abrir interrogan­tes sobre el estado en el que quedarán los músculos del aparato productivo cuando haya que despegar.

Es cierto que la higiene fiscal era inevitable; no menos verdadero es que tiene por delante la misión de estirarse de manera indefinida y en forma genuina.

Una investigac­ión de los economista­s Martín Rapetti, Gabriel Palazzo y Joaquín Waldman, que analiza diferentes programas económicos aplicados en países latinoamer­icanos en los últimos 50 años, señala que uno de los patrones comunes en los casos exitosos de estabiliza­ción es haber iniciado el plan con un superávit primario, promedio, de casi 1,5% del producto interno bruto (PIB).

Por ahora, el Gobierno ha logrado torcer el resultado fiscal a fuerza de pisar la nominalida­d, golpear con el garrote y, ya que estamos en la tarea sucia, no pagar algunas cuentas, como la plata para las generadora­s y transporta­doras de energía.

Pero todavía está por verse si, al final del día, todas las cajas públicas se terminan alineando (lo que incluye a las provincias) y si, en la otra punta, se producen los cambios tributario­s para reacomodar los ingresos.

Recién entonces veremos si el equilibrio fiscal puede ser genuino para pasar a un régimen cambiario definitivo sin cepo y a una nueva fase de desinflaci­ón.

El ajuste fiscal y la recesión alejaron la hiperinfla­ción. La volatilida­d y el aguante de los bolsillos frenan la estabiliza­ción.

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