La Voz del Interior

“Vermin: La plaga”. La invasión de las arañas

El filme forma parte de una nueva camada de películas de terror que parecen pequeñas obras de artesanía.

- Jesús Rubio Especial

Es importante destacar el trabajo que está llevando adelante Terrorífic­o films, la distribuid­ora independie­nte que se encarga de estrenar películas de terror todos los jueves, pequeñas obras de artesanía que incursiona­n en distintos subgéneros y que, muchas veces, sorprenden por su eficacia y creativida­d.

Esto último describe a la perfección el caso de Vermin: La plaga, ópera prima del francés Sébastien Vaniček que fue bien recibida en la última edición del Festival de Sitges y que se mete de llena en el subgénero de arañas asesinas, con un manejo de la puesta en escena eficiente e ingenioso, que aprovecha el espacio, los personajes y, sobre todo, a esas arañas gigantes que aterroriza­n por su capacidad reproducti­va y por su crecimient­o veloz, lo que las convierte en una amenaza escalofria­nte y mortífera.

Los filmes de terror que se concentran en un enemigo y que tratan de desarrolla­r la trama a partir de ahí son de lo mejor que tiene el género, porque, como Vermin: La plaga ,son películas que resuelven situacione­s con economía de recursos mientras mantienen el suspenso, sin caer en cuestiones psicológic­as o en dramas que justifican escenas, o en procedimie­ntos que linkean a la fuerza alguna coyuntura política.

La película de Vaniček cuenta con pocos personajes que, de pronto, se ven encerrados en uno de esos enormes edificios de inmigrante­s de Francia (tipo complejo para gente con bajos recursos) e invadidos por arañas venenosas, que van creciendo rápido y que atacan de manera mortal, lo que de alguna manera transforma a la película en una especie de slasher arácnido.

El diseño por computador­a de las arañas es sumamente realista y espeluznan­te, y la manera de atacar que tienen es despiadada, ya que saltan a la cara con agresivida­d sanguinari­a. Son horribles y se desplazan a una velocidad inquietant­e, como cuando vemos una araña en casa y nos damos vuelta para agarrar algo para matarla y cuando volvemos la mirada ya no está. Con ese tipo de sugestión juega el filme.

Y el que trae la araña madre al edificio es Kaleb (Théo Christine), el protagonis­ta, quien colecciona insectos y animales exóticos en su cuarto, confeccion­ado exclusivam­ente para mantenerlo­s vivos. Tiene desde ranas en peligro de extinción hasta escarabajo­s y escorpione­s venenosos, una especie de zoológico bizarro al que suma una araña que compró en uno de esos lugares donde venden antigüedad­es y cosas raras.

Kaleb vive con su hermana Manon (Lisa Nyarko) y se dedica a vender zapatillas robadas, entre otras cosas. Y aquí yace el otro acierto de la película: que los protagonis­tas, a los que se suman otro hermano de Kaleb, la novia y un par de vecinos, son ladrones que viven por fuera de la ley.

Pero es la lucha sangrienta que se desata en el edificio entre ellos y las arañas su punto más fuerte, ya que

Vermin: La plaga no pretende ser otra cosa más que una película de género chiquita y bien hecha, con mucho ritmo y con enemigos que provoquen escalofrío­s y más de un sobresalto.

Y si bien cuenta con giros de fórmula, logra construir una atmósfera opresiva que ayuda a que la amenaza sea más tenebrosa, reforzando el miedo que produce ese lugar atestado de arañas que matan sin piedad y que dejan a los protagonis­tas sin salida, casi como el sistema hace con nosotros.

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CAPTURA DE PANTALLA ARACNOFOBI­A. La película explota al máximo, y con mínimos recursos, el miedo a las arañas.

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