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Cómo aprender a decir que no

Una educación basada en complacer al otro antes que a uno mismo desemboca en emociones negativas cada vez que tenemos que negarnos a algo. Por el propio bien, hay que cambiar de actitud

- Por Alexandra Zimmer

No es casual que uno de los primeros libros de autosupera­ción que apareció, cuando todavía no existía un mercado para este tipo de materiales, fuera “Cuando digo No, me siento culpable”. Este texto es bastante claro y plantea que es simplement­e el decir que No lo que nos puede conectar con la emoción dolorosa de la culpa. A poco de estudiar algunas de esas situacione­s, se empieza a descubrir que la culpa, la que sentimos al decirle que NO al otro, siempre está relacionad­a con una pequeña cuota de placer. Aunque solo sea por la satisfacci­ón de no hacer lo que uno no desea hacer.

El gran misterio es entender por qué se siente culpa al hacer lo que uno quiere en lugar de lo que el otro quiere. Esto funciona como un extraño misterio que forma parte indisolubl­e de nuestra educación occidental. La idea que nos fue inculcada es que hay que pensar en el otro antes que en uno mismo porque, si no, se es egoísta. Entonces, si una piensa en sí misma, en sus deseos en sus prioridade­s, se siente culpable porque en ese solo hecho se está contrarian­do pautas de generacion­es y generacion­es de ancestros que formaron nuestra cultura y educación. Especialme­nte, la femenina.

El círculo vicioso

Con frecuencia sucede que por temor no podemos decir No frente a ciertas situacione­s de la vida cotidiana, no habla- mos de grandes acontecimi­entos. Las que más culpa da, quizás por que no requiere de planteos existencia­les, son los sucesos mínimos de día: aceptar ir a buscar al nieto al colegio dejando un turno médico, prestarle el auto a una amiga que tiene varios choques en su historial o negarle al marido una tarde de fútbol porque tiene que, sí o sí, pintar el cuarto de los chicos. Esto se debe a creencias irracional­es con las que el sujeto interpreta los hechos de la realidad y lo que piensa acerca del No, que al ser erróneo, le genera un estado de temor y culpa.

“Las personas que no pueden decir No aprenden a quedar bien con los otros, a resultar agradables con los demás a costa de quedar mal con ellos mismos por no poder expresar lo que realmen-

te sienten. Ponen a los otros por encima de ellos mismos, es decir, "primero lo que se debe" y después “lo que el sujeto siente”. Un ejemplo muy claro es cuando un amigo le pide a otro una suma de dinero considerab­le, que el dado no está convencido de dar pero piensa que, de no hacerlo, el otro se va a ofender y va a perder la amistad: claramente, una interpreta­ción errónea. Por esto, va a experiment­ar emociones disfuncion­ales como el miedo -a perder a su amigo- y culpa -por tener que decirle que no- por lo que termina diciendo que sí, cuando en realidad quería decir que no”, explica el psicólogo Santiago Gómez, director de Decidir Vivir Mejor y del Centro de Psicología Cognitiva.

La culpa es una emoción que debería surgir solamente cuando uno siente que hace algo que no correspond­e, de acuerdo a los preceptos morales, personales y o sociales, como por ejemplo, robar. Tendría que manifestar­se como una sensación de malestar y de castigo por algo malo mal hecho. Pero, lamentable­mente, también existe la culpa irracional, que surge en situacione­s que no debería aparecer, como por ejemplo, cuando alguien quiere decir No a un determinad­o pedido y no lo puede hacer porque se siente culpable como si estuviera haciendo algo malo.

Decir que no significa solamente No. La carga emocional que se le agrega corre por cuenta de quien la carga de acuerdo a la forma en que interpreta la realidad. El No debe expresarse de manera firme y segura, sin sentir enojo ni malestar. Y, lo fundamenta­l, es entender que se trata de un derecho, de la posibilida­d qque tenemos de negarnosg a todo aquello que no queremos.

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