Ojalá te ENAMORES (La peor maldición)
Ojalá te enamores”. Así reza una maldición árabe. O gitana. No sé bien. Lo cierto es que su origen es tan incierto como el del sujeto que, de pronto -y de la nada-, irrumpe en la vida de una para desestabilizarla. “Ojalá te enamores”. Con toda la fuerza. La peor maldición. Más que un buen deseo, una sentencia mortal.
El enamoramiento es un estado de desquicio. De idiotez absoluta. De descontrol de las funciones más elementales de la cotidianeidad. Una se vuelve estúpida, no reflexiona ni entra en razones. Se vuelve tonta. Dependiente. Pierde los reflejos. Los síntomas son claros y espantosos. Y se manifiestan ante la sociedad cuando una logra mas- cullar la frase letal: “Estoy enamorada”. ”
Hay maneras de evitar que la enferrmedad se vuelva irreversible. Una de e ellas es estar alerta ante los siguientes s síntomas:
Una comienza a idealizar. Él se trans-sforma en Dios. El único. El mejor. Todo lolo que hace es lindo, dulce y enternecedor.or. Hasta cuando se hurga la dentadura conon un escarbadientes. O se rasca la orejaja con la Montblanc. Es que él es taaan en-encantador que todo se le puede permitir..
Un llamado telefónico del sujeto elegido es una dul
ce melodía. Saber que se acordó de una es suficiente para iluminarnos la vida durante una semana. Una magnifica cualquier gesto en la errónea idea de que “él” está rendido de amor.
Comienza el efecto yoyó sobre el peso corporal. Durante el primer tramo del encantamiento aparece la cerrazón estomacal. Los bombones que, hasta entonces, eran una trampa mortal se vuelven tan poco atractivos como un recital de La Nueva Luna. El poder del amor puede hacer eliminar en tres días el sobrepeso de tres años. El caos se desata si aparecen los problemas en la relación. Allí comienza el rebote y la revalorización de los alfajores. Es el comienzo de la debacle.
Se resiente la productividad laboral. Los compañeros de tareas son “sombras nada más entre tu amor y mi amor”, y las horas se consumen en la espera de un e-mail o un llamado. Las empresas tiran el sueldo en un ente estúpido e improductivo. Una.
Cualquier frase del Romeo aparece como un escrito de
William Shakespeare. Una atribuye al candidato una intelectualidad inexistente. Sorbe sus palabras. Adora su verba. CuCuando, al tiempo, una despierta a la impiadodosa realidad, el escriba prolífico se muestrtra como lo que es: un aprendiz de poeta.
Los amigos son las víctimas más sufrfrientes del maleficio del enamoramiento. Son esclavos sin horizonte de libertad del relato obsesivo. Es que el monstruo más aabyecto se vuelve glorioso cuando una se enamora. Una quiere contar, contar y contar, gritarle a la humanidad que llegó “el amor”. Aunque a nadie le importe. Aunque todos, allí afuera, tengan dolorosa conciencia de que el objeto de nuestra adoración no es digno de tributo.
Al fin de cuentas, amigos son los amigos y saben que no hay mal que dure cien años. Las olas se llevarán este amor y traerán otro. Y otro. Y otro.
Nada es eterno. Y mucho menos la primera etapa del amor, que funciona igigual que una droga. Dispara nuestras hormonas, nuestra libido y nuestra alegría de vivir. Es un high que, ineludiblemente, precede al bajón. El enamoramiento es como una torta de chocolate y dulce de leche. Glorifica, empalaga, lleva al éxtasis. Y termina decayendo, aunque, como toda enamorada, boluda al fin, una pretenda que la tintura rosa impregne sus días forever.
Más temprano que tarde se terminará el encantamiento. Una no será feliz ni comerá perdices. El Príncipe se mostrará como el sapo que siempre fue. Y una querrá devolverlo al charco. Para volver a la normalidad.
“Ojalá te enamores”. Maldición. Me lo volvieron a desear.