Como perro y gato
¿Los dos bajo el mismo techo? Nada impide que se conviertan en compañeros, a condición de que tomemos algunas precauciones. Estrategias para una vida sin mordiscones ni zarpazos
Para determinar qué los transforma en rivales, debemos tener en claro que gatos y perros no tienen las mismas necesidades. Habituados a la vida en grupo, el perro le otorga una importancia primordial al contacto social, mientras que el gato, muy territorial, cultiva su independencia.
Estos animales no hablan el mismo lenguaje. Cuando uno dice alguna cosa, el otro lo entiende todo al revés. ¿Qué cosas? Si un perro mueve la cola, significa que tiene ganas de jugar; cuando lo hace un gato, implica que está con los pajaritos volados.
La actitud del perro acostándose sobre el lomo, expresa una sensación de sometimiento, mientras que en el gato implica un gesto de confianza.
Seguramente, en estas condiciones, los malentendidos entre ambos son frecuentes y los conflictos, potencialmente explosivos. Al menos, en los primeros tiempos.
Cuanto más pequeños sean, más fácil será. Hasta la edad de nueve semanas, perros y gatos están aun dentro de lo que se llama el período de socialización: abiertos a todos los encuentros. Reunir a un perrito y a un gatito de esta edad, dentro de una misma casa, no ocasionará ningún problema ya que cada uno se habituará espontáneamente al otro. Lo mismo sucede cuando un perro o gato cachorro convive con un gato o un perro adulto, la rivalidad difícilmente se pueda instalar entre ellos: al ver al más pequeño, por naturaleza poco agresivo, el más viejito depone las armas.
Las presentaciones
Cada uno debe conservar sus hábitos. De lo contrario, el gato se estresará y terminará no higienizándose, perdiendo pelo, siendo víctima de bulimia (atracones a la hora de comer) o bien, volviéndose muy agresivos. ¿Qué solución buscar? Respetar al pie de la letra el protocolo de presentación.
En la práctica, lo más simple es poner a los animales dentro de una misma habitación cerrada, lo más grande posible y con recovecos a cierta altura, para que el gato pueda refugiarse. Sentar al michifuz sobre el regazo y dejar que el perro se acerque. ¿Qué pasa si el gato empieza a emitir bufidos y eriza la piel? Instintivamente, el perro entenderá que hay una amenaza. Si gruñe, hay que retarlo: tiene que comprender que el gato le pertenece a su amo y le está prohibido tocarlo. En esas condiciones, el gato se habitúa rápido a esta nueva presencia en su territorio.
¡Cada uno a su rincón!
El plato de comida del gato tiene que estar ubicado en un lugar alto, con alimento a toda hora. El del perro, a ras del suelo, a horas fijas.
El gato tiene que poder dormir cuanto quiera, sobre repisas o muebles altos, y permitirle que se aisle en zonas prohibidas para el perro. ¿Y el perro? ¡A su canasto!
Después de mucho esforzarse, llegararan las recompensas. El perro tendrá siesiempre compañía en ausencia de sus amamos. La ventaja para el gato será que cucuando el perro aprende la diferencia enentre “su” gato y los otros, impide las pepeleas entre ellos (las heridas entre gatostos son origen de graves enfermedades), alealejando a los intrusos del jardín.
Salvo raros casos, el vínculo se consolidlida. Lo peor que puede pasar es que se ignignoren. Lo mejor, es que sea el comienzozo de una verdadera amistad; a punto tal de hacer la siesta juntos en el mismo rinrincón, jugar y hasta hacerse mimos.