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La elegancia del erizo

Si bien en algunos países tener un erizo ya es algo normal, en Buenos Aires su tenencia está regulada y es difícil conseguirl­os. Santo y seña de un animalito que es pura ternura

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Como Renée, la tímida portera del número 7 de la calle Grenelle, en París, que Barbery describía en “La elegancia del erizo”, nuestro animalito de la semana esconde muchos secretos.

Existe un total de 16 especies de erizos. En muchos países de Latinoamér­ica y en Estados Unidos tener uno de estos bichitos es bastante normal. Sin embargo, cuidar de este mamífero insectívor­o requiere de mucha exigencia, y conseguir un erizo en una tienda no es tarea fácil y encontrar al veterinari­o adecuado que lo atienda, si se enferma, otra más ardua. Su adquisició­n está regulada y varía en cada país. En Argentina, está legalizada solamente la tenencia del erizo pigmeo africano, una variedad híbrida entre el erizo de vientre blanco y el erizo moruno, ambos de origen africano.

Solitario y nocturno

Con pelos huecos repletos de queratina para darles rigidez, sus espinas no son venenosas ni están afiladas como en el caso del puercoespí­n, y al contrario que éste, no se desprenden con facilidad. Sin embargo, durante el primer año de vida, los erizos sueltan sus espinas para reemplazar­las por las que tendrán cuando sean adultos. En períodos de estrés o bajo alguna enfermedad, pueden perderlas.

Solitario, el pequeño erizo únicamente decide buscar la compañía del sexo opuesto cuando está en celo. Nocturno, les gusta más la noche que el día por su escasa predilecci­ón por la luz del sol. Tranquilos, pueden volverse hoscos ante el exceso de ruido o mostrar signos de estrés cuando se los toca demasiado y dicen que los machos suelen ser más complicado­s y huraños que las hembras.

De un color entre blanco y marrón, su pequeño cuerpo no llega a exceder los 16 centímetro­s de largo y su peso apenas alcanza los 400 gramos, mientras que su armadura exterior repleta de púas lo transforma en una bola de estiletes que pueden salvarle la vida ante un depredador. Eso y sus 36 dientes afilados.

¿Cómo lo cuido?

El erizo necesita hacer ejercicio para evitar la obesidad, para lo cual se le debe colocar dentro de la jaula, objetos con los que entretener­se: ruedas y pelotas. Los dispensado­res de agua deben estar lim- pios y llenos y si vemos que no se alimenta pasado un día, hay que llevarlo al veterinari­o. Necesitan de un lugar donde descansar, que puede construirs­e con heno o viruta, y de otro para esconderse, refugio que podemos crear con varios materiales, siempre que no sean fibras porque pueden enganchars­e con las uñas.

Su instinto de protección, al principio, lo llevará a convertirs­e en una bola cuando intentemos agarrarlo, pero lo mejor es no mostrarle miedo. De lo contrario, el animal nunca sentirá confianza. Durante la primera semana, hay que dedicarle tiempo todos los días para que, de a poco, el erizo se vaya acostumbra­ndo. Al comienzo, olerá la mano de su dueño y luego lo identifica­rá.

Como no se vende comida especial para ellos, el mejor recurso es el alimento para gatos; siempre que sea de buena calidad y completada con trozos deshuesado­s de pollo, huevo duro y fruta. Comen una sola vez al día y al caer la tarde. Los insectos son un manjar para ellos.

Tienen gran sentido de la higiene, por eso se los puede bañar periódicam­ente para evitar enfermedad­es de la piel, con jabón neutro y agua tibia. Se le aplica la espuma formada entre las manos y cuando las patitas y panza están limpias, con un vaporizado­r se lo rocía para quitarle la espuma. Por último, toalla y cepillo suave para retirar los restos que queden entre las púas. ¡Ah! Hay que considerar el corte de uñas y la limpieza de dientes y oídos. Un trabajito muy delicado.

Un erizo es adulto a partir de los seis meses y puede vivir alrededor de cinco años.

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