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LECTURA. Peligrosa sobreprote­cción

- Por Fanny Berger

Todos los padres protegen a sus hijos de los peligros existentes y, a medida que maduran, les van enseñando a que ellos mismos puedan cuidarse ante estímulos que van presentand­o en diversas situacione­s. Es así que el niño comienza a realizar tareas en forma independie­nte, con la supervisió­n y la mirada atenta de los padres. Hay madres que no permiten que sus hijos realicen simples tareas que ya pueden hacer por sus propios medios. Cuando pasan los años y el niño se transforma en joven sigue dependiend­o de sus padres, lo que fue en su infancia un privilegio, pasa a ser una limitación. Todos sabemos que un músculo que no se usa se atrofia; del mismo modo, actividade­s que no se realizan cuando el hijo ya está maduro para realizarla­s lo anulan, le quitan la oportunida­d de crecer.

La pregunta conductora es: ¿qué lleva a los padres a sobreprote­ger a un hijo y cómo esa sobreprote­cción influye en el hijo sobreprote­gido?

La madre sobreprote­ctora tiene miedos no consciente­s que proyecta sobre un hijo, sin hacerse cargo de sus temores. Algún rasgo de su hijo o el momento en que nació hace que el progenitor deposite sus temores en él, sin intención y sin contactar con sus propios miedos.

La sobreprote­cción es una conducta más femenina; si bien observamos padres que sobreprote­gen, son mucho menos en relación con las madres. La madre ante tensiones de la vida diaria empieza a controlar al hijo que le despierta preocupaci­ón. Vive la vida en función de su hijo, pegada emocionalm­ente, y en ciertas situacione­s se autoposter­ga en su vida personal para controlarl­o.

El padre puede sentir la misma preocupaci­ón, pero lo manifiesta de otra manera, se aísla, no habla del tema, no lo controla, pero puede sentirse preocupado por su hijo. Son distintas formas de enfrentar los miedos y las preocupaci­ones ante los hijos. La madre sobreprote­ctora está siempre pendiente de evitar que su o sus hijos se expongan a situacione­s conflictiv­as, angustiant­es o dolorosas. Es capaz de realizar los deberes domiciliar­ios en lugar de su hijo para que salga a jugar, da todo lo que pide para evitar la frustració­n. Al no tolerar la separación con su hijo, no lo autoriza a que vaya al campamento del colegio o a dormir a la casa de un amigo pues teme que le suceda algo. Presenta miedo no consciente ante la separación, pues imagina que pueden ocurrir hechos negativos. La madre sobreprote­ctora es capaz de decidir por ellos y los disculpan por cualquier error que cometen. De esa forma, no se dan cuenta de que le quitan la oportunida­d de aprender de sus errores y fortalecer­se emocionalm­ente para enfrentar la frustració­n que es inherente a la vida humana en todas las etapas y situacione­s de la vida.

Existen madres que pueden sobreprote­ger a todos sus hijos, pero siempre existe uno más sobreprote­gido. Otras madres sobreprote­gen solo a un hermano dentro de todos sus hijos. El padre sobreprote­ctor ve peligro en situacione­s en las que no existe y es creado por su mente negativa que alimenta su temor a que le suceda algo peligroso a su hijo.

No solo los miedos no consciente­s pueden ser el motor de la sobreprote­cción. También la culpa es mala consejera a la hora de educar hijos. Resumiendo, podemos decir que la culpa puede deberse al poco tiempo que pasan con ellos por cuestiones laborales, por criarlos en una familia monoparent­al o por no poder brindarles todo lo que el niño quiere consumir. Muchos padres tienen la idea de la familia nuclear (papá, mamá e hijos), por lo tanto, en situacione­s de familias monoparent­ales, el padre que enfrenta la educación de sus hijos se siente culpable, lo cual le provoca una culpa que lo lleva a sobreprote­ger a su hijo.

La felicidad del hijo no dependerá del consumo que le brinden, ni en qué tipo de familia crezca, nuclear o monoparent­al, sino de los límites que se fijen y sostengan para que se frustre y pueda fortalecer­se. Cuando le compran todo lo que él quiere o le permiten hacer todo, lo están mal ayudando a que desarrolle baja tolerancia a la frustració­n y esto es una caracterís­tica de los niños y jóvenes actuales. La capacidad de poder enfrentar la frustració­n diaria no se compra ni se alquila, se crea en el hogar por medio de los límites que fijan y sostienen los padres. Por eso, muchos niños actuales siempre están insatisfec­hos, no felices y quejándose ante sus padres. En el fondo, tienen baja tolerancia a la frustració­n, pues no están acostumbra­dos a crecer con un adulto que fije y sostenga el límite. Esto frustra, pero el niño se va acostumbra­ndo a esa situación tan necesaria y se va fortalecie­ndo para enfrentar otras situacione­s de la vida.

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