DATOS ÚTILES
Dionisiou .
Quien no se sienta intimidado y sea hombre, el viaje de casi 2 horas en barco será recompensado con excepcionales vistas de la escarpada costa de la península y de los monasterios, protegidos como castillos por altos muros y torretas. El Monte Athos domina el paisaje con sus más de 2.000 metros de altura y se eleva por encima de la república monástica, de donde toma su nombre.
Todos los monasterios hacen un voto de hospitalidad y alojan gratis por hasta 3 noches a peregrinos y huéspedes curiosos. Después, están obligados a abandonar la república semiautónoma. Hay contados visitantes extranjeros que renuncian a unos días de playa y visitan la montaña sagrada con cierta regularidad, una y otra vez, como Sven Schramm: "Cada monasterio es diferente y cada monje tiene su propio carisma", dice.
Cómo llegar: en avión a Tesalónica. En auto de alquiler o en autobús a Uranópolis. En verano, hay un ferry 2 veces al día e incluso una lancha rápida hasta el puerto de Dafne, en la república monástica. Otro ferry traslada a los visitantes hacia los monasterios en las costas sur y oeste. No hay vías de acceso terrestre.
En el monasterio de Dionisiou, en la costa oeste, los pocos visitantes llegan con poco equipaje y pasan la noche en una pequeña habitación, dotada con lo más elemental. Allí se siente la soledad. La única cita firme es un servicio religioso junto a los monjes. Durante la cena, nadie habla y un monje lee textos religiosos. Quien quiera, puede contemplar junto al abad las reliquias sagradas o ver en un cofre los supuestos huesos de la mano de San Juan Bautista y hasta una pieza de madera que, según la leyenda, provie-
ne de la cruz en la que Jesucristo fue clavado.
El momento culminante de una visita a Athos llega un poco de sorpresa para el turista poco experimentado: a las 4 de la mañana, un monje recorre el monasterio con una vara de madera, realizando un llamado rítmico para la oración matutina. En la oscura cripta, los monjes cantan versos religiosos, mientras el incienso se dispersa en el aire. Cuando los fieles salen, los recibe la salida del sol. Poco después, viene el barco y devuelve a los visitantes al mundanal ruido del balneario de Uranópolis.