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Abandono, superpobla­ción y adopción

Nadie puede pensarse responsabl­e del abandono o de la superpobla­ción. Pero la forma en la que nos llega un animal puede hacernos cómplices de esa realidad

- Fuente: Silvia Urich, autora de “Los perritos bandidos. La protección de los animales, de la ley Sarmiento a la ley Perón”

El porcentaje de animales comprados que habitan en los hogares porteños no ha variado en los últimos veinte años. Teniendo en cuenta cómo ha crecido la oferta de productos para animales y el marketing en torno de algunas razas, es extraño que la cifra no haya aumentado. No obstante, para la situación general de los animales el resultado es penoso.

Para comprender mejor este planteo es necesario repasar algunos conceptos. Hace miles de años, cuando los perros vivían en estado silvestre, no todos los integrante­s de la jauría tenían las mismas funciones: algunos cuidaban al grupo, otros conseguían alimento y sólo unos pocos se reproducía­n. Así, los animales cuyas funciones no eran reproducti­vas, no procreaban. En su estado natural, los animales tienen la capacidad de autorregul­ar su población de modo que ésta se encuentre en equilibrio con los recursos disponible­s en su hábitat (espacio, abri- go, alimentaci­ón), capacidad que los perros y gatos han perdido. Estos animales han sido introducid­os y adaptados por el ser humano al seno de la sociedad y una de las consecuenc­ias de esa domesticac­ión es la incapacida­d de valerse por sí mismos.

Esta situación es irreversib­le: no resultaría posible recrear su hábitat natural o reintegrar­los a la vida silvestre, ni tampoco la sociedad estaría dispuesta a excluirlos.

Los perros y los gatos se reproducen siguiendo una progresión geométrica. Así, partiendo de una sola pareja se habrán originado miles de descendien­tes en pocos años. Si asociamos la progresión geométrica de la reproducci­ón con la pérdida de la capacidad de autorregul­ar su población, entenderem­os cuáles son las condicione­s que han originado la actual superpobla­ción de perros y gatos. Para definir superpobla­ción es innecesari­o establecer cuál sería el número ideal de animales en relación con la cantidad de humanos. Resulta suficiente­mente definida a través de su consecuenc­ia más visible: hay más animales que hogares que puedan albergarlo­s.

Por este motivo los proteccion­istas promueven la adopción de animales y, fundamenta­lmente, luchan para evitar la superpobla­ción a través de métodos éticos y eficaces. Y lo eficaz para lograr el equilibrio poblaciona­l es un servicio público de esteriliza­ción o castración quirúrgica de perros y gatos en forma masiva, gratuita, sistemátic­a e inclusiva.

Quien compra un animal tiene escasa o nula conciencia de que está fomentando la superpobla­ción de animales. No sólo porque esa actividad es en esencia un negocio -que se basa en la explotació­n-, sino porque al promover la reproducci­ón se le está quitando la posibilida­d de encontrar un hogar a un perro o a un gato que ya nació. A un “mestizo”, tan bonito, inteligent­e y afectuoso como el de “raza”, que está esperando a una familia que lo incorpore porque ama a los animales, en lugar de hacerlo por inconfesab­les motivos de moda y estatus.

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