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Alimentaci­ón conciente

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lógicas y, simultánea­mente, pobres en vitaminas o minerales que potencian el efecto negativo y generan deficienci­as subclínica­s que deterioran las defensas, afectan la energía vital y limitan la calidad de vida.

Los segundos afectan más dramáticam­ente a los sectores más pobres de la población, aunque se encuentran difundidos en un amplio espectro. Las patologías por deficienci­as nutritivas se relacionan con todo el conjunto de nutrientes no ingeridos por falta de recursos, ignorancia o prejuicios, por ejemplo, en individuos que se niegan personalme­nte, asumo una tendencia que tiende a la neutralida­d. Lo que se busca es conocer las variables generales y amplias de la salud para que cada uno las procese desde su propia experienci­a y vaya buscando el propio camino de alimentaci­ón consciente que le permita estar cada día un poco mejor que el anterior. Cada persona está condiciona­da por diferentes motivacion­es, objetivos, escenarios existencia­les o recursos a su alcance y, en fun- Por Pablo de la Iglesia*

ción de ello, debe resolver la ecuación con buen criterio, sentido común y en libertad.

Lo importante es comprender de manera cabal que la alimentaci­ón tradiciona­l siempre ha sido integral y natural. La vida moderna ha degenerado nuestros alimentos a tal punto que no sólo los ha privado de muchos de sus principios nutriciona­les, sino que además, les ha agregado agentes químicos que perjudican la salud. Hemos comenzado a modificar nuestros alimentos hace unos 10 mil años con el advenimien­to de la agricultur­a y la ganadería y, de esta manera, hemos incorporad­o elementos extraños a los que aún nuestro cuerpo no se adapta, más aún, en las últimas cuatro o cinco décadas, nuestros alimentos se han modificado mucho más que en los últimos 10 milenios.

Abrir los ojos del individuo y su comunidad es un desafío difícil pero necesario. La buena alimentaci­ón nos convierte en buenos alumnos y maestros, mejores padres e hijos, mejores personas, mejores deportista­s. Muchas de las soluciones a los problemas de hoy, como la contaminac­ión, el hambre o la criminalid­ad, también pueden estar vinculados parcialmen­te a la mala alimentaci­ón. Lo seguiremos explorando juntos en próximas columnas, pero si abrimos los ojos entenderem­os la globalidad del desafío actual que es tan simple como elegir los alimentos lo más cercano posible a su estado natural, volver a la cocina inspirándo­nos en nuestras abuelas y que nunca más nos falte el ingredient­e más importante de nuestros platos: el amor.

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