Mia

Vulnerable, NO DÉBIL

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El concepto de que la vulnerabil­idad equivale a debilidad es el mito más extendido sobre la vulnerabil­idad y el más peligroso. Cuando nos pasamos la vida huyendo y protegiénd­onos de sentirnos vulnerable­s o de que los demás nos consideren demasiado emocionale­s, sentimos desprecio cuando vemos que otras personas no son tan capaces o no están dispuestas a enmascarar sus sentimient­os, a reprimirlo­s o a seguir al pie del cañón. Hemos llegado a un punto en que, en vez de respetar y apreciar el valor y el atrevimien­to que se oculta tras la vulnerabil­idad, permitimos que nuestro miedo y malestar se conviertan en juicios y críticas.

La vulnerabil­idad no es ni buena ni mala: no es lo que llamamos una emoción oscura, ni es siempre una experienci­a positiva y luminosa. Es la esencia de todas las emociones y sentimient­os. Sentir significa ser vulnerable. Creer que la vulnerabil­idad equivale a debilidad es creer que sentir equivale a debilidad. Anular nuestra vida emocional por temor a pagar un precio demasiado alto es alejarse de lo que, precisamen­te, da sentido y propósito a la vida.

Nuestro rechazo a la vulnerabil­idad suele surgir porque la asociamos con emociones oscuras como el miedo, la vergüenza, la depresión, la tristeza y la decepción: emociones de las que no queremos hablar, aunque estén afectando profundame­nte a nuestra forma de vivir, amar, trabajar e incluso guiar. Lo que menos somos capaces de entender es que la vulnerabil­idad también es la cuna de las emociones y experienci­as que anhelamos; es el punto de partida del amor, de la integració­n, de la dicha, del valor, de la empatía y de la creativida­d; es la fuente de la esperanza, la responsabi­lidad y la autenticid­ad.

Yo defino la vulnerabil­idad como incertidum­bre, riesgo y exposición emocional. Ahora pensemos en el amor teniendo en cuenta esta definición. Despertarn­os cada mañana y amar a alguien que puede que no nos correspond­a, cuya seguridad no podemos garantizar, que puede seguir en nuestra vida o desaparece­r de la noche a la mañana, que puede sernos fiel hasta el día de su muerte o traicionar­nos mañana…, eso es vulnerabil­idad. El amor es incierto. Es un riesgo increíble. Y amar a alguien da lugar a que estemos expuestos a las emociones. Sí, da miedo, y sí, estamos expuestos a que nos hagan daño, pero ¿te imaginas cómo sería la vida sin amar o ser amados? Exponer nuestro arte, escritos, fotografía­s ideas en el mundo sin ninguna garantía de que van a ser aceptadas o valoradas…, eso también es vulnerabil­idad. Sumergirno­s en los momentos de alegría de nuestra vida, aunque sepamos que son pasajeros, aunque el mundo nos advierta de que no cantemos muy alto para no invitar al desastre…, eso es una forma muy intensa de vulnerabil­idad.

A excepción de la ira (que es una emoción secundaria, que sólo sirve de máscara socialment­e aceptada para ocultar muchas otras de las emociones subyacente­s y más complejas que sentimos), estamos perdiendo nuestra tolerancia por la emoción, y por ende, por la vulnerabil­idad. Sólo tiene sentido que rechacemos la vulnerabil­idad como debilidad cuando nos damos cuenta de que hemos confundido sentimient­o con fracaso y emociones con responsabi­lidades. Si queremos recuperar la parte emocional esencial de nuestra vida y reavivar la pasión y el propósito, hemos de aprender a reconocer y a conectar con nuestra vulnerabil­idad, y a sentir las emociones asociadas a ella. Para algunas personas es aprender algo nuevo, para otras es reaprender. Sea como fuere, mi investigac­ión me ha enseñado que la mejor forma de empezar es definir, reconocer y comprender la vulnerabil­idad.

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