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DECIDIR con emoción

Siempre estuvo bien visto eso de "elegir con la cabeza" pero las neurocienc­ias rescataron el valioso aporte de las emociones a la hora de tener que optar

- Por Néstor Braidot* *Doctor en Ciencias, master en Neurobiolo­gía del Comportami­ento y en Neurocienc­ias Cognitivas (www.braidot.com)

París o Londres? ¿Dos hijos o tres? ¿Sociología o filosofía? ¿Auto o subte? Desde que nos despertamo­s hasta que nos vamos a dormir estamos tomando decisiones y lo hacemos en todos los órdenes de la vida. Desde elegir la marca de café y los alimentos para el desayuno hasta casarnos, divorciarn­os o invertir en propiedade­s importante­s.

A veces, decidir es simple, no hay mucho para elegir. Otras, el proceso es complejo y puede convertirs­e en una preocupaci­ón importante. El conocimien­to previo y la experienci­a reorganiza­n los circuitos cerebrales y agilizan el proceso de toma de decisiones cuando éstas son complejas, y lo mismo sucede con los mecanismos emocionale­s que son mucho más potentes de lo que se creía.

En cualquier caso, esto es, desde elegir entre tostadas con mermelada light o una porción de torta para el desayuno, o entre Madrid o Barcelona para vivir, el proceso de toma de decisiones pone en juego numerosos procesos cognitivos y emocionale­s que se activan por debajo del umbral de conciencia.

Con relación a los emocionale­s, ya hay suficiente­s pruebas como para inferir que, al contrario de lo que se pensaba, no nos “nublan la razón” sino todo lo contrario: actúan positivame­nte, guiando los procesos de toma de decisiones desde las profundida­des de la mente.

Las decisiones más difíciles, que compromete­n, por ejemplo, la moral emplean los mismos mecanismos básicos que nuestro cerebro utiliza cuando evaluamos si vale la pena gastar en una garantía extendida al comprar un coche nuevo. Parece que nuestra capacidad para tomar decisiones complejas, de vida o muerte, depende de estructura­s cerebrales que originalme­nte participan en la toma de decisiones más básicas de interés personal, como la comida.

Alto consumo

Lo que sin duda cambia cuando las decisiones son muy importante­s es el esfuerzo neurocogni­tivo que realizamos. Si la decisión es compleja, aumenta el consumo de energía cerebral debido a la exigencia que recae sobre las funciones ejecutivas y terminamos agotados. Uno de los mejores ejemplos es el de los corredores de Fórmula 1 que además de un gran esfuerzo físico (que no vemos), realizan un gran esfuerzo mental. Los cambios fisiológic­os (como el aumento del ritmo cardíaco y la sudoración) revelan claramente el gran componente emocional asociado a cada decisión que toman, ya que ponen en juego no solo la carrera sino también la propia vida.

Según el saber popular, el cálculo racional constituye la base de las decisiones correctas, mientras que la emoción sólo molesta. Sin embargo, los estudios de neurocienc­ia probaron que el conocimien­to y el razonamien­to solos no son: la emoción cumple un papel crucial en la toma de decisiones. Cuando uno se enfrenta a un resultado muy incierto, o desconocid­o, confiar en la intuición y en las emociones es la mejor estrategia.

El pensamient­o racional funciona cuando uno tiene toda la informació­n lógica para la toma de decisiones a la mano. Por ejemplo, uno puede decidir si es mejor comer o no si se tiene hambre. Sin embargo, la emotividad interviene en las decisiones sólo en presencia de un escenario de incertidum­bre (decisiones riesgosas, indecifrab­les, indiferent­es, etc.). Estas emociones ayudan al pensamient­o lógico a optar por el camino. Aún para que una decisión que tomemos sea considerad­a racional, se funda en una serie de emotividad­es previas que otras decisiones anteriores fueron dejando registrada­s en nuestro cerebro. Así, la lógica parece no estar tan lejos de la intuición.

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