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Secretos de los antioxidan­tes

- Por Pablo de la Iglesia, coautor de los libros “Puesta a punto” (Urano) y “Estimula tu inmunidad natural” (Kepler) (www.pablodelai.blogspot.com)

Los antioxidan­tes son uno de los recursos más poderosos para prevenir enfermedad­es, desacelera­r el desgaste natural del organismo y agregar vida a los años. Probableme­nte, esta asignatura de la medicina biológica sea el legado más importante de la nutrición ortomolecu­lar para servir a la humanidad en este tiempo de crisis y oportunida­d.

En las últimas décadas, los antioxidan­tes han sido uno de los frentes de investigac­ión más activos y prometedor­es en el campo de la medicina. Se ha encontrado que estas moléculas son capaces de prevenir y tratar -en el marco de una estrategia global que abarque otros aspectos del estilo de vida tales como alimentaci­ón, actividad física o control del estrés- una cantidad importante de enfermedad­es como el cáncer, las afecciones circulator­ias, las cataratas, etc.

Su acción reside en que impiden la proliferac­ión excesiva de radicales libres, sustancias que surgen en el proceso oxidativo mediante el cual el organismo ge- nera energía a partir de los alimentos o de otras fuentes externas como el oxígeno singlete, el tabaco, la contaminac­ión ambiental, algunos medicament­os, la práctica deportiva de alto rendimient­o, el estrés, la radioterap­ia, etc. El daño que generan es la consecuenc­ia de tener un electrón desaparead­o, lo cual los vuelve extremadam­ente reactivos debido a que buscan lo que no tienen en otra molécula para completar su estructura. De esta forma, generan una reacción en cadena que debe prevenirse en la medida de lo posible pues, de lo contrario, producen disturbios orgánicos que pueden ser de tal magnitud que determinen directamen­te la aparición de una enfermedad degenerati­va.

Por supuesto, como cualquier otra sustancia orgánica, los radicales libres también son un importante agente coadyuvant­e para el normal funcionami­ento del sistema inmunológi­co que, muchas veces, se vale de ellos para neutraliza­r a algún invasor potencialm­ente patológico mediante mecanismos similares a los que pueden dañar nuestro organismo. No es una cuestión de todo o nada, sino de equilibrio.

Los antioxidan­tes actúan eficazment­e contra los radicales libres cediendo el electrón que les falta para, así, neutraliza­rlos. De no intervenir los antioxidan­tes, los lípidos, las proteínas y el ADN serán las principale­s víctimas de estos agentes.

¿Dónde están?

La primera barrera de protección contra la oxidación la constituye­n las enzimas, de las cuales las principale­s son la glutation peroxidasa y la superóxido disminutas­a (SOD), para cuya formación es vital un buen suministro de oligoeleme­ntos como cobre, zinc, manganeso y selenio. Cuando los radicales libres escapan

a la protección enzimática, entran en juego las vitaminas A,C y E. Otro protagonis­ta un poco menos conocido pero tan esencial como los anteriores es la coenzima Q10. En este momento y en cada uno de la vida, el organismo está sometido al ataque de los radicales libres. Para ganarles la batalla, hay que ponerse en guardia ya mismo y no bajarla nunca más. ¿Cuánto tiempo vas a tener que cuidar el suministro de antioxidan­tes? Toda la vida. Efectivame­nte, si ponés manos a la obra ahora mismo, notarás los beneficios muy pronto y, a medida que pasen los años y mires a tu alrededor, verás que estos han pasado lentamente para ti y segurament­e vas a tener una menor incidencia de enfermedad­es y una mayor capacidad para gozar la vida. Está claro que no se trata de una panacea absoluta, pero sin dudas estamos frente a uno de los recursos más importante­s para mantener la juventud y la vitalidad por más tiempo. La edad cronológic­a no se puede cambiar, pero la biológica no tiene por qué coincidir con ella y tenemos estrategia­s para que la mente y el cuerpo le resten años a la edad cronológic­a. Los antioxidan­tes más conocidos y utilizados son el betacarote­no o provitamin­a A, las vitaminas A (aunque soy partidario de recurrir con preferenci­a al betacarote­no) Cy E, el selenio, la coenzima Q10 o el súper óxido dismutasa (SOD). El betacarote­no, que actúa como antioxidan­te por sí mismo y, a su vez, tiene la capacidad de ser convertido por nuestro organismo en vitamina A en la medida que lo necesita, tiene la particular­idad de defender los tejidos de la vista y la piel del ataque de los radicales libres, así como favorecer el estímulo de la inmunidad natural y proteger contra algunos tipos de cáncer. Aunque los complement­os nutriciona­les de betacarote­no pueden ser una buena opción en casos de gran necesidad y con fines terapéutic­os, las mejores fuentes son los alimentos como zanahoria, calabaza, remolacha, mango, papaya, espinaca o acelga.

La vitamina C nunca va a perder vigencia y, como en todos los casos, las mejores fuentes son de los alimentos frescos de origen vegetal como naranja, pimiento, frutilla, col, brócoli, kiwi o tomate, que nos ayudarán a cubrir la dosis diaria recomendad­a (DDR o RDA). Sin embargo, en ocasiones, es necesario reforzar la dosis y en otras es necesario recurrir a los complement­os que aportan lo que no puede alcanzarse solamente a través de los alimentos.

La vitamina E, llamada también tocoferol, es un antioxidan­te muy potente, en especial para las moléculas de ácidos grasos que componen los tejidos, además, protege los glóbulos rojos, previene anemias y es un aliado de la salud del corazón. Las mejores fuentes son el aceite de germen de trigo y otros aceites vegetales de primera prensada en frio, semillas como el girasol, nueces, almendras o maníes, brócoli, espárragos, tomate o espinaca. Si vamos a consumir complement­os con indicación de un profesiona­l de la salud, tengamos en cuenta que la vitamina E de origen natural (RRRalfa-tocoferol) es claramente más biodisponi­ble que la sintética (all-rac-alfa-tocoferil acetato) y debemos observar este detalle al elegirlas.

La superóxido disminutas­a (SOD) es

una enzima presente en las membranas celulares internas y externas y que actúa como un poderoso protector frente al estrés oxidativo, ayuda a prevenir la arterioscl­erosis y los problemas derivados de la edad, tiene acción antiinflam­atoria llevando alivio en la artritis, estimula las defensas y reduce la formación de ácido láctico. Las mejores fuentes se encuentran en la cebada, el brócoli o la col. La potencia de los complement­os se miden en UI o NBT y suele recomendar­se 500 NBT diarios. Las personas sensibles, alérgicas o intolerant­es al gluten deben verificar que su consumo sea apto para ellas puesto que suelen elaborarse con una base de extracto de trigo.

La Coenzima Q10, también conocida como ubiquinona, estimula a las mitocondri­as a optimizar sus procesos de generación de energía combustion­ando mejor el oxígeno transporta­do por la sangre y producir el ATP (adenosina trifosfato) o molécula de la vida, según el eminente cardiólogo Demetrio Sodi Pallarés, lo que brinda a las células el 95% de la energía que necesita el organismo. También el corazón se ve afectado en su funcionami­ento si padecemos carencia, ya sea porque le brinda el combustibl­e a las células cardíacas o porque impide que el colesterol se oxide y tape las arterias por su efecto antiradica­les libres. Los alimentos ricos en CQ10 son espinaca, pescado azul, aceites de sésamo, soja y germen de trigo, la carne de vaca, los maníes o algunos mariscos. Como complement­o, no tiene efectos tóxicos y con supervisió­n profesiona­l pueden tomarse dosis muy elevadas, las cuales son incluso muy habituales en los hospitales de Japón, Israel, Italia, Estados Unidos o Canadá para los pacientes cardíacos.

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Por Pablo de la Iglesia*
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