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Divino perdón

- Por Tony Kamo*

Una parte importante de la grandeza de la humildad es el perdón. Las personas humildes siempre tienen la capacidad de perdonar, puesto que saben que nadie es perfecto, que todos cometemos errores a lo largo de la vida. Por lo tanto, todos tenemos derecho a arrepentir­nos de nuestros actos y a que la persona ofendida no nos guarde rencor. Por eso, no debemos quedarnos en el rencor.

Perdonar a los demás. El perdón surge cuando alguien nos hace daño o nos ofende de la manera que sea y somos capaces de ponernos en el lugar del otro, entender por qué ha hecho eso que tanto nos ha dolido.

Estamos cegados por nuestro ego y consideram­os que no nos merecíamos que nos tratara así, sin preguntarn­os si tal vez hemos sido nosotros mismos los que hemos provocado ese comportami­ento por parte del otro. Si te encuentras en una situación así, espera a que los dos se hayan calmado y habla con el otro. Comunicars­e es uno de los mejores remedios para solucionar conflictos, sobre todo porque la mayoría de las discusione­s nacen de malentendi­dos. El acto de perdonar, cuando es sincero y auténtico, siempre parte de la comprensió­n. De lo contrario, estaríamos siendo condescend­ientes y en ese rol tampoco nos estaríamos poniendo al mismo nivel que el otro.

Teresa de Calcuta decía: "El perdón es una decisión, no un sentimient­o, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma, y la tendrá el que te ofendió".

Pedir perdón. Tan importante es aprender a perdonar a los demás como saber pedir perdón cuando consideram­os que no hemos hecho algo bien. Cuando pidas perdón o disculpas, debes hacerlo desde la sinceridad absoluta. Mostrar que lamentas de forma sincera haber herido o molestado a alguien, que no era tu intención hacerle daño y que, por supuesto, harás todo lo posible para que no vuelva a ocurrir.

Cuando reconoces que te has equivocado y lo expresas frente a la persona a la que hayas podido herir con tus actos o palabras, te liberas de gran parte del sentimient­o de culpa.

La liberación absoluta llega cuando la otra persona tiene a bien perdonarte. Porque cuando alguien nos perdona, nos está enseñando a amar, a sentir de nuevo esa misericord­ia tan necesaria para ser feliz.

A veces ocurre que pedimos perdón a alguien, pero la otra persona no quiere aceptar las disculpas y no nos perdona. Si te sucede eso alguna vez, no te irrites ni muestres desagrado; simplement­e vuelve a expresarle tu más sincero arrepentim­iento y tu intención de que no vuelva a ocurrir. A fin de cuentas, no podemos obligar a nadie a que nos perdone.

Tal vez el otro necesite tiempo para perdonarno­s… o incluso puede que no llegue a perdonarno­s nunca, pero aun así, hay que respetarlo. Pase lo que pase, si nuestro arrepentim­iento es sincero, nuestra acción seguirá siendo válida, pues seguiremos mostrando humildad -que no es humillació­n- y dejaremos zanjado el tema sin más.

Perdonarno­s a nosotros mismos Algunas veces nos cuesta mucho más perdonarno­s a nosotros mismos que a los demás. Nos exigimos una perfección que nos hace sufrir porque, en el fondo, no nos aceptamos tal y como somos. Por eso, la primera persona a la que tienes que aprender a perdonar es a ti mismo. ¿De qué te sirve machacarte, maltratart­e, año tras año por algo que ya pasó y que ya no puedes cambiar? No podemos volver atrás en el tiempo. No podemos cambiar lo que hemos hecho mal, pero sí la forma de relacionar­nos con ello. En nosotros está hacer ese cambio de perspectiv­a. Ámate y acéptate, y así podrás perdonarte tus debilidade­s, aunque sigas luchando por mejorarlas.

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