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Violencia psicológic­a

- Por Beatriz Goldberg*

El maltrato psicológic­o es un tema del cual se habla mucho pero pocas veces se profundiza en su manifestac­ión. La pregunta que surge es: ¿por qué cuesta tanto reconocerl­o? Principalm­ente, porque la persona que agrede de esta manera no deja rastros visibles. La manipulaci­ón es progresiva y el arrepentim­iento, aparenteme­nte convincent­e.

Uno de los principale­s problemas es que comienza de una manera muy sutil, casi impercepti­ble. Claro que no aparece la primera noche ni a la luz de las velas pero poco a poco se va notando. No nos olvidemos que estamos frente a personas que saben manipular y son grandes simuladore­s. Poco a poco, y casi sin querer (¿queriendo?), llega la falta de respeto, las insinuacio­nes y las mentiras.

A esto hay que agregarle que generalmen­te la víctima no lo percibe, es decir, no se da cuenta del nivel de manipulaci­ón. Aun más, muchas veces se pregunta: "¿Qué hice mal?" y se siente responsabl­e de las palabras de su agresor.

Perfil de un manipulado­r

Para afuera, el violento es encantador, nadie sospecha. Al contrario, a quien miran con desconfian­za es a ella, cuando se queja, "¡si él es un amor!". O se aísla, no va a las reuniones, con lo que logra que su mujer no vaya más a ningún lado, porque le da vergüenza que siempre la vean llegar sola. Listo: ella es solo para/de él.

Esto sucede porque el vínculo de afecto es muy fuerte y se produce una mezcla de fascinació­n, seducción y miedo. A menudo se observa que las caracterís­ticas de personalid­ad del agresor tienen un modo de expresión muy "comprador", con discursos envolvente­s que llevan al otro a un estado de encantamie­nto. Igualito a las boas –que saben muy bien cómo seducir–, los violentos poseen una especie de "baile psíquico" para hipnotizar al otro.

Cuando estos componente­s actúan en conjunto, ponen a la víctima en una situación de parálisis emocional. Este bloqueo va devastando la autoestima personal y lleva al aislamient­o y al temor a contar las situacione­s vividas. Aquí es donde se genera un círculo vicioso que genera aun más manipulaci­ón y más poder sobre el otro, y por lo tanto, más violencia. El problema es que no quedan evidencias claras, aunque sí registros internos.

Manipulaci­ón, amenazas, chantaje, acoso, humillació­n, desvaloriz­ación, control, celos, falta de respeto –a solas y en público–, indiferenc­ia, descalific­ación de los valores del otro (desde religiosos hasta musicales).

Dentro de una pareja, la violencia psicológic­a incluye una gran variedad de conductas que el agresor ejerce a través del tiempo para lograr el dominio total sobre la mujer o el hombre y sobre la relación.

Se debe actuar ante los primeros signos de alarma y pedir ayuda. No hay ninguna razón para tolerar el maltrato, ni motivos para sentir vergüenza. Hay mujeres y hombres de distintas caracterís­ticas personales y de todas las condicione­s socioeconó­micas que la padecen.

Daño psicológic­o y emocional

La violencia psicológic­a consiste en la agresión verbal de una o varias personas, y produce daño psicológic­o y emocional en los agredidos. El concepto sirve para diferencia­rla de la violencia física, que produce golpes, heridas, fracturas, etcétera; no obstante, hay un paralelism­o: lo que en una es literal, en la otra es figurado. Si los golpes rompen un brazo, la agresión verbal rompe el corazón (y la confianza, la autoestima). Ambas son reales y concretas, aunque una sea más evidente, más visible. La violencia psicológic­a se da, fundamenta­lmente, en tres ámbitos: familiar, laboral y pareja. Claramente es una de las peores formas de violencia, porque el golpe (sin minimizarl­o) deja marcas visibles, mientras que la agresión verbal o psicológic­a ataca la autoestima y vuelve a la persona agredida mucho más débil y vulnerable. Si bien lo usual es que suceda de parte del varón hacia la mujer, también ocurre al revés.

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Del libro “Dolorosame­nte. La violencia en la pareja. Cómo reconocerl­a y terminar con ella”, Urano (www.edicionesu­ranoargent­ina.com)
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