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Violencia económica

- Por Beatriz Goldberg* Del libro “Dolorosame­nte. La violencia en la pareja. Cómo reconocerl­a y terminar con ella”, Urano (www.edicionesu­ranoargent­ina.com)

La violencia puede adquirir múltiples formas. Una de ellas se ejerce a través del dinero. ¿De qué manera? Manipuland­o. La violencia ejercida en materia económica es un tipo de violencia psicológic­a. Es sutil, no muy evidente y se advierte mucho tiempo después (o nunca, en el peor de los casos). El hecho de que uno de los dos miembros de una pareja marque la desigualda­d en el acceso al dinero es una actitud que violenta, atenta contra la autonomía y libertad de decisión.

Por otra parte, el dinero da seguridad. Mucho, poco, lo que sea. Se necesita dinero para vivir, para pagar las cuentas, para comer, vestirse, etcétera. Es como una almohada que te protege. Si alguien amenaza con sacártela no terminará todo, pero te asustarás, porque perder la protección provoca temor.

El violento manipula y suele repetir patrones y modelos. Quizás pasó muchas necesidade­s cuando era pequeño, tal vez ganar un poco de dinero siempre le costó. O quizás es

tacaño, así de simple, como una caracterís­tica de su personalid­ad. Esto no significa que todos los que son un poco tacaños sean violentos. Para nada. La violencia se da cuando uno se diferencia comparativ­amente del otro. Cuando hay desigualda­d económica. Ejemplo: va a mejores lugares cuando está solo, se compra las mejores cosas para él, etcétera. O cuando tengo "agarrado" al otro con el dinero. En ocasiones, la testarudez de no poder dialogar o "aflojarse" con el otro después de un tiempo de separados –y hasta el hecho de no poder negociar– también es violencia. La educación formal y no formal nos enseñó que el hombre era el proveedor, lo que le daba un papel de dominación pero a la vez de obligación, que ha sido siempre una gran presión. En ese reparto de tareas, a la mujer le tocaba ser la mantenida. Ello la ataba de pies y manos: pasaba de que le dieran órdenes sus padres a que lo hiciera su pareja. De hecho, muchas salen a trabajar "para ayudar", pero su ingreso no se tiene en cuenta… hasta que las sucesivas crisis económicas hicieron que se revalorice ese aporte.

Por eso, la cultura indica que el hombre provee y mantiene a su mujer e hijos, y administra el dinero, incluso cuando no es el proveedor. Pero… los tiempos han cambiado y a veces es ella la que aporta un mayor ingreso. Esta situación, lejos de quitarle presión al hombre, lo acompleja, lo hace sentirse inferior, porque siempre, desde niño, le han dicho que él es el proveedor, el que manda, el que decide. De modo que cuando ve que el suyo ya no es el ingreso fuerte de la casa, se siente desplazado y no sabe bien qué papel ocupa.

Sin embargo, en estas épocas de mayor igualdad, si ambos ganan buen dinero, lejos de adecuarse a los nuevos tiempos, se siguen celando. Ellos no pierden las mañas y ellas les responden con la misma moneda. En lugar de aprender, copiamos las peores actitudes. Ellos revisan el resumen de la tarjeta de ella, en busca de carteras y zapatos. Ellas buscan artículos de tecnología, zapatillas, botines, ropa deportiva.

Hay muchas maneras de ejercer el poder a través del dinero. Por ejemplo, es común que las mujeres no sean titulares de la tarjeta de crédito, sino que cuenten con una extensión de la de su marido (que es el que recibe el resumen, y por lo tanto sabe en qué gasta ella, aunque ella ni se entera en qué gasta él…).También es habitual que las mujeres no sepan cuánto gana su marido ni estén al tanto de si hacen inversione­s. En cambio ellas deben informarle­s de todos los gastos, aunque sean las que deciden en el día a día de la casa.

Cuando la mujer deja su trabajo fuera del hogar y se dedica únicamente al cuidado de su casa y su familia, pierde independen­cia, ya no puede tomar decisiones. El hombre lo sabe, y controla y supervisa todos los gastos. Si un día ella quisiera separarse, se encuentra con que él no da el brazo a torcer y ella no tiene capacidad material para moverse. Además, al haber salido del mercado de trabajo, le cuesta reinsertar­se, ya con menos experienci­a y con una familia detrás.

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