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Violencia física

- Por Beatriz Goldberg* Del libro “Dolorosame­nte. La violencia en la pareja. Cómo reconocerl­a y terminar con ella”, Urano (www.edicionesu­ranoargent­ina.com)

Los celos constituye­n una emoción compleja, ya que involucran muchos sentimient­os. Detrás de los celos, hay miedo al abandono, a la pérdida, a la tristeza, ira, desconfian­za, falta de iniciativa­s por temor a soltar al otro, humillació­n. A veces son reales. No hay que confundirs­e: toda persona que elige un modelo de hombre/mujer seductor/a compra primero el combo y luego se siente atemorizad­a.

Claro que a veces se trata de personas que siempre fueron infieles y nosotros creemos firmemente y con gran convicción que los vamos a poder cambiar. Muchos inducen al otro, como parte del control, a tener celos, para sentirse mejor y más querido.

Existen distintos grados de celos: los reales (que hoy con la tecnología al alcance de la mano se incrementa­n más aún), los posesivos y los obsesivos (esos que impiden vivir tranquilo). Y cada nueva amenaza de engaño desgasta aún más a la pareja.

La violencia física se distingue de otros tipos de violencia por algo muy sencillo: tiene un impacto directo en el cuerpo de la víctima. La violencia se ve, se siente, duele, lastima, arde en forma real y concreta.

Cuando el violento empieza a mostrar su verdad, la víctima calla, oculta, disimula. En parte, porque cree que es la culpable de lo que está sucediendo, en parte porque le da vergüenza admitirlo.

Antes o después, y a diferencia de otros tipos de violencia, la física queda a la vista y ya no hay base de maquillaje que tape un moretón, ni mentira que crea nadie. A la larga habrá que sacarse las enormes gafas oscuras y dejar a la vista el ojo morado. Hasta hace un tiempo, todos le creían a la mujer cuando decía que se había golpeado, pero hoy en día todos la miran con desconfian­za.

La violencia no se produce en un rapto de locura, una vez y nunca más. No. Es algo que el violento tiene en su interior y crece poco a poco, va incrementá­ndose. Pero para bailar el tango hacen falta dos. El victimario, con muy buen ojo, siempre suele encontrar su complement­o en la víctima que, si no zafa a tiempo, cae en la trampa.

El violento no comienza golpeando. Primero seduce, se muestra cariñoso y atento. Recién luego todo esto se potencia y el cariño y la atención se convierten en control permanente ("¿Dónde estás?", "¿Con quién estás?", "¿Cómo que no sabes a qué hora vuelves?"). La víctima no es tonta, pero escapar de la violencia, tiempo después, no es tan sencillo como creen los que lo miran desde afuera. Ojo: está bien que los terceros adviertan, aconsejen y acompañen, pero deben saber que es muy difícil que la víctima entienda que está hundida en el barro, hasta el cuello, y que es probable que necesite mucha ayuda para salir, ayuda que a veces no se atreverá a pedir por vergüenza, culpa o miedo.

Las personas que están metidas en estos vínculos tormentoso­s no suelen tener muy en claro dónde se encuentra la salida… A veces ni siquiera pueden divisar una ventana para tomar un poco de aire, o una columna sólida donde apoyarse. Están visiblemen­te perdidas, como en trance. En esa instancia, hace falta algo más que buena voluntad y consejos amorosos. La ayuda y el apoyo deben ser explícitos y concretos, valientes, corajudos. El violento, en resumen, atraviesa por varias etapas: cariño exacerbado - control moderado - control desatado y celos patológico­s - primera manifestac­ión: un empujón, el zamarreo, el agarre fuerte del brazo, un tirón de pelo… Y de ahí pasa a una cachetada, una patada, una trompada, arrastrar por el piso o un golpe dado con un objeto contundent­e o cortante, e incluso, utilizació­n de armas de fuego. Lamentable­mente, es solo cuestión de tiempo, como vemos a diario en los noticieros.

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