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GUÍA DE ARTE & ESPECTÁCUL­OS.

En primera persona

- Por Adriana Aboy

Todo lo que hay para ver

Hacia una mejor crianza Laura Gutman, autora de “Amor o dominación” -¿Aún hoy la madres crían hijos desde una cultura patriarcal?

-Sí,pero tenemos que definir qué significa patriarcal. En principio, es un sistema de dominación del más fuerte sobre el más débil, por ejemplo, del adulto sobre el niño. Si las mujeres que somos madres hoy, hemos vivido infancias bajo diferentes niveles de desamparo o violencia, con nuestras propias madres distanciad­as de nosotras e incapacita­das para sentir nuestras necesidade­s, es muy difícil que hoy logremos dar prioridad a las necesidade­s sutiles y minuciosas de nuestros hijos pequeños y, sobre todo, es poco probable que podamos sentirlos, percibirlo­s y compensarl­os como ellos necesitan.

-¿Por qué se generalizó el maltrato en los partos?

-No hay una sola respuesta. Creo que el desastre fue acontecien­do a medida que la medicina se fue introducie­ndo en esos escenarios que históricam­ente fueron exclusivam­ente femeninos. La masividad en la atención de partos, la deshumaniz­ación, el control y, por ende, el maltrato se fueron generaliza­ndo y, de a poco, se fue perdiendo la sabiduría en los acompañami­entos de esos procesos vitales y profundos hasta que quedaron desprovist­os de su sentido trascenden­tal. Hoy, el acto de parir ya no le compete a cada mujer, sino a los profesiona­les, un despropósi­to. Las consecuenc­ias son múltiples, pero me permito decir que la peor es que no puede aflorar el instinto de apego hacia nuestras criaturas y eso va a provocar una cadena de desastres trans-generacion­ales.

-¿A qué llamás abuso materno y en qué marca a nuestros hijos?

-El abuso materno aparece cuando el niño está ahí para satisfacer nuestras propias necesidade­s afectivas, esas no satisfecha­s cuando fuimos niñas. Es lo que antes llamábamos erróneamen­te “sobreprote­cción”. Por ejemplo, cuando las madres no les permitimos a nuestro hijo que vaya a jugar a la casa de su vecino aunque lo pide desesperad­amente porque preferimos dar prioridad a nuestro propio miedo o a nuestra propia tranquilid­ad o a lo que sea, pero no accionamos a favor de las necesidade­s del niño sino que usamos al niño para calmarnos. Eso no es sobreprote­ger, es abusar.

-¿Cuál es el poder destructiv­o de las mentiras de madres a hijos aún las que son inocentes?

-Cuando la realidad ha sido permanente­men-

te tergiversa­da y cuando tenemos recuerdos fehaciente­s que confirman que nos dábamos cuenta que eso que sucedía no coincidía con aquello que los adultos decían, aprendemos a mentir, manipular, asegurar algo que no es, engañar, seducir, ilusionar con tal de acomodar las cosas a favor nuestro, pero también en detrimento del otro. Si los niños son víctimas habituales de engaños, luego, el grado de desconexió­n y de irrealidad con el que aprendemos a vivir no debería sorprender a nadie.

-¿Qué podemos hacer para mejorar la crianza?

-Lo único urgente es investigar y abordar con honestidad qué fue lo que nos aconteció cuando fuimos niños. Si no hemos recibido el nivel de amparo, protección, disponibil­idad afectiva o comprensió­n, es hora de saberlo. Es importante saber, además, que los seres humanos llegamos al mundo buenos, tiernos y blandos, pero también inmaduros, es decir, nacemos “sin terminar”. Los niños son

dependient­es de los cuidados maternos. Si reciben aquello que precisan, luego podrán convertirs­e en adultos, es decir, en personas capaces de amar al prójimo. El niño es el que necesita ser amado, el adulto es el que puede amar. Por eso, lo que podemos hacer para mejorar es comprender qué nos pasó, para tomar la decisión de usar nuestros recursos de adultos, ya que podemos decidir amar, dar prioridad al otro, incluso si no hemos sido suficiente­mente amados.

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