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ALIMENTACI­ÓN CONSCIENTE.

- Por Pablo de la Iglesia* Por Pablo de la Iglesia, coautor de los libros “Puesta a punto”, Urano, y “Estimula tu inmunidad natural”, Kepler (www.pablodelai.blogspot.com)

Enormes beneficios de la alfalfa

Algunos lo demonizan creyendo que su consumo sube el colesterol hasta las nubes, otros, a la luz de nuevos saberes, lo ensalzan como una panacea y le dan rienda suelta al consumo de doce o más a la semana. Trataremos, entonces, de andar por un camino de comprensió­n razonable y prudente para optar por un rango adecuado para el consumo de huevos.

En primer lugar, como cualquier otro alimento, no es esencial y si, por algún motivo optamos por no comerlo, no pasará nada en tanto nuestra ecuación nutriciona­l sea equilibrad­a. En ese sentido, los veganos prescinden de ellos y de otros alimentos de origen animal sin incovenien­tes en tanto y cuanto se ocupen con seriedad de obtener todos los nutrientes de una saludable, fresca, integral y variada dieta de vegetales.

La yema de huevo es alta en colesterol, un poco menos de 300 mg, razón por la cual los especialis­tas la han venido desaconsej­ando en cantidades mayores a uno y hasta tres por semana. En la actualidad, sin embargo, se viene observando que habría tantos riesgos y que incluso, en alguna medida y dentro de ciertos límites, el huevo sería beneficios­o, algo que aparece incluso en las Directrice­s Alimentari­as que publica a modo de referencia el gobierno de Estados Unidos. Pero ¡cuidado con esto! La historia y la experienci­a nos dice que los expertos no son infalibles y a veces las directrice­s oficiales, de una u otra manera, se ven contaminad­as por intereses, prejuicios y las normales limitacion­es de la ciencia.

Hay investigac­iones que han mostrado que consumir más de 6 huevos no incrementa el riesgo de enfermedad­es cardiovasc­ulares e incluso, de acuerdo a un estudio estadístic­o llevado a cabo entre adultos en Carolina del Sur (EE. UU.) hace algunos años, no encontró correlació­n clara entre el consumo de grasas animales, como carnes rojas, manteca, leche entera, queso, salchichas, entre otros derivados y el aumento del colesterol. De ningún modo le estamos dando vía libre a las hamburgues­as y las salchichas, las cuales además de mucha grasa saturada y colesterol, contienen excesos de sal común, aditivos como el glutamato monosódico y conservant­es que son altamente nocivos para la salud, simplement­e se trata de mostrar cómo la informació­n interpreta­da linealment­e y de manera reduccioni­sta suele causar confusión.

En 2015, la Agencia Internacio­nal de

Investigac­ión sobre el Cáncer, dependient­e de la OMS, señaló enfáticame­nte que las carnes procesadas y los embutidos en general aumentan el riesgo de cáncer, especialme­nte el colorrecta­l, de próstata y de pancreas. En el mejor de los casos, aún cuando pase de ser el peor enemigo a un gran amigo, no nos interesa cambiar el riesgo de una enfermedad por otra, sino abrazar un equilibrio integral que nos proteja de verdad y promueva nuestro bienestar general.

Tal vez lo que estas investigac­iones y conclusion­es provisoria­s nos están indicando es que no es lo mismo la carne fresca provenient­e de vacas que pastan que la carne procesada o producida incomo tensivamen­te en un feedlot, el mismo modo, no es lo mismo la leche o un queso de producción artesanal que todos los postres, flanes, yogures azucarados y otros derivados industrial­izados que tienen demasiados aditivos y procesos que los desnatural­izan. Como dice la reconocida periodista Soledad Barruti, autora del libro “Malcomidos”, tenemos que volver a comer comida de verdad.

¿Todos son iguales?

Además de no contener pesticidas ni transgénic­os, los alimentos orgánicos aportan más nutrientes. Si tomamos, ejemplo, los tomates, los diferentes indicadore­s señalan que pueden tener unas 5 veces más calcio, incluso más de 10 veces el aporte de magnesio y casi 2.000 veces la cantidad de hierro que, en los convencion­ales, puede ser casi inexistent­e. En las lechugas, el calcio puede multiplica­rse más de 4 veces, cifras similares para el magnesio y, al igual que en el ejemplo anterior, la diferencia de hierro es muy significat­iva llegando a ser de unas 50 veces más. En los alimentos de origen animal ocurre lo mismo. Son notables las diferencia­s nutriciona­les entre un huevo puesto por una gallina feliz que corre por el campo, pololea con el gallo y come lo que le es natural que aquellas que están hacinadas en una jaula, nunca ven un gallo y se alimentan con un polvo balanceado.

Un estudio realizado en 2007 verificó estos valores y se encontró que los huevos orgánicos tienen 1/3 menos de colesterol y 1/4 menos de grasa saturada, un 2/3 más de vitamina A, dos veces más ácidos grasos Omega 3, el triple de vitamina E y 7 veces más betacarote­no.

Esta es la razón por la cual en una investigac­ión puede resultar que el huevo reduce el colesterol y en otra lo eleva. La buena noticia para los amantes del huevo es que si se ocupan de conseguir los de producción agroecológ­ica y están dispuestos a pagar un poquito más por ellos, comer de uno a tres por semana tal vez siga siendo válido, seguro y prudente, pero libre de culpa y cargo. Tal vez, para los deportista­s y los que hacen alguna dieta especial, también esta cantidad pueda aumentarse.

Un punto importante es que la buena salud no depende de un huevo más o menos sino de la calidad, la variedad y el equilibrio. La columna vertebral de una buena alimentaci­ón depende del consumo de alimentos frescos, vivos e integrales, focalizand­o en un eje que enfatice en una masa crítica de frutas, verduras y semillas y se complement­e con cantidades más moderadas de cereales y legumbres. Los alimentos de origen animal, según la dieta y estilo de vida, deben tener un consumo de opcional a más limitado. De esta manera, nos estaremos manejando dentro de un rango de seguridad alto, que ha demostrado ser protector de la mayoría de las enfermedad­es, en particular, las cardiovasc­ulares, el cáncer y la diabetes y nos permite vivir con una actitud de apertura expectante para seguir mejorando nuestra alimentaci­ón con aquellos saberes nuevos pero que se han sostenido durante bastante más de lo que dura la novedad.

Por último, convengamo­s que no es lo mismo comer una ensalada de vegetales frescos, un huevo de pastoreo picadito y condimenta­do con sal marina y aceite de oliva virgen, que unas galletitas elaboradas con harina refinada, azúcar blanca, sal común, aceites de mala calidad y huevos deshidrata­dos que en el proceso su colesterol se ha oxidado y se depositará con facilidad en las arterias. Si logramos comprender la diferencia, habremos dado un gran paso a la hora de mejorar nuestra capacidad de elegir los alimentos que día a día nos ayudarán a crear salud.

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Alimentaci­ón conciente
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