Mia

¿Cómo encender el deseo?

- Por Patricio Gómez Di Leva*

Una consulta habitual para los sexólogos es la de hombres y mujeres que, después de 20 años de casados, ya no sienten lo mismo que antes o, lo que es peor, ya no sienten nada. La pregunta que surge es: ¿cómo llegaron a ese punto?, ¿qué desencaden­ó el problema?, ¿el deseo fue desapareci­endo de a poco? Pero lo que más sorprende es cuando esta consulta la hacen parejas que sólo llevan pocos años juntos y, de hecho, se transformó en una tendencia cada vez más frecuente en los jóvenes.

En todos estos casos, en los que no hay deseo o está muy disminuido, aparece una misma creencia, falsa pero efectiva, de que el deseo es espontáneo. Si bien, el deseo puede ser espontáneo, sólo lo es en algún momento de la vida y, así como aparece y puede sorprender­nos, también puede desaparece­r si no nos ocupamos de estimularl­o. El deseo es como una planta: si dejamos que sólo se riegue con el agua de la lluvia, habrá temporadas en donde crecerá, pero también habrá temporadas de sequía en las que correremos el riesgo de que muera.

El deseo siempre es el resultado de un estímulo que lo antece- de. La falta de deseo, en cambio, puede resultar de un estímulo negativo que lo debilite, de un estímulo inadecuado o de la ausencia del mismo. Éstos pueden ser: r: la rutina, el maltrato, el estrés, la a desconfian­za, la ansiedad y las preocupaci­ones. Los estímulos que, en cambio, fortalecen el deseo son: el enamoramie­nto, los besos, los juegos, las caricias, las buenas actitudes, el buen trato, pequeños gestos positivos y la confianza.

Las caricias son el estímulo por excelencia para despertar el deseo: cada una de ellas es como una leña que arrojamos al fuego del deseo.

Una nueva forma de pensar en las caricias es no pensar justamente que acariciamo­s al otro, sino que nos acariciamo­s “en el otro”. El contacto cuerpo a cuerpo es una caricia que nos une. La invitación es a explorar el cuerpo del otro y, en esa exploració­n, descubrir el propio, así como las sensacione­s, los calores y las diferentes zonas erógenas. El sexo es un juego y, mientras lo vivamos de esa manera, el deseo siempre nos va a acompañar.

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