Consumo SIN FIN
Aunque suene desmesurado al decirlo, no podemos negar este hecho: vivimos en una sociedad adictiva. Basta con observar el comportamiento de millones de seres humanos en un mundo donde el consumo asumió el rol de identidad de las personas. El tener reemplazó al ser y el miedo aniquiló la esperanza.
El individuo actual vive su presente con absoluto desinterés por su mundo; sin memoria ni utopías, virtualmente sin ideales; expandiendo su ego por todos los rincones de la realidad. Y es a ppartir de esos comportamientosp egoicos g que lal seducciónd ió deld l mercadod diseñadi ñ lal culturalt actual,t l le l fija nuevas finalidades y ofrece legitimidad a una socialización que, paradójicamente, excluye o ignora la preocupación por lo social, el auténtico interés por el otro, porque la persona descree de sí misma.
La familia, en tanto símbolo de organización social, ha ido perdiendo terreno en favor de una organización vincular propuesta por la sociedad en que vivimos.
Las normas del mercado no son en modo alguno más flexibles, ni exigen un grado menor de obediencia. Por el contrario, es la persona quien se posiciona en un lugar diferente en relación con estas reglas, con estas pautas de consumo y de trabajo de una nueva configuración que comienza a fines del siglo XX y continúa aún vigente. Dentro de esta estructura se circunscribe la imposición, pero este sujeto ya no es compelido a un modo de actuar o de ser determinado, sino que es impulsado a ceder a la tentación de los objetos, merced a la seducción que ellos ejercen.
Siguiendo el pensamiento de Erich Fromm –destaca- do sociólogo y psicoterapeuta y uno de los principales críticos del capitalismo tardío–, advertimos que la vida moderna no constituye un estímulo favorable al desarrollo de las potencialidades humanas. Muy por el contrario, bajo el reinado del lucro, en ella todo se transforma en mercancía, incluidas las funciones y las personalidades. Casi todo está a la venta; no solo los productos y los servicios, sino también las ideas, el arte, las personas, los sentimientos y también el todo del hombre con sus potencialidades. El ser humano se adapta de manera inconsciente a uun orden social excesivamente comercializado en el que la meta es la adquisición en sí misma. En este escenario, el trabajo es puro tedio para muchos y los incentivos, demasiado grandes para ser combatidos, solo sirven para encajar y ser como todo el mundo.
Tal como observaba Fromm, ocultos detrás de este frenesí de consumo se advierten un profundo vacío interior, depresión y sentimientos de soledad, e incapacidad para ser autónomos y para ser ciudadanos productivos, verdadera y única condición. En algunos casos, la evidencia clínica ha mostrado una clara correlación entre la ingesta excesiva de alimentos o la compra compulsivai –por dar solo un ejemplo– y ciertos estados de depresión o de ansiedad intensa.
En este entorno, aunque la persona se siente con el poder de ser libre para elegir, en realidad su libertad ha quedado limitada a la libertad de comprar y consumir; de elegir entre muchas cosas diferentes y decir «Quiero esto en lugar de esto otro». Pero el peligro de este creciente y vertiginoso consumismonsumismo radica en que, por estar lleno de una necesidad de consumo, el individuo no resuelve el problema de su vacuidad interior, de su ansiedad, de su depresión.