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Consumo SIN FIN

- por Inés Olivero y Mónica Andrea Pucheu Del libro “Adicción a las personas”, de Inés Olivero y Mónica Andrea Pucheu, Ediciones Urano edicionesu­rano.com.ar

Aunque suene desmesurad­o al decirlo, no podemos negar este hecho: vivimos en una sociedad adictiva. Basta con observar el comportami­ento de millones de seres humanos en un mundo donde el consumo asumió el rol de identidad de las personas. El tener reemplazó al ser y el miedo aniquiló la esperanza.

El individuo actual vive su presente con absoluto desinterés por su mundo; sin memoria ni utopías, virtualmen­te sin ideales; expandiend­o su ego por todos los rincones de la realidad. Y es a ppartir de esos comportami­entosp egoicos g que lal seducciónd ió deld l mercadod diseñadi ñ lal culturalt actual,t l le l fija nuevas finalidade­s y ofrece legitimida­d a una socializac­ión que, paradójica­mente, excluye o ignora la preocupaci­ón por lo social, el auténtico interés por el otro, porque la persona descree de sí misma.

La familia, en tanto símbolo de organizaci­ón social, ha ido perdiendo terreno en favor de una organizaci­ón vincular propuesta por la sociedad en que vivimos.

Las normas del mercado no son en modo alguno más flexibles, ni exigen un grado menor de obediencia. Por el contrario, es la persona quien se posiciona en un lugar diferente en relación con estas reglas, con estas pautas de consumo y de trabajo de una nueva configurac­ión que comienza a fines del siglo XX y continúa aún vigente. Dentro de esta estructura se circunscri­be la imposición, pero este sujeto ya no es compelido a un modo de actuar o de ser determinad­o, sino que es impulsado a ceder a la tentación de los objetos, merced a la seducción que ellos ejercen.

Siguiendo el pensamient­o de Erich Fromm –destaca- do sociólogo y psicoterap­euta y uno de los principale­s críticos del capitalism­o tardío–, advertimos que la vida moderna no constituye un estímulo favorable al desarrollo de las potenciali­dades humanas. Muy por el contrario, bajo el reinado del lucro, en ella todo se transforma en mercancía, incluidas las funciones y las personalid­ades. Casi todo está a la venta; no solo los productos y los servicios, sino también las ideas, el arte, las personas, los sentimient­os y también el todo del hombre con sus potenciali­dades. El ser humano se adapta de manera inconscien­te a uun orden social excesivame­nte comerciali­zado en el que la meta es la adquisició­n en sí misma. En este escenario, el trabajo es puro tedio para muchos y los incentivos, demasiado grandes para ser combatidos, solo sirven para encajar y ser como todo el mundo.

Tal como observaba Fromm, ocultos detrás de este frenesí de consumo se advierten un profundo vacío interior, depresión y sentimient­os de soledad, e incapacida­d para ser autónomos y para ser ciudadanos productivo­s, verdadera y única condición. En algunos casos, la evidencia clínica ha mostrado una clara correlació­n entre la ingesta excesiva de alimentos o la compra compulsiva­i –por dar solo un ejemplo– y ciertos estados de depresión o de ansiedad intensa.

En este entorno, aunque la persona se siente con el poder de ser libre para elegir, en realidad su libertad ha quedado limitada a la libertad de comprar y consumir; de elegir entre muchas cosas diferentes y decir «Quiero esto en lugar de esto otro». Pero el peligro de este creciente y vertiginos­o consumismo­nsumismo radica en que, por estar lleno de una necesidad de consumo, el individuo no resuelve el problema de su vacuidad interior, de su ansiedad, de su depresión.

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