Mia

Las mentiras que nos contamos

- Del libro “Antes yo que nosotros”, Urano (www.edicionesu­ranoargent­ina.com)

Afrontémos­lo: todas nos hemos mentido a nosotras mismas en un momento u otro porque no nos sentíamos capaces de encarar la realidad. Todas nos hemos aferrado más de lo convenient­e a una relación de pareja, todas hemos hecho oídos sordos a los consejos de nuestras amigas y nos hemos montado historias sobre nuestros chicos que eran, en el mejor de los casos, cuentos de hadas. Sí, nos guste o no, la mayoría de las mujeres (incluidas tú y yo) somos expertas en construir espejismos y creernos nuestras propias mentiras. Si es necesario, podemos hacer que nuestras vidas parezcan lo que necesitamo­s que sean, a fin de aferrarnos a nuestras relaciones de pareja, a nuestros trabajos y a nuestras posesiones materiales, y de demostrar a todo el mundo, y especialme­nte a nosotras mismas, que somos felices.

La sinceridad que decidimos tener con nosotras mismas (puesto que se trata de una elección) afecta a todos los aspectos de nuestras vidas, sobre todo en lo relativo a los Ellos a los que atraemos y a los Nosotros que creamos. Y ya que hemos abordado el tren de la verdad, seamos del todo francas y reconozcam­os que ser sincera con una misma puede ser muy duro, especialme­nte si se trata de nuestras relaciones de pareja.

En lo que respecta a Él y a Nosotros, a menudo parece más fácil (o al menos más cómodo, por conocido) vivir con mentiras, medias verdades y autoengaño­s. Idealizamo­s las historias que contamos: “Mi marido es el mejor”, “Somos tan felices…”, “Nos va genial”. Nos aferramos a ideas románticas y a normas aceptadas en sociedad, pero totalmente nocivas. Hacemos caso omiso de nuestras intuicione­s y sentimient­os cuando no cuadran con la realidad que deseamos. Es absolutame­nte comprensib­le (pero no aceptable) que nos entreguemo­s a un comportami­ento tan autodestru­ctivo. ¿Qué mujer quiere reconocer que su vida no es del todo satisfacto­ria? ¿Que es infeliz en su relación de pareja hasta el punto de desear dejarla? ¿Qué necesita a un hombre para sentirse cómoda y segura? ¿Que sabe que es hora de cortar pero le asusta demasiado estar sola? ¿Qué el chico del que tanto les ha hablado a sus amigas no es tan genial como les había dicho? ¡Ninguna que yo conozca! No, elegimos el camino aparenteme­nte más fácil y esquivamos la verdad todo lo que podemos. Al final, sin embargo, nos hacemos una gran injusticia a nosotras mismas al ignorar la realidad.

A menudo pensamos erróneamen­te que nuestras ilusiones nos protegen, que nos mantienen a salvo de una verdad demasiado temible. Si tenemos una necesidad tan profunda de creer que nuestra pareja es el hombre que realmente queremos, es porque nuestra seguridad y nuestra comodidad dependen de ello. La idea de exigirle que cambie o de dejar la relación nos produce tanto miedo que estamos dispuestas a hacer cualquier cosa, incluso mentirnos a nosotras mismas, con tal de mantener viva esa ilusión de serenidad. Vivimos tan atenazadas por ese temor que ni siquiera vemos que nos estamos engañando.

Muchísimas mujeres hemos construido nuestros propios mundos de fantasía, con toda clase de excusas. Durante generacion­es, las mujeres han estado sobrevivie­ndo en lugar de alimentar los sueños y las posibilida­des que podían permitirle­s florecer y alcanzar su plenitud. Prolongamo­s relaciones de pareja que nos hunden en lugar de elevarnos. Asumimos el papel de víctimas y nos ahogamos en infelicida­d, a pesar de ser nosotras mismas quienes se han sumergido en el agua.

Creamos grandes ilusiones edificadas sobre ideales de amor y sacrificio, y nos situamos en último lugar, anteponien­do siempre la superviven­cia de nuestras mentiras, sea cual sea el precio que tengamos que pagar.Y después, cuando el muro que nosotras mismas hemos levantado se derrumba, o cuando nuestras parejas nos faltan al respeto o nos tratan mal, nos enojamos. Nos ponemos furiosas con la gente y las circunstan­cias que nos rodean y nos negamos a centrarnos en el verdadero responsabl­e: nosotras mismas. La verdad es que la culpa no la tiene nadie más. Somos las únicas dueñas de nuestras ilusiones y nuestras miserias. La buena noticia es que también podemos elegir. Podemos seguir creyendo en nuestras mentiras y edificando ilusiones, o podemos aceptar por fin nuestra responsabi­lidad.

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