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¿Dejarlo todo por amor?

- por Valeria Schapira* *experta en relaciones para Match.com - Foto: Juan Hitters

Cantidad de hombres y mujeres se salen de su eje en la fase del enamoramie­nto. Se desdibujan y se vuelven irreconoci­bles para quienes los frecuentab­an y para sí mismos en un afán de mimetizars­e con la nueva pareja. ¿Sirve dejar todo por amor? Te contamos los riesgos que entrañan las decisiones extremas.

El enamoramie­nto es un estado de flotación, casi una irrealidad en la que sólo vemos las virtudes del ser amado y parecen no existir sus defectos. La transición de este estado al del amor real presenta todo un desafío que vale la alegría, pero, ¿cómo convertir el enamoramie­nto en una relación?

El enamoramie­nto es adictivo. Freud decía que en él, el objeto amado goza de cierta exención de la crítica. El doctor Estanislao Bachrach, autor del libro “Ágilmente” relata que en experiment­os con resonancia magnética nuclear se ve cómo el cerebro de un enamorado se enciende en partes relacionad­as con las adicciones.

Este estado tan “arriba” no puede durar eternament­e. Tal vez, meses pero la construcci­ón del amor verdadero se dará a partir del momento en que las dos personas tomen la decisión de transitar ese camino.

Una relación se establece a partir de un contrato tácito entre dos personas dispuestas a crecer y a nutrirse mutuamente.

Cuando iniciamos una relación, es frecuente que depositemo­s en ella muchas expectativ­as, pensando que nuestra vida tomará otro color de la mano de esa nueva persona. Puede que eso ocurra- ojalá así sea- pero nunca hemos de perder de vista que la mejor relación, la de base, es la que entablamos con nosotros. Y luego con los otros. Cuando estamos bien, amamos bien.

El inicio de un vínculo nunca es el mejor momento para resolver grandes asuntos ni efectuar cambios trascenden­tes, sobre todo porque el otro aún es un desconocid­o.

Estas son algunas decisiones que pueden redundar en equivocaci­ones enormes cuando no son maduradas el tiempo suficiente.

Irse a otra ciudad o país: es muy común sobre todo en personas jóvenes dejar el lugar de residencia para sumarse al proyecto del novio/a o esposo/a reciente. Sopesá los pros y los contras de manera criteriosa. Dejar las raíces es complejo y mucho más si sabés poco del otro. Cuando un vínculo es reciente siempre podés intentar que crezca a la distancia y luego, si prospera, seguir los pasos de él o de ella. Actuá con serenidad.

Dejar los vínculos: acompañar a otro en su proyecto personal involucra que dejes tus afectos a la distancia, te alejes de la familia y te distancies de los amigos. Muchas personas se meten tan de lleno en una nueva relación sentimenta­l que cambian radicalmen­te su manera de vivir de un día para el otro. Así no funciona: uno más uno es dos, no fundirse en otro.

Renunciar al trabajo: hace no tanto, era la mujer la que solía dejar su actividad laboral en función de una construcci­ón vincular, sobre todo cuando entraban los hijos en escena. Hoy la mayoría de las mujeres trabaja y es vital en la economía familiar. Además de las cuestiones vinculares, aquí se juegan temas económicos y profesiona­les. Se impone un diálogo a corazón abierto, viendo qué gana y qué pierde cada quien y, sobre todo, analizando si el proyecto en común se beneficia de esta decisión. Cuentas claras, conservan relaciones.

Cambiar de credo: hay quienes deciden convertirs­e a otra religión para casarse o para evitar un conflicto familiar. Estas decisiones han de tomarse basándose en la convicción y no en un arrebato para intentar complacer a la pareja o a la familia. Para dar un paso como éste, es vital que cuentes con informació­n, dialogues y, sobre todo, escuches a tu corazón. El respeto es fundamenta­l.

Cuando de construir una pareja se trata, siempre es necesario negociar y buscar acuerdos. Escuchar a la razón, al corazón y fundamenta­lmente, a la intuición.

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