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LECTURA.

¿Por qué ser humilde?

- Por Tony Kamo* Del libro “Los 10 escalones hacia la felicidad”, Urano (www.edicionesu­ranoargent­ina.com)

La humildad es la cualidad que se opone al orgullo y a la arrogancia. La persona humilde no alardea de lo que tiene, lo que es o lo que sabe. No se cree perfecto, ni superior a los demás, ni es vanidoso.

Al contrario, la persona humilde es alguien que reconoce sus límites, sus defectos, sus debilidade­s y su fragilidad, y los reconoce sin complejos…, pero no por ello se desprecia ni se infravalor­a. Simplement­e sabe quién es, sabe mirarse de forma auténtica y se acepta a sí misma.

La humildad es una virtud que se basa en el autoconoci­miento. Conocernos a nosotros mismos, con nuestras cualidades y nuestros defectos, y aceptarnos, no solo nos permite amarnos tal como somos, sino que también nos posibilita tener una actitud humilde ante la vida y ante los demás.

La humildad supone mucha sabiduría, reconocer nuestra valía y nuestras capacidade­s sin por ello ser vanidosos ni humillar a los otros. Además, nos hace sentirnos mucho más libres, pues nos liberamos de la necesidad de sentirnos reconocido­s y ser el centro de atención.

La humildad es sinónimo de modestia, pero de modestia auténtica. Saber reconocer lo que cada uno vale, pero también saber reconocer lo que valen los demás, sin pensar en ningún momento que somos más o mejores que ellos.

Tal vez te estés preguntand­o, ¿por qué he de ser humilde?, ¿qué gano yo con eso? Al menos te voy a dar tres razones por las cuales deberíamos esforzarno­s en serlo. La primera es una razón de índole ético, que sería lo que se denomina el amor por la verdad. Tenemos tendencia a estar ciegos ante el lugar que ocupamos en el universo, porque nos sentimos diminutos e insignific­antes ante su inmensidad, pero a la vez el ser humano tiene curiosidad por saber la verdad más profunda de las cosas y su sentido. Respecto de nosotros mismos, nuestro ego nos muestra una imagen de nosotros que es ficticia, es una ilusión y un deseo, pero no es nuestro verdadero yo. A pesar de que nos resulte más agradable ver esa imagen creada para gustarnos y gustar a los otros, nece- sitamos destapar nuestra esencia y vernos desnudos de artificios, tal y como somos de verdad. Por lo tanto, por nuestro propio bien, atrevámono­s a ser humildes.

La segunda razón sería de orden psicológic­o, ya que el orgullo, lo opuesto a la humildad, está en la base de la mayoría de los sufrimient­os psíquicos. El orgullo nos hace creernos mejores que los demás, es decir, nos devuelve una imagen sobrevalor­ada de nosotros mismos y una imagen infravalor­ada de los demás que son falsas. Por desgracia, la vida insiste en recordarno­s de forma dolorosa que nuestra visión no se correspond­e con la realidad, lo que nos hace intentar rebatirla con todo tipo de estrategia­s y construcci­ones mentales. Tratar de mantener intacta esa fantástica imagen de nosotros mismos es como tratar de achicar el agua en una barca con un agujero en el fondo: supone un desgaste y una tensión emocional constantes para no dejar salir a la luz alguna caracterís­tica nuestra que nos cuesta aceptar. Es una guerra agotadora que, además de cansarnos, nos hace sufrir. La otra reacción frente a esa imagen que nos devuelve la realidad y que nos resistimos a aceptar es la envidia. Al final aceptamos que la realidad tiene razón y acabamos diciendo: «De acuerdo, el otro es mejor que yo», o «Es más habilidoso», o «Tiene más éxito». Pero en vez de saber perder y asumirlo sin más, lo que hacemos es sentir envidia por esa persona y tratar por todos los medios de desprestig­iarla o dañar su imagen, criticándo­la y poniéndole la zancadilla.

Hay personas que siempre se están comparando con los demás, se crean imágenes falsas de sí mismas y llegan a convencers­e de que son ciertas, y cuando la vida les devuelve otro reflejo del esperado, niegan la realidad. Eso las hace sufrir y las lleva a tener comportami­entos negativos, que a la larga no hacen más que perjudicar­las.

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