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La isla que lo tiene todo

Pescado, cabritos en la montaña, laderas llenas de hierbas aromáticas y hasta sal que se produce en sus playas. Nadie va al mercado para llenar la alacena

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En el archipiéla­go griego del Dodecaneso, en el mar Egeo, hay una pequeña joya: Astipalea. En esta isla todavía no existe una amplia infraestru­ctura turística. Por eso, trepando por las rocas, con una canasta en la mano se puede recoger lo que ofrece la árida naturaleza: tomillo, salvia, hinojo marino y, sobretodo, sal. Cuando el agua de mar se evapora bajo el sol abrasador, queda una exquisita sal marina. "Si uno vive en la isla, no hace falta comprar sal", dice Bettina, una mujer alemana que hace muchos años emigró a esta isla griega. Aunque es una isla muy pequeña, con una superficie de solo 95 kilómetros cuadrados, Astipalea, situada en el sur del mar Egeo, tiene mucho que ofrecer. En la rústica taberna en la playa de Livadia se preparan platos tradiciona­les: ensalada de arroz con granadas y limones macerados, tarta de dorada fresca, una especie que los pescadores capturan todos los días.

A los clientes les gusta esta cocina, tanto a los habitantes de la isla como a los turistas. Los dos grupos se mezclan en Astipalea, cuando llega la hora para tomar ouzo, todos se juntan en una gran mesa.

Todo el mundo se conoce, algo que no es de extrañar en una isla de solo 1.100 habitantes. Sin embargo, en agosto,

cuando los griegos tienen vacaciones, puede ocurrir que todas las habitacion­es de hotel, en total 5.000 camas, estén reservadas.

El resto del año está tranquilo y el ambiente es acogedor. El hotel más grande tiene 28 habitacion­es y está situado en una pendiente con vistas a Jora, la localidad más grande de la isla, dominada por las ruinas de una antigua fortaleza.

"Aquí arriba vivieron en el pasado cientos de personas para protegerse de los ataques de los piratas que se desplazaba­n por el Mediterrán­eo", relata la historiado­ra y alcaldesa, Maria Kampouri. Durante el día, la gente iba a los campos de cultivo que habían creado con forma de terrazas en los alrededore­s, en las montañas escasament­e cubiertas de vegetación. "Muchas de esas terrazas aún pueden verse hoy", dice Maria. Un auténtico vergel selvático se extiende encima de Agios Ioannis, una pequeña playa aislada. Allí crecen granadas, uvas y mandarinas y en las montañas aledañas, salvia silvestre.

"Las plantas reciben muy poca agua, porque solo llueve en verano, si es que llueve", dice Mohn. Por eso, el sabor y el aroma son especialme­nte intensos. Ella recoge las hierbas y todo lo que da la naturaleza para elaborar y vender produc-

tos como limones macerados, chutneys o mermelada.

Las abejas, en Astipalea, disfrutan del tomillo silvestre, que en algunos casos cubre pendientes enteras de las montañas. Giorgios produce hasta el 80 por ciento de la miel en la isla. El hombre, de unos 80 años, vive en su granja con más de 200 cabras y decenas de ovejas. Además de miel, fabrica quesos de leche de cabra de la misma manera que lo hacían sus antepasado­s.

Además de pescado fresco y mariscos, en el menú de muchas tabernas figura cabrito. También en el pintoresco restaurant­e de Linda, situado junto a la playa en Kaminakia. Detrás de la casa hay un jardín con toda clase de frutas, verduras, hierbas y uvas.

Linda también hace un vino tinto dulce como el que tradiciona­lmente se produce en la isla. En un horno de leña hace varias veces a la semana pan que condimenta con anís. Las cabras, que caminan por las pendientes alrededor de la playa, acuden voluntaria­mente a Linda cuando llega la hora del ordeño. También ella hace queso. "Aquí tengo todos los productos para cocinar", dice. Lo que no tiene, simplement­e no existe.

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