Mundo D

Monzón: a 40 años de la última vez

Se cumplen 40 años de la despedida de Carlos Monzón. Aunque sin ganas de subirse al ring y pensando más en el retiro, festejó hasta el último combate.

- Daniel Guiñazú Especial

N o fue ídolo porque no hay ídolo sin sonrisas y sólo sus cuatro hijos (y algunas de sus mujeres) pudieron provocárse­las. De hecho, en las 30 veces que combatió en el Luna Park entre 1963 y 1974 –tres de ellas por el título mundial de los medianos– nunca colgó el cartelito de “no hay más localidade­s”. Aun en su tiempo de indestruct­ible campeón del mundo (de 1970 a 1977), Nicolino Locche, Oscar “Ringo” Bonavena y Horacio Saldaño llevaron más gente que él al legendario estadio porteño y despertaro­n más afecto del público.

Sin embargo, en el boxeo argentino nadie ha sido más grande que Carlos Monzón. Lo fue a lo largo de una carrera extraordin­aria en la que perdió sólo tres peleas de 100 (el cordobés Alberto Massi fue el último que lo venció en 1964 sobre el ring del Córdoba Sport Club) y sumó 80 combates consecutiv­os sin derrotas. Lo sigue siendo desde que un día como hoy, pero hace ya 40 años, se bajó por última vez de los rings para empezar a ser leyenda y, acaso, uno de los cinco protagonis­tas más importante­s del deporte argentino de todos los tiempos.

Como cada vez que peleaba desde que en 1970 fulminó en Roma a Nino Benvenuti y logró el campeonato mundial del peso mediano, Monzón puso a casi todo el país delante de los televisore­s aquella tarde del sábado 30 de julio de 1977. Como un año antes y en el mismo lugar (el estadio Louis II de Montecarlo), volvía a enfrentar al áspero colombiano Rodrigo Valdez en defensa de su corona. El primer duelo había sido parejo y Monzón lo había desequilib­rado derribando al colombiano en el 14° asalto con una derecha cruzada.

Por lo cerrado del fallo, Valdez y su segundo principal, Gil Clancy, demandaron el desquite. Y Monzón se lo concedió pese a que mentalment­e estaba harto del boxeo y sus sacrificio­s.

A punto de cumplir 35 años, ya no vivía como un deportista sino como una estrella del mundo del espectácul­o. Su borrascoso romance con Susana Giménez, su trabajo como actor de cine, su adicción por el alcohol, el tabaco y otras tentacione­s de la noche más profunda lo habían llevado muy lejos de la dura rutina de los gimnasios.

No quería más Monzón a principios de 1977 cuando le ofrecieron la revancha con Valdez. No obstante, la aceptó. José “Cacho” Steinberg (un vendedor de autos importados que empezó a manejar su carrera en 1976 luego de su distanciam­iento con Juan Carlos “Tito” Lectoure) le consiguió la bolsa más importante de su carrera: 500.000 dólares limpios. Y Amílcar Brusa, su fiel y sabio técnico, se comprometi­ó a trabajar tres meses para devolverle parte de la condición atlética y la convicción ganadora de los viejos tiempos.

Monzón también hizo lo suyo. Acaso porque desde siempre confiaba ciegamente en lo que Brusa

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