Más allá de la localía
El presidente de Lanús, Nicolás Russo, dijo que el que quiere jugar en la Bombonera es Jorge Sampaoli. El dirigente se refería al pedido de traslado de la localía de la selección argentina para el decisivo encuentro ante Perú por las eliminatorias sudamericanas.
No hablaría muy bien de Sampaoli si esto fuese cierto. O, al menos, de su nivel de confianza hacia sus jugadores, bastante perdidos en algunos tramos del partido ante Venezuela. Podría suponerse que al entrenador debió parecerle poco el aliento de las 60 mil personas que asistieron esa noche al Monumental. O que seguramente el rendimiento del equipo mejorará con otros colores en el cemento que circunda el campo de juego.
El rosarino probablemente pensará que la arquitectura boquense tendrá el carácter infalible que tuvo hasta hace un buen tiempo: la de trasladar su espíritu opresor al alma débil de los visitantes, tal como sucedía hace 30, 40 o 50 años, cuando los adversarios parecían sentir fuerte la amenaza latente de un desembarco tribunero.
Si es así, podrá decirse que Sampaoli se ha quedado en el tiempo; que su evolución como director técnico es contradictoria con su pensamiento un tanto arcaico, si es que considera que una selección rival, de alta competencia, apechugará, aflojará, sentirá miedo por recibir tanta hostilidad sobre sus cabezas.
Hace muchos años que no hay tales evidencias de manera sostenida. Los mismos Boca Juniors y River Plate desde hace rato no son infranqueables en su propia casa. En su momento lo experimentaron Belgrano y Talleres, y tantos más que pudieron comprobar que así como “el césped tiembla” ante el acelerado latido xeneize, también hay resquicios como para meter algún grito ajeno de felicidad por un buen resultado.
Esto también le cabe a Belgrano, tras el emotivo y valorable regreso a su casa, y a propósito de los “cinco tiros en la cabeza” del que habló Lucas Acosta, en relación a lo dicho por Sebastián Méndez, sobre lo que habrá que darles a sus jugadores para que puedan ceder puntos en su renovado reducto.
La desmesura del ejemplo explica el valor que el hincha y los jugadores de Belgrano le dan a jugar en el Gigante. En estos tiempos de poca cosecha, de flacos rendimientos, el arraigo a lo propio parece ser el remedio casero que mejora resultados y exorciza todo lo malo que le ha pasado en los últimos meses.
Pero hay un límite a esa creencia, muchas veces convertida en cábala o en el supuesto recurso infalible para derrotar ambiciones externas. Ese límite es lo propio, lo que cada jugador puede ofrecer y lo que junto a otros pueden entregar como equipo.
Al margen del triunfo, genuino y muy festejado, a la par de sufrido y trabajado, Belgrano volvió a exponer sus grandes dificultades para armar juego, para generar alternativas que dañen a su rival, para sostener la tal necesaria postura dominante, que surge desde lo anímico por jugar de local, pero que necesariamente debe sostenerse en sus virtudes futbolísticas.
Bien pudo San Martín de San Juan haber anotado un gol en los primeros 45 minutos, ante un equipo errático, nervioso y con problemas defensivos. Con lo justo, sin sobrarle nada, más por garra que por otro valor, Belgrano equilibró el trámite y pudo ganarlo.
El “no jugamos bien” de Méndez al final del partido, es la mejor respuesta a un sábado inusual, de gran impacto visual y emocional, que desde lo racional debe dejar la enseñanza de que no sólo con el temperamento se sumarán puntos. Algunas individualidades deben aparecer y el equipo tiene que mejorar para no depender tanto de la mentada localía.
SI SAMPAOLI CREE QUE CAMBIANDO DE CANCHA SU SELECCIÓN PUEDE MEJORAR, LA CLASIFICACIÓN AL MUNDIAL CORRE MUCHO MÁS PELIGRO.