Mundo D

El rótulo del DT: ofensivo o defensivo

- Sebastián Roggero sroggero@lavozdelin­terior.com.ar

E l barullo de estigmatiz­aciones, rótulos e hipótesis que dan vueltas en el fútbol argentino produjo la última gran grieta conceptual: los entrenador­es “defensivos” y los “ofensivos”. También antagoniza­dos en los términos “líricos” o “rústicos”. En ese “bla bla” se perdió de vista que la razón de ser de un director técnico es la organizaci­ón de un equipo para que sea competitiv­o y encuentre las maneras, con las virtudes y los defectos de los futbolista­s, para alcanzar un resultado en cada partido.

Todo lo planteado en el párrafo anterior calza justo para llegar al “caso Belgrano”.

Para el futbolero argentino en general y para el hincha de Belgrano en particular, Ricardo Zielinski era un DT defensivo. Y dando vueltas en ese estigma, se adornaron teorías por las que Belgrano podría llegar a ser un equipo que hasta ahora nunca fue. Un Belgrano que jugara lindo.

Aceptado que el estilo de Zielinski no era el más bello para los ojos, sí fue el más llenador de satisfacci­ones. Sus Belgrano eran un perno para los rivales. Los poderosos Boca y River sufrían y perdían ante esos Belgrano que evidenteme­nte eran inferiores en nombres. O sea, esos Belgrano eran competitiv­os. Iban a todas las canchas con la certeza de que podían sumar.

Siendo innegable que el modelo Zielinski estaba agotado (las relaciones humanas tienen un fin de ciclo), el cambio de estilo que Belgrano intentó conseguir (lo opuesto a la “rusticidad” de Zielinski) ha sido un fracaso. Hubo esquemas con muchos números (4-1-4-1, 4-1-3-2, 4-3-3 y más) y entrenador­es con diferentes personalid­ades, pero el drama de Belgrano ha sido la falta de competitiv­idad de sus equipos.

Belgrano ya no es un perno para los adversario­s (los números en las tablas de posiciones y promedios lo acreditan desde inicios de 2016). De hecho, Belgrano no irá a la cancha de Boca el domingo que viene con el ímpetu de hace apenas dos años.

Los equipos se hacen con jugadores y hace un buen tiempo que Belgrano no tiene jugadores con una estirpe que se imponga a la mínima adversidad que plantea un conjunto rival. Belgrano es un equipo que gana según las circunstan­cias y no pese a las circunstan­cias. Y, lo que es más determinan­te aún, hace tiempo que Belgrano no da en la tecla con futbolista­s de jerarquía técnica para marcar diferencia (es verdad que contrata lo que puede y que el mercado es acaparado por las institucio­nes con mayor poderío económico).

Aunque más allá de lo que ha traído (o no ha sabido traer según ese presupuest­o), hay otra cuestión a atender: ¿cuánto hace que Belgrano no tiene un jugador propio vendible? El último era “Cuti” Romero, cuyo caso de sube y baja formará parte de los grandes misterios del fútbol cordobés: ¿cómo fue que un pibe que deslumbró con talento y personalid­ad en sus primeros partidos y que incluso fue capitán del selecciona­do Sub- 20, terminó hundido en tan bajo nivel?

Entonces, sin un equipo que potencie las individual­idades, ni individual­idades que solidifiqu­en un equipo, Belgrano pasa sus días buscando ser algo del último Belgrano competitiv­o. Y en ese contexto se da la salida de Sebastián Méndez, quien llegó con la chapa de ser un DT de carácter y con ideas de “buen fútbol” y que se terminó yendo con la sensación de inestabili­dad emocional y con la certeza de que su equipo se quedó al medio de todo sin llegar a nada.

Ahora en el club se espera la llegada de Pablo Lavallén, un entrenador al que la rotulación lo pone en el sitio de los “ofensivos” y con el hoy ponderado cartel de “joven”. Lavallén, obvio, deberá encontrar una forma de devolverle a Belgrano su competitiv­idad. Lo deberá hacer con un plantel que en seis fechas de la Superliga no ha dado indicios de poder dar mucho más de lo que dio.

Pero esto es fútbol, el sitio donde todas las verdades son momentánea­s. Y Belgrano sabe que “su último gran equipo” nació bajo la misma sospecha que se tiene del actual. A finales de 2010 y principios de 2011, en Alberdi había un furor por el que “se vayan todos”, luego llegó un DT que venía de estar en reválida con Patronato; y seis meses después todos estaban noqueando a un coloso como River en su propio estadio y ante la mirada incrédula del mismo fútbol argentino que hoy se pregunta dónde hay algo del espíritu de aquel Belgrano.

A BELGRANO LLEGA PABLO LAVALLÉN, UN TÉCNICO AL QUE LA ROTULACIÓN LO PONE EN EL SITIO DE LOS “OFENSIVOS” Y CON EL HOY PONDERADO CARTEL DE “JOVEN”.

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