Mundo D

Talleres, con mucho de uruguayo

- Enrique Vivanco Desde adentro evivanco@lavozdelin­terior.com.ar

El partido estaba complicado. Ricardo Zielinski hacía el gesto de darle otra vuelta de llave a la puerta del Decano. El tiempo se iba. Corrían los minutos, más saltarines que nunca, hacia el final ingrato. El golpe tucumano parecía consumarse. Era la derrota impensada. Y nada parecía detenerla.

Pero no. No fue así. Desde las cavernas del Kempes, Kudelka empezó a tomar decisiones. Había semblantea­do a sus jugadores en el entretiemp­o. Los había visto malhumorad­os por el 0 -1 y por los pocos recursos mostrados para darlo vuelta. Talleres se había entregado mansamente a la telaraña norteña. No estaba mostrando sus verdaderas ganas de seguir de cerca a Boca Juniors. Alcanzarlo ya no era ni siquiera una quimera.

El entrenador de Freyre comprendió que sólo un cambio radical podía modificar el ánimo de un equipo que empezó tibio y que rápido se fue apagando. Hurgó en el placard de los suplentes y levantó la percha con el “9” en la espalda. Con su ingreso pareció que todo cambiaría. Y eso sucedió.

Por si hacía falta, Junior Arias ratificó la condición indomable del jugador uruguayo. La del tipo levantisco que se subleva ante la adversidad, la del que tiene poco o casi nada y que lucha hasta más no poder para no perderlo todo. El que, como dijo Santiago Silva un mediodía sentado en la platea de la Boutique, tiene que hacer mucho más que un jugador argentino para llegar a Primera y para sobresalir.

Con Arias, el que intuyó rebeldías, ganó. Inyectó otra energía a la luz albiazul que, como ya se dijo, caminaba hacia el letargo. Peleó la propiedad de todos los balones en el área. Amenazó con su protagonis­mo en una jugada que casi termina en gol. Se juntó con su hermano en la calvicie y en la nacionalid­ad para ponerse al frente de una arremetida emocionant­e.

Lo dijo hace 20 años Luis Cubilla, otro uruguayo, cuando dirigía a Talleres. Aquel gran delantero de la selección charrúa, wing por años de River Plate, habilidoso y aguantador de mil patadas, no entendía la diferencia futbolísti­ca entre Uruguay y Córdoba, casi de similares espacios y poblacione­s, de marcado contraste en sus logros futbolísti­cos. O mejor dicho, sí, lo entendía a partir de la desorganiz­ación y de mil vicios más que notaba en una plaza que siempre prometía mucho más de lo que cumplía.

Lo cierto es que apareciero­n Arias, Silva y, desde atrás, Olaza. Y Guiñazú y Quintana. Y Rojas y Araujo. Y Ramírez. Y todos. Nada fue como hasta entonces. Todo se dio vuelta. La agonía que parecía eterna se cortó con un cuchillo por el gol del “9”. Y luego llegó el de Quintana. Y más tarde el de Ramírez. No fue sencillo. Pero Talleres golpeó y partió la mesa.

El fútbol de Córdoba casi siempre tuvo equipos que intentaron jugar bien al fútbol. Muchos no lo lograron. Unos pocos, sí. Tuvo buenos expositore­s del toque y la habilidad. De la buena pegada y de la creativida­d. Pero casi siempre carecieron de ese gesto de furia que los librara de ataduras para conquistar lo imposible.

Arias fue la señal de la sangre cuando hierve. Talleres la necesita en estos tiempos de decisiones fuertes y conviccion­es sólidas. Es la colaboraci­ón para el fútbol de esta provincia, que no debe dejar de sorprender del arisco y siempre competitiv­o fútbol uruguayo.

ARIAS FUE LA SEÑAL DE LA SANGRE CUANDO HIERVE. TALLERES LA NECESITA EN ESTOS TIEMPOS DE DECISIONES FUERTES Y SÓLIDAS.

 ?? (RAMIRO PEREYRA) ?? Junior Arias, Santiago Silva y Lucas Olaza. El tridente de uruguayos goleadores que tiene la “T”.
(RAMIRO PEREYRA) Junior Arias, Santiago Silva y Lucas Olaza. El tridente de uruguayos goleadores que tiene la “T”.
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