Mundo D

A pesar de todo, el final ofrece sonrisas

- Enrique Vivanco Desde adentro evivanco@lavozdelin­terior.com.ar

Se repitió la escena en cancha de San Lorenzo: mano en un área, penal; mano en la otra, siga, siga. Al más puro estilo Lamolina, aunque esta vez no se tratase del histórico Francisco, el papá, sino de su hijo, Nicolás. El árbitro que el viernes por la noche en el Nuevo Gasómetro se amparó en la famosa interpreta­ción al que lo faculta el reglamento para decir si una misma cara puede tener apellidos distintos.

El perjudicad­o fue Belgrano, que antecedió a Talleres en el perjuicio recibido pero por una situación diferente, si se mira una y otra vez como en el partido ante Huracán lo agarran del hombro y le cruzan una pierna y lo derriban a Joao Rojas dentro del área, sin que el árbitro Mauro Vigliano pueda percatarse de la falta.

La resignació­n y la prudencia sirven para calificar como un simple error la decisión de Nicolás Lamolina, aunque lo sucedido en el campo azulgrana advierte sobre la necesidad de mirar y sancionar de otra manera hechos similares, indescifra­bles para cualquier espectador, pero mucho más para la comprensió­n del hincha apasionado. Lo dijo muy bien Cristian Lema: “Al final, nadie sabe cuándo es penal y cuándo, no”. Las propuestas de cambio serían muchas: una alternativ­a es sancionar con penal todo toque con la mano dentro del área, más allá de la intención del jugador, y sobre todo, de colores de camisetas y localías. Haga usted la suya.

Lejos de esa circunstan­cia, Belgrano, en líneas generales, volvió a mostrar la imagen entusiasta y ambiciosa que lo ha caracteriz­ado en los últimos tiempos, que lo llevó a doblegar en el primer tiempo en el juego pero no en la red a San Lorenzo, un adversario que tuvo que nutrirse del azar y de aquella cuestionab­le decisión de Lamolina para llegar al gol y mejorar su desorienta­da imagen.

Los celestes, sin contar el resultado ante Temperley y una posible clasificac­ión a la Copa Sudamerica­na, llegan al final del torneo con buen semblante. Con una formación que casi sale de memoria. Con jugadores y un entrenador que es necesario sostener para enfrentar una próxima temporada en la que el bajo promedio del descenso los amenaza tanto como a varios equipos, y que por ese motivo se vislumbra ultracompe­titiva.

Talleres, en cambio, sumó ante los de Parque Patricios su cuarto punto de los últimos 18 que puso en juego, una cosecha a tono con la sostenida merma de su rendimient­o, ausente de la intensidad y el orden colectivo que hacían del arco de Guido Herrera un bastión casi inexpugnab­le, y de los matices ofensivos que antes le permitían ganar aunque más no fuera con lo justo, y que ahora sólo le sirvieron para anotar cuatro goles en sus seis últimos partidos.

Sin embargo, mirar el contexto vuelve pequeña esta breve debacle. Talleres ya sabe que el año próximo jugará un torneo internacio­nal, el extremo superior de un periodo que lo tuvo masticando rabia y frustració­n durante mucho tiempo. El fin de semana que viene sabrá con certeza cuál será su premio. Igual que Belgrano, tendrá que mover las piezas con mucha precisión y perspicaci­a para que la evolución siga su curso más allá de quien la persiga desde el costado del campo de juego.

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