México lindo: 1-0 a Alemania
El plan que ideó le salió perfecto, fue superior y le ganó 1-0 a Alemania en el primer gran golpe del Mundial.
La lluvia de cerveza, que ya había mojado a todos en el momento en que Hirving Lozano metió el gol del triunfo, se transformó en diluvio cuando el árbitro iraní Alireza Faghani le bajó el pulgar al encuentro para decretar que México había logrado uno de los triunfos más resonantes de la historia de su fútbol. A esa altura, los hinchas mejicanos ya no sabían qué locura hacer para darle rienda suelta a su euforia. Un desenfreno propio de quien acaba de noquear a una potencia como Alemania, el último campeón mundial, pero que además redondea una victoria 1-0 justificada, convincente, jugándole de igual a igual a uno de los cucos de la Copa del Mundo.
La muestra exacta fue el golazo que Irving Lozano marcó a los 34 minutos del primer tiempo: una jugada que arrancó cerca del área mejicana que combinó velocidad, precisión y que el joven nacido en Pachuca definió en dos tiempos con maestría para humillar a Manuel Neuer.
En México dicen que el cimbronazo del gol movió los sismógrafos y de acuerdo a lo que se vio en la tarde moscovita en el Luzhniki es muy posible que eso haya sido así, porque desde que viajaban en el metro rumbo al estadio los mejicanos dieron una demostración de fanatismo, color y calor pocas veces visto. Habrán sido unos 40 mil los que formaron una marea verde, con sombreros, con disfraces, con máscaras, hasta con gorras del Chapulín Colorado.
Claro que ni hizo falta que el héroe vestido de rojo y amarillo los defendiera, porque ayer los dirigidos por Carlos Osorio lo hicieron solos, no sólo a la hora de contener, sino también cuando atacaron al campeón defensor. “Ay, ay, ay, ay, canta y no llora, “somos locales otra vez” (con un ritmo diferente a como es en Argentina) y varios “ole, ole” atronaron una y otra vez el gigante escenario ruso, con un aliento que no supo de interrupciones. Los abrazos finales de los futbolistas se replicaron en cada rincón del estadio, donde era imposible no conmoverse con la emoción de los hinchas ganadores. A esa altura la cerveza, que se transformó en lluvia, era ríos.
El plan que después del partido Osorio reveló habían diseñado hace seis meses para vulnerar a los alemanes dio un resultado perfecto. México estaba seguro de que con jugadores rápidos por afuera podía dañar a los europeos y lo logró. De entrada atacó, movió la pelota y generó tantas o más chances que su jerarquizado rival. Cuando Lozano cerró a lo crack la jugada del 1-0, el seleccionado americano ya sabía que el batacazo era posible, porque hasta ese momento había fallado lo suficiente como para pensar que Alemania en cualquier instante lo embocaba.
Pero el que se puso en ventaja fue el ganador y desde entonces México administró los tiempos y decidió cómo se iba a jugar el partido. En el complemento se refugió atrás con un impenetrable sistema de contención y puso en evidencia la impotencia de una Alemania que tuvo mucha posesión, pero careció de agresividad futbolística y anímica para empatar. Dio la sensación que le faltó fuego sagrado. Y cuando llegó hasta Ochoa, pecó por imprecisa.
“Había que jugar por el amor a ganar y los jugadores lo hicieron muy bien. Tuvimos el coraje para jugar y cuando tocó defender, defendimos con la vida”, sintetizó Osorio. “Fue decepcionante”, resumió Joachim Löw.
Y sí, ayer México, que venía convulsionado por una fiesta que sus integrantes armaron con acompañantes antes del Mundial, se jugó la vida; y la determinación que los futbolistas pusieron en el campo tuvo un correlato perfecto en el apoyo que recibieron de sus hinchas, antes, durante y después de una victoria que quedará grabada en la historia del país. Y que, además, fue el primer gran golpe de un Mundial que se pone lindo.