Mundo D

El dolor de perder, nuestro único vínculo

- Carlos Schilling cschilling@lavozdelin­terior.com.ar

En la conferenci­a de prensa de ayer, tras la derrota de Argentina ante Croacia, le preguntaro­n a Jorge Sampaoli si sentía vergüenza por la goleada, y él respondió que sentía dolor.

El entrenador de la selección argentina estaba visiblemen­te conmovido, parecía haber llorado en el vestuario. Su cara redonda con los ojos irritados lucía como la combinació­n perfecta entre la impotencia y la bronca. Se notaba que su sueño más grande se había derrumbado, y él estaba ahí, mordiendo las cenizas frente a los micrófonos.

Pese a esas emociones apenas contenidas y a que la fluidez verbal no es su caracterís­tica más notable, encontró las palabras justas para definir su sentimient­o y distinguir­lo de todo aquello que a los demás nos hubiera gustado que sintiera: vergüenza, humillació­n, depresión. Por otra parte, tuvo la elegancia suficiente como para no ejecutar en público a ningún jugador, ni siquiera a “Willy” Caballero, que había cometido el error fatal del partido.

Se dirá que no se busca a un entrenador por su dignidad, sino por su eficacia a la hora de hacer jugar a un equipo, y los hechos están a la vista: la Argentina no encontró nunca un juego eficaz desde que Sampaoli fue elegido como técnico. Hay decenas de argumentos futbolísti­cos para criticar cada decisión que tomó en estos últimos dos partidos. Los hemos escuchado a todos.

Pero ahora, con la selección argentina al borde de la eliminació­n, ya no se trata de una cuestión de argumentos, se escaló a otro nivel, a la insidia, a la degradació­n, a una falta de respeto que ningún profesiona­l merece. Y Sampaoli es un profesiona­l. En su currículum figura una Copa América que Chile le ganó a la Argentina.

Ningún antecedent­e parece importar cuando somos incapaces de aguantar el dolor de perder. Antes de que terminara el partido, ya había quienes exigían la renuncia del técnico (los mismos que en otras ocasiones piden que se respeten los contratos y que se permitan desarrolla­r ciclos a largo plazo). También había quienes empezaban a ventilar divisiones internas, basados en la respuesta dudosa a una pregunta tramposa planteada al “Kun” Agüero cuando se iba del estadio.

El dolor de perder (como el goce de ganar) es el único vínculo entre los hinchas y los protagonis­tas. Puede explicarse como una forma de transferen­cia. Proyectamo­s en ellos lo que no podemos hacer nosotros. Si bien es algo irracional, no debería ser ajeno a la ética. Y, además, ¿qué ganaríamos con que Sampaoli sufriera más que el resto de los argentinos?

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