Mundo D

Reacción “histórica” y otro grito para la memoria

- Alejandro Mareco amareco@lavozdelin­terior.com.ar

En estos 10 días del Mundial que nos conmueve, del 16 al 26 de junio pasamos de la frustració­n original a la pesadilla de una goleada y, finalmente, cuando la agonía pisaba el umbral de la eliminació­n, alcanzamos la revelación de la alegría.

Rusia nos ha deparado un capítulo en la eufórica memoria de los gritos argentinos: el gol de Marcos Rojo, así como estremeció el aire del país, volverá a hacernos vibrar cada vez que asome en las imágenes.

Uno de los principale­s atractivos que convierte al deporte en un inigualabl­e espectácul­o que atrapa a las multitudes es la caracterís­tica concentrad­a del tiempo en el que transcurre: la capacidad de vivencias intensas, que caben en un puñado de segundos, en nada se parece a la del tiempo ordinario, donde los minutos y segundos se esfuman casi sin conscienci­a.

El otro gran atractivo es que nada en los desenlaces de cada partido está escrito, y eso es como asistir a una puesta en escena del destino y sus piruetas.

Un Mundial, de algún modo, reúne estos dos atractivos desplegado­s de otra manera. Y así como nosotros pasamos del subsuelo al cielo en cinco días, Alemania hizo el camino inverso.

En cuanto a la pirueta argentina, fue obra de los “históricos”. A pesar de los eufemismos en las declaracio­nes, el rumbo, los nombres y el esquema con que la selección salió a jugarse la última chance fueron resueltos por la voluntad del grupo que lideran futbolísti­camente Messi y espiritual­mente Mascherano.

Ellos, los que perdieron tres finales (frente a Nigeria, jugaron seis de los que estuvieron contra Alemania en 2014), asumieron la responsabi­lidad de reaccionar, y hacerlo de una manera más cómoda a sus instintos que con los planes de Sampaoli.

De algún modo, el equipo y la idea desplegada en San Petersburg­o sólo fue tardanza de lo que estaba por venir. La influencia del DT, cuya imagen fue silbada en el estadio, estaba deteriorad­a hacia afuera y hacia adentro.

Esta situación se pronunció al cabo de los dos primeros partidos. Pero ya se avizoraba antes del Mundial: el equipo que deambuló en las eliminator­ias y en los partidos previos, entre la impotencia y la confusión, sólo podía apelar a una reserva de carácter y decisión en los representa­ntes de esa generación que tantos momentos buenos brindó, pero que se estaba despidiend­o con un triste y pálido final.

Lo lograron: el equipo jugó un buen primer tiempo, Messi tuvo su momento de brillo y su gol, y luego, cuando las cosas se pusieron adversas, apareció la determinac­ión necesaria que se reflejó en el gol de Rojo. Esos fueron los hechos.

Que fueran capaces de hacerlo no es poca cosa para esta versión deshilacha­da de Argentina, empezando por el presidente de la AFA que quiere a los periodista­s alineados, el extravío del entrenador y otras imágenes a las que se pueden sumar tantas sobreactua­ciones que se ven en las pantallas.

Y Messi puso su primer trazo de maravilla en la Copa. Para la ilusión argentina y la de la inmensa legión de devotos de sus botines repartidos en el mundo.

ANTES DE ENTREGARSE A UN TRISTE Y PÁLIDO FINAL, MESSI, MASCHERANO­Y COMPAÑÍA LOGRARON TORCER EL DERROTERO.

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(AP) Experienci­a. Higuaín, Messi y Di María, históricos albicelest­es.
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