Reacción “histórica” y otro grito para la memoria
En estos 10 días del Mundial que nos conmueve, del 16 al 26 de junio pasamos de la frustración original a la pesadilla de una goleada y, finalmente, cuando la agonía pisaba el umbral de la eliminación, alcanzamos la revelación de la alegría.
Rusia nos ha deparado un capítulo en la eufórica memoria de los gritos argentinos: el gol de Marcos Rojo, así como estremeció el aire del país, volverá a hacernos vibrar cada vez que asome en las imágenes.
Uno de los principales atractivos que convierte al deporte en un inigualable espectáculo que atrapa a las multitudes es la característica concentrada del tiempo en el que transcurre: la capacidad de vivencias intensas, que caben en un puñado de segundos, en nada se parece a la del tiempo ordinario, donde los minutos y segundos se esfuman casi sin consciencia.
El otro gran atractivo es que nada en los desenlaces de cada partido está escrito, y eso es como asistir a una puesta en escena del destino y sus piruetas.
Un Mundial, de algún modo, reúne estos dos atractivos desplegados de otra manera. Y así como nosotros pasamos del subsuelo al cielo en cinco días, Alemania hizo el camino inverso.
En cuanto a la pirueta argentina, fue obra de los “históricos”. A pesar de los eufemismos en las declaraciones, el rumbo, los nombres y el esquema con que la selección salió a jugarse la última chance fueron resueltos por la voluntad del grupo que lideran futbolísticamente Messi y espiritualmente Mascherano.
Ellos, los que perdieron tres finales (frente a Nigeria, jugaron seis de los que estuvieron contra Alemania en 2014), asumieron la responsabilidad de reaccionar, y hacerlo de una manera más cómoda a sus instintos que con los planes de Sampaoli.
De algún modo, el equipo y la idea desplegada en San Petersburgo sólo fue tardanza de lo que estaba por venir. La influencia del DT, cuya imagen fue silbada en el estadio, estaba deteriorada hacia afuera y hacia adentro.
Esta situación se pronunció al cabo de los dos primeros partidos. Pero ya se avizoraba antes del Mundial: el equipo que deambuló en las eliminatorias y en los partidos previos, entre la impotencia y la confusión, sólo podía apelar a una reserva de carácter y decisión en los representantes de esa generación que tantos momentos buenos brindó, pero que se estaba despidiendo con un triste y pálido final.
Lo lograron: el equipo jugó un buen primer tiempo, Messi tuvo su momento de brillo y su gol, y luego, cuando las cosas se pusieron adversas, apareció la determinación necesaria que se reflejó en el gol de Rojo. Esos fueron los hechos.
Que fueran capaces de hacerlo no es poca cosa para esta versión deshilachada de Argentina, empezando por el presidente de la AFA que quiere a los periodistas alineados, el extravío del entrenador y otras imágenes a las que se pueden sumar tantas sobreactuaciones que se ven en las pantallas.
Y Messi puso su primer trazo de maravilla en la Copa. Para la ilusión argentina y la de la inmensa legión de devotos de sus botines repartidos en el mundo.
ANTES DE ENTREGARSE A UN TRISTE Y PÁLIDO FINAL, MESSI, MASCHERANOY COMPAÑÍA LOGRARON TORCER EL DERROTERO.