Árbitros de gimnasio
Más allá de exhibir que un partido se le puede complicar en cualquier momento, el árbitro brasileño Anderson Daronco que tuvo a cargo el partido de Libertadores entre Racing y River, también protagonizó otro tipo de exhibición aunque en este caso de carácter físico: poderosos brazos, cuello grueso y ampulosa espalda, trabajados en gimnasio y ayudados con alimento balanceado para su portentoso desarrollo. La comparación con el internacional argentino Néstor Pitana fue inevitable ya que también el colegiado nacional aprovechó el Mundial de Rusia para mostrar al planeta un físico trabajado, aunque sin llegar al volumen del brasileño.
“Es claro que Daronco está trabajando mucho en gimnasio para llegar al próximo Mundial porque después de ver a Pitana dirigiendo la final se autoconvenció de que unos buenos tríceps te pueden llevar a lo más alto en la carrera arbitral”, dijo un dirigente brasileño. “Pero todavía tiene que pulir algunas cuestiones de técnica arbitral como distinguir entre jugadores barbados y lampiños a la hora de amonestar”, agregó otro directivo, en referencia al blooper que protagonizó en Avellaneda al mostrarle una amarilla al rasurado Palacios en lugar de al hirsuto Ponzio. “Era como confundir a Peter Pan con un náufrago, pero Daronco lo logró”, agregó.
Pero más allá de estos pequeños detalles en los fallos del partido, lo cierto es que Daronco y Pitana representan a la nueva tendencia física arbitral, la de los “árbitros ropero”. Mucho más atléticos que los antiguos árbitros de liga con panza, más imponentes e intimidantes que los árbitros de contexturas normales que hasta ahora han abundado en la canchas argentinas, estos nuevos hombres de negro procuran imponer respeto frente a jugadores cada vez más díscolos, rebeldes, protestones e desacatados.
Incluso en algunos torneos más ásperos de la región estos gigantones del arbitraje se han tatuado símbolos y hasta frases para marcarle la cancha a los más insubordinados. Es el caso del colegiado colombiano Claxon Jaramillo Charcas, una mole de 110 kilos de fibra y músculos que se tatuó al temible San La Muerte en el antebrazo derecho, de modo tal que cuando un jugador que recibe una amonestación o una tarjeta roja lo primero que ve es la imagen con la calavera delante de sus ojos y desiste de quejarse.
Otros colegiados se han grabado hachas, espadas, nudos de horcas y frases del tipo “no me simpatizan los jugadores de fútbol”, “odio este trabajo, no lo haga más difícil” o “cuando me levanto de buen humor aplasto pollitos en el desayuno”.
Los “árbitros ropero” también aspiran a lograr ingresos económicos con sus cuerpos hipertrabajados, por ejemplo logrando patrocinantes del rubro desarrollo muscular: fabricantes de mancuernas, de suplementos alimentarios como la espinaca en lata, de aceites y cremas corporales, de zungas, de espejos, etc.
Algunos dirigentes por su parte ven con buenos ojos estos árbitros musculosos porque pueden cumplir con otras funciones en la cancha más allá de dirigir los partidos, por ejemplo aplicar el derecho de admisión antes del inicio de los partidos. “Los ponés en los molinetes y deciden quién entra y quién no, y quién les va a decir algo. Sería importante que los jueces de línea también empezaran a levantar algunas pesas así los sumamos al proyecto”, opinó un dirigente del ascenso que quiere implementar este novedoso sistema de control de ingreso.
Quienes lo impulsan sostienen que estos árbitros fornidos no sólo amedrentan a jugadores en la cancha sino a los propios hinchas, en especial a los plateístas insultadores que son más fáciles de identificar. “Cuando colegiados musculados se acercan a las plateas para indicar un tiro libre por ejemplo, los insultos a sus madres o hermanas se acallan y sólo se escuchan murmullos, que también desaparecen si llegan a dirigir sus miradas hacia las tribunas. Un silencio sepulcral reina hasta que vuelven al centro del campo”, fue el testimonio de un dirigente que presenció este curioso fenómeno.
La era de los árbitros fisicoculturistas parece haber comenzado y son muchos los que se preguntan cuándo alcanzará su pico. “El límite llegará cuando detengan los partidos de verano para que los jugadores se refresquen y ellos aprovechen para sacarse sus camisetas y arrojarse sensualmente agua sobre sus torsos musculosos. Habrá que encontrar alguna forma amable para decirles que eso no está permitido”, evaluó un dirigente preocupado un dirigente pensando en un futuro no muy lejano.