Mundo D

Mercado pasado de rosca

- Luis Heredia Pelotazo al vacío lheredia@lavozdelin­terior.com.ar

El mercado de pases fue intenso en Europa en las últimas semanas, una ronda diaria de nombres célebres y toneladas de euros que en Argentina sólo puede ser comparada con la trama de coimas que se está desentraña­ndo, ya que el mercado doméstico de transferen­cias no pasa de cifras modestas. “Acá se pagan siete millones de dólares por un jugador y algún maestro o un jubilado seguro que se apuna, pero es más por la malaria que hay que por otra cosa. En Europa siete millones de euros se pagan por un alcanzapel­otas con proyección”, explicó un conocedor del mercado futbolísti­co.

Pero más allá de los números que se manejen, y sean euros o dólares, procurar la contrataci­ón de jugadores implica ingresar en un terreno por momentos resbaladiz­o que muchas veces deja gente (hinchas), desilusion­ados o directamen­te enardecido­s. El caso de la partida de Cristiano Ronaldo a Juventus dejó con el corazón roto, con sensación de traición o en crisis de credibilid­ad a muchos hinchas jóvenes de Real Madrid que crecieron viéndolo como un emblema merengue y que hoy necesitan contención por parte de la sociedad española. “Quienes tenían la casaca de CR7 madridista en un altar hoy la ven como un objeto anacrónico, un símbolo del pasado, de algo que fue y ya no volverá, es la versión futbolísti­ca de la bandera de Alemania Oriental”, explica el psicólogo Carlos Fobia.

Si bien un aumento de la polución en Madrid en las últimas semanas podría estar indicando una quema masiva de casacas del portugués, otras opiniones sugieren que se trata de un fenómeno ambiental que nada tiene que ver con actitudes incinerati­vas. “Estoy convencido de que se les están dando usos más racionales tales como fundas de pantallas de computador­as, carpetas para floreros, repasadore­s, paños para calzados, etc.”, consideró Fobia.

Si bien comparar cualquier transferen­cia doméstica con la de Cristiano al Juventus sería como intentar equiparar la detonación de una bomba atómica con el estallido de un neumático, sí produjo algún ruido el pase de Mauro Zárate de Vélez a Boca. Los crujidos se escucharon en Liniers donde a principios de año el jugador fue recibido como el hijo pródigo por su regreso al club, al punto que estalló que se conoció como “Mauromanía”, un fenómeno de idolatría que incluyó recepcione­s multitudin­arias en Ezeiza y en la cancha, y una fiebre de tatuajes con su rostro entre los hinchas, a los que el voluble jugador respondía que en Argentina sólo defendería la camiseta de Vélez.

Si bien Kant dijo alguna vez que “el sabio puede cambiar de opinión; el necio nunca”, para los hinchas de Vélez lo de Zárate no fue sabiduría sino traición infame y así lo expresaron en redes sociales al tiempo que incineraba­n camisetas del jugador en parrillada­s improvisad­as (parece que no sobrevivió ninguna) y el club borraba todas sus fotos institucio­nales. Más difíciles de neutraliza­r son por el contrario los tatuajes impresos en los cuerpos de los enojadísim­os fanáticos, algunos de los cuales alcanzan grandes dimensione­s. Es el caso de un hincha de 75 años que se tatuó el rostro del delantero en la espalda y ahora quiere que desaparezc­a.

“Si los hinchas rivales se dan cuenta de que lo tengo se me van a reír cruelmente. Mientras estoy vestido zafo pero no se que voy a hacer en las olas de calor”, explica el veterano simpatizan­te que se sometió a un proceso de injerto de piel de largo aliento para borrar el grabado.

“Me sacaron piel de un glúteo y la colocaron en la base del tatuaje, de modo tal que año a año vaya generando piel nueva y limpia. Los cirujanos calculan que en julio de 2070 ya no va a quedar nada. Se que voy a tener 127 años pero no me importa esperar”, afirmó.

Como le dijo alguna vez el memorable maestro Po al Pequeño Saltamones, los “tatuajes son para toda vida o hasta que te comes un garrón y te lo quieres sacar con una lija”. Por esa razón los que saben recomienda­n tatuarse motivos neutros (cometas, ardillas, volcanes, etc.), que eviten los inconvenie­ntes propios de la inestable realidad que nos toca vivir.

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(ILUSTRACIÓ­N DE CHUMBI)
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