Suárez y Maroni, los frutos de esta tierra
Mucho tiempo antes, algunas personas realizaban una especie de rastrillaje en esta ciudad, buscando pibes para las divisiones inferiores de los clubes de sus amores. El trabajo para ellos era arduo, pero a la vez placentero. Se los podía ver en los centros vecinales, lugares en donde se hacían partidos nocturnos, o en cualquier otra canchita de club o de barrio. Allí se jugaban los campeonatos relámpagos, esos que en un pif paf sacaban un campeón de la mañana a la noche. En aquellas viejas épocas, el fútbol era casi todo lo que tenía a mano un chico para divertirse.
Esas personas eran llamadas “delegados”, algunos de ellos tenían la panza grande y una voluntad inquebrantable para buscar y elegir el mejor jugador entre los pibes , sin dejar de lado el gran esfuerzo que empleaban para utilizar cualquier artimaña con el fin de robárselo al delegado adversario.
Ese mecanismo funcionó muchos años. Era absolutamente amateur. No tenía computadoras ni GPS ni drones ni visores que intercambiaran información por mails, WhatsApp o teleconferencias. Ellos iban en sus autos, se bajaban, caminaban hacia la canchita y confiaban en sus ojos y en su olfato sabio para advertir, antes que nadie, que allí estaba la “perlita”, el futuro crack.
Con el paso del tiempo, ese mecanismo se sofisticó. Empresarios de Buenos Aires confiaban en que sus “espías” del interior del país iban a utilizar “todos” los recursos posibles para que la joya no debutara en la primera división del club de origen, o que sólo jugara unos cuantos minutos como para que ese logro figurara en sus antecedentes a la hora de ofertarlo a la institución interesada. De más está decir que en esta ciudad hubo personas que se volvieron millonarias aplicando este procedimiento.
Quizá esto explique, en parte, por qué los equipos de Córdoba fueron perdiendo en sus filas, en sucesivas décadas, valores propios. Frente a Estudiantes de La Plata, Belgrano sólo tuvo en César Rigamonti, Tomás Guidara, Gabriel Alanis, Juan Brunetta y Matías Suárez a sus representantes, de los cuales sólo Guidara y Suárez son capitalinos. Luego entró Tomás Attis. Y Talleres pudo contar nada más que con Guido Herrera y Pablo Guiñazú como originarios de esta provincia, a los cuales recién en el segundo tiempo contra Gimnasia y Esgrima de La Plata pudo agregarse Gonzalo Maroni como oriundo genuino de esta ciudad.
A propósito de Suárez y de Maroni, frutos de esta tierra, sus nacimientos como futbolistas hubieran producido chispas, rayos y centellas entre aquellos delegados que hubieran llegado a sus casas de los barrios San Vicente y Poeta Lugones para convencer a sus padres indecisos. Hoy sirven para referenciar a una capital de casi 1.400.000 habitantes, que mientras sus clubes apuntan el radar a los lugares más diversos del mundo, sigue produciendo cracks de los de antes, de tacos, gambetas, túneles o caños, cambios de frente o definiciones de artista frente al arco. Ambos fueron determinantes en las victorias de sus equipos. Son representantes del histórico cordobés, algo discontinuo, pero tremendamente talentoso, alegre para la vista en medio de un mundo estándar de mucha planificación y poca magia.
El llamado de atención es para los dirigentes y los captadores de talentos. El mensaje es simple: mirar más hacia adentro y no regalar nunca más las riquezas de nuestro fútbol.
EL MENSAJE ES SIMPLE: MIRAR MÁS HACIA ADENTRO Y NO REGALAR NUNCA MÁS LAS RIQUEZAS DE NUESTRO FÚTBOL.