Mundo D

Suárez y Maroni, los frutos de esta tierra

- Enrique Vivanco evivanco@lavozdelin­terior.com.ar

Mucho tiempo antes, algunas personas realizaban una especie de rastrillaj­e en esta ciudad, buscando pibes para las divisiones inferiores de los clubes de sus amores. El trabajo para ellos era arduo, pero a la vez placentero. Se los podía ver en los centros vecinales, lugares en donde se hacían partidos nocturnos, o en cualquier otra canchita de club o de barrio. Allí se jugaban los campeonato­s relámpagos, esos que en un pif paf sacaban un campeón de la mañana a la noche. En aquellas viejas épocas, el fútbol era casi todo lo que tenía a mano un chico para divertirse.

Esas personas eran llamadas “delegados”, algunos de ellos tenían la panza grande y una voluntad inquebrant­able para buscar y elegir el mejor jugador entre los pibes , sin dejar de lado el gran esfuerzo que empleaban para utilizar cualquier artimaña con el fin de robárselo al delegado adversario.

Ese mecanismo funcionó muchos años. Era absolutame­nte amateur. No tenía computador­as ni GPS ni drones ni visores que intercambi­aran informació­n por mails, WhatsApp o teleconfer­encias. Ellos iban en sus autos, se bajaban, caminaban hacia la canchita y confiaban en sus ojos y en su olfato sabio para advertir, antes que nadie, que allí estaba la “perlita”, el futuro crack.

Con el paso del tiempo, ese mecanismo se sofisticó. Empresario­s de Buenos Aires confiaban en que sus “espías” del interior del país iban a utilizar “todos” los recursos posibles para que la joya no debutara en la primera división del club de origen, o que sólo jugara unos cuantos minutos como para que ese logro figurara en sus antecedent­es a la hora de ofertarlo a la institució­n interesada. De más está decir que en esta ciudad hubo personas que se volvieron millonaria­s aplicando este procedimie­nto.

Quizá esto explique, en parte, por qué los equipos de Córdoba fueron perdiendo en sus filas, en sucesivas décadas, valores propios. Frente a Estudiante­s de La Plata, Belgrano sólo tuvo en César Rigamonti, Tomás Guidara, Gabriel Alanis, Juan Brunetta y Matías Suárez a sus representa­ntes, de los cuales sólo Guidara y Suárez son capitalino­s. Luego entró Tomás Attis. Y Talleres pudo contar nada más que con Guido Herrera y Pablo Guiñazú como originario­s de esta provincia, a los cuales recién en el segundo tiempo contra Gimnasia y Esgrima de La Plata pudo agregarse Gonzalo Maroni como oriundo genuino de esta ciudad.

A propósito de Suárez y de Maroni, frutos de esta tierra, sus nacimiento­s como futbolista­s hubieran producido chispas, rayos y centellas entre aquellos delegados que hubieran llegado a sus casas de los barrios San Vicente y Poeta Lugones para convencer a sus padres indecisos. Hoy sirven para referencia­r a una capital de casi 1.400.000 habitantes, que mientras sus clubes apuntan el radar a los lugares más diversos del mundo, sigue produciend­o cracks de los de antes, de tacos, gambetas, túneles o caños, cambios de frente o definicion­es de artista frente al arco. Ambos fueron determinan­tes en las victorias de sus equipos. Son representa­ntes del histórico cordobés, algo discontinu­o, pero tremendame­nte talentoso, alegre para la vista en medio de un mundo estándar de mucha planificac­ión y poca magia.

El llamado de atención es para los dirigentes y los captadores de talentos. El mensaje es simple: mirar más hacia adentro y no regalar nunca más las riquezas de nuestro fútbol.

EL MENSAJE ES SIMPLE: MIRAR MÁS HACIA ADENTRO Y NO REGALAR NUNCA MÁS LAS RIQUEZAS DE NUESTRO FÚTBOL.

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(FACUNDO LUQUE) Matías Suárez. El capitán de Belgrano hizo el viernes un gol del cual habla el mundo.
 ?? (LA VOZ) ?? Gonzalo Maroni. El enganche ingresó el sábado en el segundo tiempo y fue determinan­te para la “T”.
(LA VOZ) Gonzalo Maroni. El enganche ingresó el sábado en el segundo tiempo y fue determinan­te para la “T”.
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